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« Previous Page Table of Contents Next Page »La Penitenciaría de Managua,
laban en Tipitapa, se axnotinaron, forzaron las puertas y se lanzaron a las calles, delirantes de entusiasxno por la libertad, y se dirigieron a enconirar a las fuerzas de la Revolución. Aquel entusiasmo con que llegaban esas gen– tes se comparaba con el Doxningo de Ramos, tal era la profusión de r¡:lmos y de flores que llevaban para obsequiarlos a los derrocadores de la Tiranía.
Los jefes de las armas de la Revoluci6n que estaban en Tipitapa eran los Generales Arsenio Cruz y Frutos Bolaños Chamarra, quie– nes tenían dificuliad en su marcha hacia Managua, más por el tiempo que perdían sa– ludando a los amigos que se presentaban a congratularlos y por las mucheduxnl¡;>res que
obstruí~n el camino, que por la vigilancia que tenían que desplegar para evitar cualquier emboscada que el enemigo pudieran tenderles a los lados del camino, pues debe recordarse que este irayecto de Tipitapa a Managua era, por ese tiempo, muy boscoso y no lo que es ahora, una amplia carretera bordeada de jar– dines y potreros bien irrigados y cuidados.
La marcha hacia 14anagua se hacía, pues, difícil por la aglomeración de las gentes y al acercarse a esta ciudad el ejército vencedor, los prisioneros polHioos de la Penitenciaría, que habían logrado su libertad por su propia deienninaci6n y esfuerzo, salieron en masa a recibirlo, y el gentío se hizo aun mayor y el entusiasmo que lo anixnaba más delirante pues allí iban los más queridOS' jefes conservadores de Managua como don 'Fernando Solórzano, don José Mana Silva, dón Juan Manuel Doña, y otros. _
Tal aglomeraci6ny :l:al desorden en la dis– ciplina militar preocupaba grandemente a los Generales Cruz y Bolaños Chamarra, los que creían en la posibilidad dé un ataque de las fuerzas del Gobierno una vez que se llegara a la poblaci6n, pues aun quedaban algunos ele– mentos enemigos en el Campo de Marte, o que, como pasa siempre en las tropas victoriosas, que las suyas pudieran desarrollar una oleada de saqueos y abusos que se les pudiera hacer difícil contener. .
Felizmente, todo pasó en orden y la con– fianza renació en aqUellos pundonorosos mili– tares cuando recibieron la noticia de que el Doctor Madriz se había marchado ya para Le6n, no sin antes haber enfregado el poder a
El General Al'senio Cl'U:Z; y una columna volante,
don José Dolores Estrada, hombre int.egérri. mo, de acrisolada honradez, hermano del 8e– neral Juan J. Estrada, Jefe de la Revolución libertadora, a quien don José Dolores o.frecía la entrega del poder tan pronto como su her– xnano llegara a Managua. En esta promesa todos teníamos la mayor confianza, porque además de las cualidades personales del Sr. Estrada, que eran prenda de garantía para nosotros, contábamos con la fuerza militar del General Luis Mena, quien había dejado su ejército, que traía de las Sierras, en las afue– ras de la ciudad para disponer mejor de él en caso se presentara algún conflicto.
Cuando ya tuve la certeza de que en Ma– nagua no habría lucha militar annada y que lo que se desarrollaría más bien era una lucha política, llamé con urgencia de Bluefields al Ganeral Juan J. Estrada, para que sin pérdida de tiempo hiciera su ingreso a Managua. El xnisino día en que Estrada recibi6 mi mensaje cablegráfico se puso en marcha, por la vía de Chontales, para el interior del país, acompa– ñado de unos pocos amigos a fin de evitar la consiguiente demora que siempre se tiene cuando se viaja con numeroso acompaña– miento.
Una vez llegado a Granada el General Es– trada, le infonné de la situación y juntos nos trasladamos a la Capital, donde no tuvo de– mora algUna la irasxnisión del poder de parle del Presidente Provisorio, don José Dolores Estrada. .
Como muchos de nosotros no teníamos ho– gar establecido en Nicaragua habiéndonos vis– to obligados a formarlo fuera de nuestra pa– tria, lo primero que hicimos ya en Managua, después de asegurarnos que permaneceríamos aquí, por considerar estable la situación polí– tica del paíS que nosoiros xnismos habíamos contribuído a cimentar, fue dedicarnos a esta– blecer nuestros hogares y a llamar a nues±ra~
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