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« Previous Page Table of Contents Next Page »suficiente sabiduría para reconocer lo que no sabíamos, y suficiente sinceridad para admitirlo?
TercfJro; ¿fuimos realmente íntegros, hombres que nunca defraudamos ni
él los princi,pios en que creíamos ni a los hom,bres que creyeron e~ nosotros; hombres a quie. nes ni el lucro ni la ambición política pudieron apartar del
cumplimi~nfo de nuestro sagrado depósito?
Finalmente: ¿fuimos realmente hombres consagrados, que no hipotecamos nuestro honor a individuo ni grupo alguno, ni a obligación u objetivo privado, alguno, sino en cambio consagrados solamente a servir el bien público y el interés nacional?
Valor, discernimiento, integridad, consagración: éso tas son las cualidades históricas de la Bay Colony y del Bay
State; las cualidades que este Estado ha mandado sin inte. !,rupción a Beacon HiII¡ aquí en Boston, y a Capitol HiII,
en Washington. Y éstas son las cualidades que, con la ayuda dé Dios, espero que caracterizarán la dirección de nuestro gobierno en los cuatro tormentosos años que nos esperan.
Con humildad invoco Su ayuda en esta empresa, pe. ro consciente de que en la tierra Su voluntad es llevada a cabo a través de los hombres, os ¡pido vuestra ayuda y
vuestras oraciones, al embarcarme en este nuevo y solem. ne via'je.
20 de enero de 1961
PRIMER DISCURSO PRESIDENCIAL
Compatriotas:
i Observamos hoy, no una victoria de partido, sino una celebración de libertad -simbólico de un fin tanto como de 'ún comienzo- que significa una renovación a la par qu~ un cambio, pues he prestado ante vosotros y ante Dios Todopoderoso el solemne juramento instituído por nuestros antepasados hace casi ciento setenta y cinco años.
El mundo es muy distinto ahora; porque el hombre tiene en sus manos mortales el poder para abolir toda forma de' pobreza humana y para abolir, también cual· quier forma de vida humana. Y, ;sin embargo, las mis· mas convicciones revoluciol,¡uias por las que lucharon nuestros antepasados siguen debatiéndose en todo el glo. bo: la convicción de que los derechos del hombre prO' vienen, no de la generosidad del Estado, sino de la mano de Dios.
No osamos olvidar hoy, que somos los herederos de esa primera revolución. Que amigos y enemigos por igual, sepan desde aquí y ahora, que la antorcha ha pa· sado a mImos de una nueva generación de norteamerica· nos, nacidos en este siglo, templados por la guerra, disciplinados por una paz dura y amarga, orgullosos de nuestro antiguo patrimonio, y no dispuestos
él presenciar o permitir la lenta desintegración de los derechos huma· nos a los que esta nación se ha consagrado siempre, y a los que hoy estamos consagrados aquí y en todo el mundo.
Que sepan todas las naciones, quiérannos bien o mal, que en aras de la supervivencia y del triunfo de la liber– tad, hel'lJQs de pagar cualquier precio, sobrellevar cual· quier carga, sufrir cualquier penalidad, apoyar a cualquer amigo u ,oponernos a cualquier enemigo. A todo esto nos compromet!,!mos y a mucho más.
A los pueblos de chozas y aldeas esparcidos en la mitad del globo que luchan por romper las cadenas de la miseria, les prometemos nuestros mayores esfuerzos para ayudarlos a ayudarse él sí mismos, por el período que sea preciso, no -porque los comunistas pudieran estar hacién· dolo, no' porque busquemos sus votos, sino porque es de
justicia. Si una sociedad libre no puede ayudar a los muchos que son pobres, tampoco puede salvar a los po. cos que son ricos.
A nuestras hermanas repúblicas allende nuestra frontera meridional les brindamos una promesa especial: convertir nuestras buenas palabras en buenos hechos me· diante una nueva alianza en aras del progreso; ayudar a los hombres libres y los gobiernos libres a despojarse de las cadenas de la pobreza. Pero esta pacífica revolución de esperanza no puede convertirse en ¡presa de las poten. cias hostiles. Sepan todos nuestros vecinos que nos sumaremos a ellos para oponernos a la agresión o la sub. versión en cualquier parte de las Américas. Y sepa cualquier otra potencia que este Hemisferio se propone seguir siendo el amo de su propia casa.
Sólo a unas cuantas generaciones, en la larga histo· ria del mundo, les ha sido otorgado el papel de defender la libertad en su hora de máximo peligro. No rehuyo esta responsabilidad. La acepto con beneplácito. No creo que ninguno de nosotros se cambiaría con ningún otro :pueblo ni con ninguna generación. La energía, la fe, la devoción que pongamos en esta empresa iluminará a nuestra patria y a todos los que la sirven, y el resplan. dor de esa llama puede en verdad iluminar al mundo. Así pues, compatriotas: preguntad, no qué puede hacer vuestra patria por vosotros; preguntad qué podéis hacer por vuestra patria.
Conciudadanos del mundo: preguntad, no qué pue· den hacer por vosotros los Estados Unidos de América, sino qué ,podremos hacer juntos por la libertad del hom– bre.
Finalmente, ya seái,s ciudadanos norteamericanos o ciudadanos del mundo, solidtad de nosotros la misma me· dida de fuerza y sacrificio que solicitamos de vosotros. Con la conciencia tranquila como única recompensa segu· ra, con la historia como juez final de nuestros actos, marchemos al frente de la patria que tanto amamos, in– vocando Su bendición y Su ayuda, pero conscientes de que aquí en la tierra la obra de Dios debe ser, en reali~
dad, la nuestra propia.
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