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ROBERT OPPENHEIMER
Robert Oppenlteimer, uno de los sabios más conturba– dores de nuestro tiempo, nació en Nueva Yor1\. el 22 de abril de 1904. A los diez años, en la magnífica casa pa– terna de Riverside Drive, situada en las riberas del Hudson, decorada con cuadros de Van Gogh y de Re– noir había ya leído, sin la ayuda del diccionario, a Ho–
mer~, Virgilio, Horacio, Séneca y Tácito, había escrito elegantes sonetos en francés y un bien considerado tra– tado sobre la luz. En 1928, visitó por primera v('z a Alamogordo, en cuyas cercanías dieciseis años más tar-
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de, haría explotar la primera bomba atonuca expel'!- Inental y realizó, por motivos de salud, una gira por el Mediterráneo en el yate "Trimeth" (abreviatura de "trimethylene chloride").
Doctorado en la Universidad de Gotinga con una tesis sobre la teoría de los quanta, l>reparada en tres sema– nas, Oppenheimer consiguió un segundo titula en Zurich y un tercero en Harvard y mientras tanto, para pasar el tiempo; estudiaba nueve lenguas, entre las cuales el chino y el sánscrito. En 1943, aceptó el pue~to de jefe de un grupo de cracli:pots (locos de remate), que traba– jaban en la bomba "A". Después de Hiroshima escri· bió: "Los físicos han conocido el pecado: una certeza que será siempre consciente en ellos". Procesado du– rante la actuación de la Comisión delluradOl"a organi– zada por el senador McCarthy, Oppenheimer fue abo
suelto, pero se le revocó el "cel·tificado de seguridad" y fue suspendido de sus funciones oficiales. El filósofo Jorge Santayana comparó este proceso con el de Gali· leo. Hoy Oppenheimer enseña en ellnstitute for AYan–
ced Study de Princeton (New Jersey).
Quiero discutir solamente algunos puntos, algunas cuestiones o tesis sobre la naturaleza de la ciencia y so· bre su conexión con la cultura. Debo hacer una premisa: es verdad, y de ello nos sentimos orgullosos, que la cien– cia es internacional; es la misma, con pequeñas diferen· cias de matiz, en Italia, en el Japón, en Francia, en las Estados Unidos, en Rusia; la cultura, por el contrario, no
es internacional. Soy uno de los que esperan que, en cierto sentido, no lleguen nunca a faltar en su homoge– neidad las infuencias de nuestro pasado, de nuestra his-
tOI ia que, por varias razones, son comple~¡¡mente distin· tas para cada país. Por 050, debo vfJtdacleramente tener bien presente toclo lo que sé; y yo conozco la situación de los Estados Unidos y, en menor liled¡da, la de la eivili· zllción de la cual procedemos Ilosolros, es decir, la de la EUlopa Occidental. Mi única justificación es la de que esto es lo quo sé, pero sel ía un atrevimiento por mi parte si pretendiera escribir como si conociese y comprendiese a Europa. Pero, quiero indicar todavía otra justificación: existe una razón para que Europa -y los Estados Unidol
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