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IlMILIO BLVAREZ MONTAI.VAN
L~s alCllnteS del programa
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Ali a fl:l:il pllrll el PI'ogra.
50" están muy lejos de haberse conlprendido por lil inmensa mayoría de la opinión pública nicaragüense. N'uchos aspectos fundamentales necesitan aclararse y dis– cutirse, para que el clima de cooperación a todos los nive– les, pueda establecerse. En primer lugar debe explicarse claramente cuáles. son los motivos que impulsaron al Go– bierno norteamericano a proponer tal programa a los pueblos y Gobiernos de América Latina y cuáles fueron las razones de éstos para aceptarlo. ¿Será, como piensan algunos, que la única ,pretensión de los Estados Unidos es crear instrumentos que lo defiendan de la infiltración castrista o comunista e:n estos paises? ¿O bien, que el propósito es difundir las ideas occidentales o más concre– tamente defender los intereses de los Estados Unidos? Aunque en alguna proporción todas ·estas motivaciones intervengan, la íntirita razón radica a nuesh o juicio a un más alto nivel; La presente guerra fría y las que pue– dan venir, provengan áhora del comunismo ruso o mañil' na del chino y pasado mañana de cualquier ideología igualmente expanciollista y agresiva, encontrará en estos países el clima prbpic:io en la inestabilidad política que padecen, fruto ésta de las estructuras arcaicas de sus ins, tlt ll ciol1es sociales y económicas. Entonces, la tarea de cooperar con lo~ ¡países sub·desarrollados constituye un medic;l eficaz de prevenir situaciones conflictivas que pue– dan conducir eventualmente a una guena de aniquila, miento total. Ahora bien, esta responsabilidad no es lógicamente, sóio de los Estados Unidos, ni de Alemania occidental, ni de Francia sola. Es también empeño de aquellos países, donde existan dirigéntes, obreros, empre– sarios, intelectuales, que deseen también encauzar las ansias de cambio en un proceso dinámico que mejore la situación de las mayorlas, sin fracturar irremediablemente
10$ valores fundamentales del hombre.
Se trata en una palabra de asegurarse una paz, que garantice al mismo tiempo el progreso económico y social. Resulta entonces evidente que la primera etapa de esta reacción en cadena, es la reforma de los planteamientos equivocados que aún mantienen estos países sub·desarro-
Los problemas sin embargo no están todos de nues– tro lado. Las potencias mundiales, las desarrolladas, las qUe llegaron primero a conseguir un mejor standard de vida plJlra sus pue!?los, deben cambiar forzosamente su orientación y sus instrumentos. Es esta una cuestión de fondo. El cambio también repercute sobre el que lo pro– duce. La contradicción puede saltar en cualquier mo– mlllltO. si nel se ,preven las modificacione~ hasta sus útiinas· consecuencias. ¿No se trata acaso de conciliar los
lI¡¡do~. Y ;J{luí comienzllll las ditic\lItB',l11s do tal proyeel\'), Porque, ¿está consciente la opinión pública nicarilgüensG tle este atraso? Ha localizado el núcleo de su presente de,terioro? Ciertamente que no. Los gobiernos y muy particularmente los de tipo dictatorial como el nuestro, son muy renuentes a difundir hechos y cifras que demuestren palmariamente los renglones de nuestro. l!ub·desarr(lllo Temen la divulgaclón de tan tristes datos, porque confesar su inacapacidad y su egoísmo, seria darle arma~ al adver– sario político. A su vez, los sectores opositores enmaro can su estrate\)ia y su tá·ctica no ,en la crítica de I
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aspectos sociales y económicos, sino que desenfocando el objetivo fundamental de la lucha, la ra~ican en una mera disputa por el poder. POr otra parté, los sectores que me· jor posición ocupan y que deberían ser los más interesados en evitarse c1años posteriores, permanecen no sólo indio ferentes, sino hasta reacios a toda idea de cambio. Se– ñal.emos además que en el pasado losprogra!11as de asistencia propuestos y establecidos por 105 Estados Uni– dos fueron administrados directamente con el Gobierno. No riós extrañemos entonces que el pueblo siga conside. rClndo el nuevo programa como una versión más de la vieja filantropía paternalista del siglo pasado. Costil.r~
mucho esfuerzo para que el pueblo nicaragüenSe, ven~¡l
!:u tradicional apatía, su resignación, su espírit~ <J:)roviden, cialista, para considerar como suyo tarit~ién, como res– ponsabilidad compartida, la ejecución y plal1eamiento de los programas. que integran el pla·n propuesto por los delegados del Presidente Kennedy en la ciudad Uruguaya de Punta del Este.
Pero la cuestión de las reformas tie!1e otr~~ dificulta– des de o.rden práctico Eln estos países. Resulta igual a la tarea reformista que espera a un Ingeniero cuyo, cliente le propone remodelar un edificio construído sin planes racionales. Cada retoque le significa un ,proble. ma no previsto que lo lleva a dificultades no imaginadas.
y esto es casualmente lo apasionante y lo que cons– titllye un verdadero desafío para nuestra pre~ente
generacióli. '
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intereses económicos de paises industriali~dos. con aque– llos que sólo producen materias prlmas?' ¿Podrá seguirse manteniendo en esta nueva et.pa de las relaciones in– ternacionales; la clásica d,octrina liberal·del lilne juego de la oferta y la demanda? Seguirá sosteniéndose como un axioma, el exclusivo eiercicio dE! la inicJaf.iva privada, desconociend
Cl el dirigi!lmo estatal, .en cie.rtas áreas y las corporaciones económicaS ;auspiciadas por 1!1 Estado mís"
mo? Seguirán los precios delal.90d6n y el ca~é fijándOlie
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