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« Previous Page Table of Contents Next Page »Ilf)areeio primero IU libro liLa erlsll de1 humanlsmo'¡ don–
de desarroll6 estas Ideas, tuvo una gran reso!,ancia en
Inglaterra. .
Del grupo gremialista se separaron más tarde los so· cialistas fabianos como Cale y los esposos Webb partida. rios de un socialismo de Estado; Sydney Webb más tarde Ministro en un Gobierno laborista y después miembro de la Cámara de los Lores con el título de Lord Passfield. Al Profesor Cale, sociólogo conspicuo y al mismo tiempo au. tor de novelas policíacas, a cuyas clases asistia. yo en la Universidad de Oxford por los años 1928 y 1929, le oí mencionar a Mae;z:tu y definirle como a escritor que de· fendía un socialismo cristiano muy original.
En Inglaterra se afirman en Maeztu sus convicciones en la necesidad de la jerarquía social, impresionado por el benéfico influjo de la aristocracia inglesa en la vida ru· ral y también por la educación que reciben sus minorías directoras. En rigor diez años antes, en 1908, ya creía Maeztu en la función social de la aristocracia de sangre.
"La España histórica -escribía- se constituye enteramen· te por sus hidalgos, e hidalgos fueron los reconquistado. res de la península, los conquistadores de América y los escritores y artistas de nuestros grandes siglos".
Apunto estos trazos como exponente del proceso in· telectual político de Maeztu y no quiero cerrar este pasaje sin señalar que en Inglaterra tropieza en sus lecturas con el pensador contrarrevolucionario Burke cuyas "Reflexio· nes sobre la Revolución francesa" juntamente con la in· fluencia de su amigo Hulme ahincan en su mente ideas clásicas y antjrománticas. "Hulme -cuenta el mismo Maeztu- mantenía la tesis de que los románticos son gentes que niegan el ,pecado original y se imaginan a los hombres como reyes encarcelados que recobrarán el trono en cuanto les pongan en libertad". La heróica muerte de su amigo en acción de guerra le enseñó coñ su ejemplo, que igualaba con su vida el pensamiento. Se derrumba entonces definitivamente para Maeztu el falso dogma rousseauniano de la bondad natural del hombre. .. .. ..
Pese al entusiasmo inidal de Don Ramiro por Nor· teamérica, en varias ocasiones se trasluce su inquietud por la falta de espiritualidad del ideal norteamericano. Reprocha con razón a los Estados Unidos que su in·
miln~o aparato educativo no rinde en genialidad y obra 5.uperior todo .10 que en Europa podría esperarse de tan formidable organización. "La palabra intelectual ~q.
menta acertadament_ lleva en los Estados Unidos im· plícita cierta significación peyorativa, cierto sentido de afeminamiento y la edlfcaciQn se entiende como una pre– paración para la vida activa más que para la intelectual". Este atisbo genial queda demostrado ~n que los políticos norteamericanos son (lsencialmeilte hombres de negodos y la polltica americana tien~ un sello méi'cantil que la achica y priva de horizonte.
Recuerdo que lá ¡)f'imei'a vez' que e'stuve eo, Nueva Orleans coincidía mi visita con el anual festejo de la in– corporaci6n de la Luisiana a los Estados Unidos, me causó una gran impresión ver flameando en banderas y pancar· tas el escudo de Luisiana y debajo la leyenda "Luisiana
j)urchassed" (Lullíana comprada). Este lema éra todo ult
slmbolo del Ideal mercantilista estadounidense. Confieso que mi esplritu hispano se revolvía contra estl¡t sentimien– to. iQue pudiera ser título nacional una compra-vental Nadíe ignora que la Luisiana fue vendida por Francia pero aún quedan en Nueva Orleans recuerdos de España, in· numerables calles con nombres españoles, la plaza del Ca· bildo yesos robles enramados de blancos liquenes que todavía se les llama los gobernadores en recuerdo de las blancas barbas de los gobernadores españoles. Este sen· tido mercantilista chocó con el es,piritu español cuando los Estados Uniclos quisieron comprar Cuba y no hubo un español, ni monárquico ni republicano, que sé prestase a ocupar el poder para vender una provincia lejana a la que España consideraba carne de su carne. Podrían arreba– tárnosla después de lucha cruenta, pero no otra cosa. Mer– ced a la actitud española de entonces, aunque separados, cubanos y españoles podemos ahora sentirnos hermanos, y puede alzarse en las Lomas de San Juan en Santiago de Cuba un monumento erigido ,por la Cuba independiente que dice así; "1492 Descubrimiento de América. 1898 Adiós de España a las tierras descubiertas y colonizadas por el genio de la raza. La república de Cuba y en su nombre el gobierno y el ejército rinden homenaje al glo· rioso soldado español que murió aquí en el cumplimiento de su deber".
Esta falta de espiritualidad antitética de la Hispani. dad que Maezfu encontró cuando fue Embajador en la Ar· gentina, y en cuya defensa escribió uno de los más her· masas libros del habla castellana, es la quiebra desgra– ciada estadounidense. Esto ha creado una mentalidad de que la felícidad es el único objetivo de esta vida para cu· yo logro deben descartarse sentimientos y afectos. Esta civilizllción hedonista quiere quitarse de encima los dolores, las preocupaciones y los riesgos como sea. Las masas ahogando las penas en alcohol, y las minorías directoras transigiendo en todo e ignorando el lema de Maeztu de "Ser es Defenderse, dejar de Defenderse es ya dejar de Ser".
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En la Argentina Don Ramiro, merced a la influencia del grupo contrarrevolucionario "Ia nueva República" que propugnaba una república antidemocrática, y que repro· ducía textos de los contrarrevolucionarios franceses Mau· nas y Bonald, completa su pensamiento tradicionalista. Lee también entonc!!s a Donoso y el influjo. de un sacer· dote espiñcil D Zacarías Vizcarra le lleva a desentrañar la Hispanidad. Neologismo admlrablé acuñado por Vizcll' rra en un artículo de un modesto semanario de Buenos Aires "El Eco de España".
Maeztu ha descubierto ya que la decadencia de Es– paña no es obra de su catolicismo, sino todo lo contrario. Cuando con Carlos 111, la -Mon"rquía española deja de ser úna Monarquía misionera, el régimen colonial se convirti6 jen ord,nati.ón pragmática, económica y racionalista. La aristocracia americana reclamaba el Podér como descen– diente de los conquistadores y por sentirse más leal al es· pfritu de los Reyes Católicos que los funcionarios penin. sulares de los siglos XVIII y XIX.
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