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Managua, /0 de febrero de 1932. Seiíor Dr. don J. Bárcenas Meneses, Granada.
Estimado Amigo:
Ahí van, para complacerfo, mis.reminiscencias de los últimos sucesos históricos del Gobier–
no def Gral. don Joaquín Zavafa, desde la retirada de Managua ef 25 de julio de 1893 hasta que fUe formulado el tratado de paz ef 30 del mismo mes de julio.
Nuestra retirada de Managua no se distinguió ni por el orden, ni por la estrategia, ni por
el valor de los Jefes y de los soldados: fue una precipitada fuga de Managua a Masaya y de Masaya a Granada. El miedo en su grado más alto se apoderó de todo" aun del mismo Gral.
en Jefe, quien por la responsabilidad que pesaba sobre él, debió conocer bien la situación y
obrar con serenidad.
El miedo, instinto de conservación que nos estimula para huir de un peligro, es propio de todos fas animales; pero ef hombre debe ser racional y refrenado por la voluntad, que es fa rei–
na de todas nl.!estras facultades. Así se forman esos caracteres firmes y serenos en ef peligro, de cuyos ejemplos está ffena lo historia. En esos hombres ni el miedo se convierte en cobar– día, ni el valor en temeridad. En los momentos más difíciles de una batalla, cuando los solda– dos aterrorizados quieren emprender fa fuga, el Jefe de genio siempre encuentra un recurso pa–
ra contenerlos, uno frase para inspirarles los acciones más heroicas, como Silo en las ffanuras de Orchomeno, Julio César en la batafla de Mundo o el Gral. Prim en la de Castiffejos.
Es bien sabido que esa psicopatía o morbosidad de nuestro espíritu, admite varios gra– dos sospecha, inquietud, aprensión, recelo, temor, miedo, espanto, horror, tenor, pánico, etc . ..
Cuando alcanza los últimos grados produce ilusiones y alucinaciones extrañas, el paciente ve es– queletos que se mueven, fantasmas que lo persiguen; oye gritos, imprecaciones y amenazas que solo existen en su imaginación; un hombre a cabaffo fe parece un escuadrón de cabaffería, y
otro a pie con un bastón en la mano, un ejército de l!fleros Tal es lo que ocurrió a nuestro Ge–
neral en Jefe. Desde los alturas de La Barranco vio entrar en Nindirí uno aue otro montado a
cobaffo, y se dijo' las avanzadas del enemigo están entrando en Nindirí, y 'corrió a Masaya a
ordenar la concentración del Gobierno en Granada
¡Qué ofuscación, por no decir otra palabra más propia! En aquel/os precisos momentos
el Gral. Zelaya no estaba para mandar avanzadas ninguna porté, lisio para salir huyendo a fa hora que lo atacaran los conservadores, no le llegaba la camisa al cuerpo.
Dice don José Dolores Gámez en un artículo que publicó en El Diario del Salvador, que si ese día se hubiera aproximado el Gral. Montiel con sus 300 rameños, no habría quedado un
liberal por los contornos de Managua. La historia nos presenta ejemplos unas veces de ejérci– tos que operan sin generaf, porque el que tenían era incapaz, y otras de general sin ejército porque éste se hallaba sin discipfina y acobardado Nosotros en aquellos días no tuvimos ni ge– neral ni ejército.
Los liI~erales habían sido derrotados en La Cuesta e/ día antelior El Gral. Zelaya, cuan– do vio perdida la acción, tomó el camino de Occidente; e/ Gral Andrés Rivas huyó, dejando a
Su hermano Fernando María tendido en ef suelo, atravesado el pecho de un balazo; y el Gra/. Escalón, que se había desmontado de su caballo, fue presa de tal pavor, que salió huyendo a
pie, corrió sin tomar aliento hasta los Brasiles donde medio desmayado se dejó caer en una ca–
ma y quedó profundamente dormido. Pero tiempo después llegó corriendo a caballo a ese lu– gar don José Dolores Gámez con la noticia de que los defensores de La Cuesta en número co– mo de dos mil hombres, habían salido huyendo desesperados al grito de jVenta! ¡Traición!
¡La derrota se había convertido en triunfo por arte de magia Zelaya reunió inmediata– mente los Jefes, contuvo algunos soldados fugitivos, y emprendió el camino de Managua donde penetró en las primeras horas de la noche, en silencio, receloso, temiendo uno emboscada, y no
dando crédito a lo que veían sus ojos.
En León se había organizado una junta revolucionaria comouesta de don Pedro Baila– dores, don Francisco Boca hijo y el Gral. don J. Anastasia Ortiz. Así que hubo llegado Zelaya,
se le nombró presidente de esa junta.
Cosa chocante: el Graf. Ortiz era el Gobernador Militar de León, donde existía un buen armamento cuando estalló el movimiento revolucionario. Traición, no solo a su partido, sino tam– bién a/ amigo, al Gral. Zavala, quien lo recomendó eficazmente para aquel alto puesto.
Don Pedro Balladares era el Jefe del partido conservador de León, el mismo aquel de quien dijo el Graf. Viji! que antes vería salir el sol por occidente que a don Pedro Bailadores trai-
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