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eaáe¡o
~ON PEDRO estaba claro, como el ojo
~ del piche, de que bajo Los Chilama– fes del cerco del Muñeco de Juan Gregario Cubas, dé las once de la
~ noche en adelante, el Cadejo con se-guro estaba allí. . Hacía poco qu-e habla pepenado Boaco de paso para el hato en donde se ganaba los malacos con procedencia de La Rejoya; cuan– do venía le cogió la noche llegando a la ciu– dad ciiada, y para enionarse y seguir su ca– rrlino con ánimo y sin miedo en el barrio de El Bajo· Se metió un farola:¡:o cuariero y rem– pujador.
Después agarró el camino y en el lugar
en que la trocha se divide bifurcándose para Camoapa por un lado y para Ti.erra Azul por
el afro, se le llenó el corazón de con±entera porque la bifurcación le probaba la proximi– dad del fin de su ±rofiadéra.
Se llevó un chilcagre a la boca, lo encen– dió, voló una bocanada de humalera y con franca alegría se puso a darle andar a la bes– tia que lo iraía sobre el sendero en el cual la cinia del trillo recogía sin descanso con la mente enclavada en el chinchorro que plega– damente 10 esperaba en La Trinidad para brindarle la muelle delicia de su regazo de majagua.
Había caminado unas trescientas varas a 10 sumo cuando sinfió que se le espelucó la espalda y allí no rnasito principió a oir iras de sus pasos el ruido de un iro±eciio fino co– mo el repiqueteo menudo que hacen los cas– cos del cabro cuando un animal de esta espe– cie se endere:¡:a con rumbo cierto e inqu.leio a detenuinado lugar.
Al pasar bajo Los ChUama±es que disian del Portillo unos ochocientos metros don Pe– dro iba angustiado de tabaquera, volvió la cabeza como para garantizarse las espaldas
y revisar su trasera y con asombro vio tras de sus huellas a un desmedido cánido, por lo menos ese parecido le encontró, que por el lugar, la hora, el ruidito sordo y arrastrante de su trofe cabruno y el miedo supuso que era, el Cadejo, del tamaño de un ternero ma–
t~can y lechón, ofreciendo la brillantez de una hlel.netamente negra con el capricho de una arnga y de un pecho nítidamente blancos y Un par de carbunclos, vastas brasas, por ojos. QUIso santiguarse, mas el miedo le heló las± manos paralizándoselas completamente,
e~ onces, se acordó de Santa Rita, y le implo– ro pro±ección¡ la Santa indudablemente le oyó
fo~que.a ,pesar de la pavura que lo engarro–
d~ a ,~udo proseguir su caminº y aunque el labohco acompañante lo seguía no le impor~
tó su compañía un pito y a trote largo pepenó el fjn de la jornada.
"
Cuando llegó a la finca los m.oradores dormían, no pudiendo buchoniarla buscó el chinchorro y en un sal'líiamén se echó en sus bra:¡;os y en pocos segundos quedó profunda– mente dotmido.
,A la albita el patrón se levantó, dio una revisada a los menesieres de la quesera y a los orgeñadores y vien("l.o sobre la canoa una hermosa eutaqha J"ica, que reconoció en el mo– Tnenfo, dijo de golpe al Vaquero que en tal momento llegaba:
-~Dónde está don Pedro, que no lo veo? ---¿Qué don Pedro, Pafrón?
-·--Don Pedro J3u.í±rago; ¡hombre! qué no lo has visto?
-No. seflor; 'l por qué dice Ud. que dón– de está, si don Pedro anda en La Rejoya?
--Mi pregunia es m.uy sencma, ya que en
la adesa eslá su iíea.
El vaquero volvió la vista al lugar indi– cado y encontró su mirada en la cabeza de la canoa el ann¡:¡, blanca, al verla, dijo volvién– dose al Pa±rón:
--Vaya buscarlo, señor; porque si esfá la eu lacha allí, quiere decir que don Peclro ya vino; pues son insGparables.
y el Vaquero se encaminó para el chin– chorro de don Pedro, H±ulado así para sa±is– facer sus ínfulas de hombre cerem.onioso y además porque fodos sabíau que gozaba mu– cho con el tílulo que el cariño de sus COIT\··
pañeros le había encaramado.
Don Pedro fue encontrado al fin Y. des– pués de que reci.bió órdenes y dio cuenta de su viaje, se fue al chin chorro a cavilar con su ego por la compañía que el perro del Malo le había hecho en la noche.
De la revisión de su memoria sacó en claro que el can diabólico lo dejó hasta en la luera puerla del corral; luego resolvió ir al pueblo por la noche para ver si el fenólueno se repetía y quedar claro, ya que no le había hecno nada ni sucedido cosa alguna, de las ventajas que podía sacar de la fidelidad de semejante lobo del Demonire que sólq poquí– sin1.as personas alcanzan a conocerlo, y como muy rara rareza conseguiJ: su amistad de compañero inigualable.
Hizo las obligaciones' que le correspon– dían, pas~do el momento fUe a pedir permiso valiéndose d.e una guayola para cumplir su
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