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« Previous Page Table of Contents Next Page »Las tarte¡ de Cidiz cCln sus leyes antltradicJonllles V
ton sus dcc:laracioi\és Ignorantes V con un lenguale ,ver. sallesco que en América no se entiende, exarceban y au– mentan la secesl6n. Asr Cornelio Saavedra exclama al Virrey Cisneros en Buenos Aires: "No queremos que nos gobiernen los franceses". Es verdad que descuidamos los quehaceres de Marta pero nuestra decadencia econó' mica no fue la cu',pa de la decadencia política. "Cuando la crianza d'e los ricos -dice Maeztu- se hizo c6moda
y suave y al espíritu de servicio sucedió el de privilegio, hubo una abdicación del espíritu a la sensualidad de la naturaleza". Lo más gr¡lVe fue la extrangerización, poner nuestra ilusión en ser lo que no éramos".
Había que cuidar la economía pero no había por qué hacerlo descuidando las tradiciones
Ese fue el crimen de la lIustra<:Íón y de los Ministros de Carlos 111 y de Carlos IV.
La decadencia de España podelnos decir que empie· za cuando dejamos de mirar al Escorial para recrearnos en la galería de los espejos de Versalles
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Maeztu anuncIo en un artículo de "Criterio" de Bue· nos Aires, titulado "Los intelectuales y la política" que si se implantaba en España una República inspirada por el credo socialista y antirreligioso de la casi totalidad de sus mantenedores, al cabo de pocos años se produciría en el país un levantamiento armado de carácter tradicionalista como en 1873.
La conciencia de esta visión profética a lo Donoso Cortés, le llevó a entregarse a la empresa de fortalecer las fuerzas contrarrevolucionarias.
Maeztu cemprende que su deber está en España lu· chando en la brecha contra la Revolución Marxista. Por eso vuelve de la Argentina a la caída de la Dic· tadura, aunque el nuevo Ministro de Estado Duque de Alba, deseaba que Maeztu continuará en su puesto. Poco podía hacer ya Don Ramiro durante el desdi· chado y miope gobierno Berenguel, como no fuera de· nunciar el peligro que representaba la Re.pública. Expre. saba sus ideas o en los mitines de la Unión Monárquica Nacional, a la que su lealtad al General Primo de Rivera le llevó, o iniciando en sus artículos la defensa del pen– samiento de la contrarrevolución y del ideal hispánico. Toda su vida Maeztu se sintió solo. Solo en su bús· queda apasionada de la verdad española, poco acompaña. do también cuando la descubre en los años anteriores 8
la caída de la Monarquía Podia decir de sí mismo lo que él dijo de Larra "tenía público y admiradores pero no ca– maradas que un día le állanasen la soberbia con pertinente crítica, y al día siguiente le despertasen el estímulo, dán· dole motivos, ideales de trabajo y de vida". En Acción Española Maeztu iba a encontrar esos amigos compene– trados en un pensamiento unánime, unidos también ,por un sentimiento común. Acción Española fue el equipo, valga el neologismo moderno, que iba a defender el peno samiento contrarrevolucionilrio.
Tuvo Acción Española dos vertientes esenciales, la
pt.óyacc¡¿n cultural hlap'nlca, 'y l. detenta de un orden polltico monárquico. Fue Don Ramiro, naturalmente, quien defendi6 el sentido cre;¡dor de la Hispanidad y Eu. genio Ve9u quien imprimió el sello polltico de Acci6n Española, 'respaldado por la solidez dodrinal de Víctor Pradera. El Marqués de Quintanar, primer Director de la Revista, trajo a Acción Es,pañola el aliento fraterno de los contrarrevolucionarios portugueses.
Tuvo también un tercer sentido Acción Española, que era como el impulsq de sus dos vertientes, la defensa de la licitud del, empleó de la fuerza al servicio de la verdad. "Una manu sua faci'ebat opus et altera tenebat gladium", era nuestro lema•.
En rigor la defensa de la Hispanidad y la de los prin. cipios del derecho público católico, estaban entrelazados. -iLos hombres que escribimos en Acción Española -decía Don Ramiro- sabemos que el mundo ha dado otra vuelta y ahora está con nosotros porque sus mejores espíritus buscan en todas partes principios análogos o
idénticos a los que mantuvimos en nuestros mejores si– glos. El tradicionaiismo español ha batallado hasta aho– ra con la convicción intranquila de su aislamiento, porque sentía que el mundo le era hostil y contrario al movimien. to universal de las ideas. Se puede trazar una raya en 1900. Hasta entonces eran adversas a España los más de los talentos extranjeros que de ella se ocupan. Desde entonces no son favorables. Venimos, pues, a desempe. ñar una función de enlaco. Nos proponemos mostrar a los ,españoles educados que el sentido de la cultura en los pueblos modernos coincide con la corriente histórica de Espaiía".
Ese era el mensaje de Maeztu en las primeras pági. nas de Acción Española, que fueron también las de su libro "Defensa de la Hispanidad".
Para vergüenza y bochorno de las clases directoras españolas de 'las primeras décadas del siglo, hasta que surge la pluma de Maeztu en defensa de la verdad ultra· ¡!Ida con la excepción del libro de Julián Juderías, 10$ de. fensores de España son extranjeros: Walsh, Louis Ber. trand, David Loth, Wyndham Lewis, Bratli, Giardini, Sche· neider, Marius André y, señaladamente, Roberto Levillier, el diplomático argentino que fue a Ginebra con el propó. sito de que la Sociedad de Naciones iniciase el proceso de la revisión de la obra de España en América.
La propaganda mendaz de extranjeros y españoles, impulsados por el denominador común del anticato\icis– mo, tejió la leyenda negra. Escritores desaprensivos de injustificado renombre como Cantú, Gervinius, Hubbard y Seignobos, han escrito la falsedad de que el movimiento de emancipación a'mericana fuese contra los curas, frailes y el Gobierno de los virreyes, que movía a los americanos a odiar a los Reyes de España.
Instituciones norteamericanas, hasta hace IpOCO, se ha'n cuidado de propagar por Hispanoamérica la leyenda negra y han procllrado extinguir todo si9n~ de espiritua– lidad combatiendo .1 catolicismo y socavando la base de la familia cristiana favoreciendo la ley del Divorcio.
En muchos colElgios il)91esel se enseña a odiar a Es· paña con una serie de falsos tópicos, mani~os por el odio
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