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« Previous Page Table of Contents Next Page »~ol'tica Americana. Naturalmente que le contesté al ami· go Dr. López Padilla que con gusto aceptaría dentro de dos o tres días, pues había quedado en el uso de la pala– bra y deseaba terminar mi discurso último contra la apro– bación de los contratos banqueriles. Si después de oir ese discurso todavía el Presidente Díaz creía que yo encajaba en su Gobierno estaba presto a servir al país y a mi Partido.
El Dr. López PadiUa me dio la mano y me dijo: "Ya sabía yo que esa sería su contestación, y le digo que ha– bría sido para mí una gran desilusión el que Ud. hubiera aceptado. Con lo que quedó cerrado el incidente y mi posición bien clara. Para mí no es el éxito lo que deter– mina el deber. Es el deber quien debe buscar el éxito. El deber es luchar por lo justo y patriótico. El éxito es evenh,al y a veces tardío.
Doce años de&pués yo tenía la enorme satisfacción de quemar con propia mano el último bono de Nica– ragua, recibir de manos de los Banqueros en Nueva York una carta en que declaraban que Nicaragua había cum– plido todas sus obligaciones con ellos y quedaba libre de todo com,promiso con los mismos, dueña en su totalidad de las acciones del Ferrocarril del Pacífico y del Banco Na– cional de Nicaragua, sin que nunca hubiese cambiado mi actitud original y dejado de cum,plir mi deber de nicara· gtiense.
Por supuesto que para esta lucha y las que siguieron me puse a estudiar todos los textos de Economía Política que cayeron en mis manos y que bien poco me enseñaron. Cuando estudiaba en el Instituto de León todavía nos ql,le– mábamos las pestañas aprendiéndonos las enseñanzas de Samuel Smith y de la Escuela de Manchester. Sin embar· go como la materia me gustaba, yo leía otros autores, y
entre ellos el que me impresio'nó más fue uno alemán -cuyo nombre nunca pude memorizar- y que fue el principal colaborador de Bismarck. Predicaba un socia· Usmo 'de Estado en busca ele la mejor ~oríña de engrande- . cero a 'Prusia primero y al Imperio Alemán después y se apartaba radicalmente de la Escuela de Manchester. Si mal no recuerdo negué hasta a escribir y soñar con la organización de falansterios y con el impuesto único sobre la tierra de George.
Estos relámpagos de ,sabiduría en una Asamblea de ciegos me daban la respetabi'lidad del tuerto y fuí nomo . brado ,para integrar con don Leopoldo Lacayo y don Ra· món Henríquez la Comisión de Hacienda de la Cámara. En esa Comisión y con los mismos compañeros hice toda mi vida parlamentaria. Don Ramón era un ciudadano honesto y trabajador, y compartía conmigo la idea de que no debíamos hacer compromisos y que el país estaba en capacidad de salir airoso de la situación estrecha en que la guerra nos había dejado, si se manejaban los fondos públ,icos bien y con la misma mano tradicional del Presi· dente Cuadra. Ambos nos habíamos criado trabajando y en hogares sobrios, modestos y cristianos. Conservado– res departamentales sentíamos cierto respeto de segun· dones por los mayorazgos y dábamos ingenuamente por descontado el pa,triotismo de los gobernantes a quienes suponíamos herederos de las virtudes de los hombres de los 30 años. Y puesto que el ,pueblo n:icaragüense nos pagaba nuestro sueldo era nuestro deber dar en servicio' de ese pueblo todo lo que nos fuera ,posible, no sólo en
el trabajo diario si no én cai'ácier para defender, aUn conIra nuestros amigos, los intereses generales del país. La primera tarea que nos tocó fue estudiar el Presu. puesto General para el año siguiente, cuyo proyecto arro. jaba un déficit que se proponían llenar con los préstamos prometidos. Don Ramón y yo sosteníamos que el Go. bierno como cualquier particular debe vivir dentro de
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medios y que los préstamos sólo se justifican SI se em. plean en trabajos que enseguida produzcan lo suficiente para amortizarse a sí mismos como cualquier empresa' particular. Nos propusimos, pues, hacer rebajas en el Presupuesto para ac»modarlo a la verdad y liquidarlo si posible con superávit. Y fuimos tan ingenuós que co– menzamos por rebajarnos nuestros propios sueldos a la mitad.
El compañero don Leopoldo Lacayo trabajaba con nosotros a ratos y estaba de acuerdo en todo lo que fuera mermar el poder de los Sres. Cuadra que manejaban las finanzas en ,tiempos de Don Adolfo. El Ministro de Ha· cienda don Pedro Rafael era un hombre honesto, incapaz de cometer ni consentir a sabiendas que se cometiera nh,. guna irregularidad en su Carlera; pero dedicaba su tiem,po a los embrollos de los Contratos con los Banqueros que él creía eran la bendición para Nicaragua, y los detalles lo_ cales de pagos etc., los maneja"a el Oficial Mayor Sr. Pe. reira, y como don Leopoldo tenía el contrato de suplir el zacate para las bestias del Gobierno y el Gobierno no pa– gaba con regularidad ni los sueldos, don Leopoldo sacaba el Proyecto de Presupuesto y se lo llevaba a Pereira para mostrarle que él estaba empeñado en ponerle al Oficial Mayor de Hacien.da el sueldo de $ 150.00 (oro); o sea cin'cuenta más que a los otros Oficiales de igual cate· goría. Me 'lo refirió el mismo Sr. Pereira y me dijo que opinaba como nosotros, que todos los Oficiales Mayores debían ganar igual sueldo sin hacer exco¡pciones. Refiero esto para enseñar las nimiedades que en aquellos momen· tos tan peligrosos ocupaban la mente de nuestros legis-ladores. '
A medida que transcurría el tiempo fuimos perdiendo el miedo porque vi que en las discusiones, sosteniendo yo lo justo y ,patriótico no había argumentos o sofismas' que me derrotaran, y porque el pueblo que concurría a la barra me apoyaba tan entusia,stamente que los adversa· rios no gustaban de los comentarios del público concu· rrentes a las sesiones. Un viejo campesino amigo me dijo que no debía amilanarme, que a menudo él había visto a un pequeño güis hacer correr a un gavilán. Y además era mi deber. A,sí que cada día iba aumentando mi con· fianza en el combate. .
Al poco tiempo llegaba al Congreso una Concesión a una Compañía norleamericana, Concesión por la que se le regalaban 100 mil hectáreas de tierras nacionales para los cultivos que iba a emprender etc., etc. Apadrinaba la Concesión el Dr. Zepeda, y la defendía también don Mariano, no por intereses, r sino porque estaba ,todavía bajo la hipnosis que algunos paisanos sufren de que hay que quedar agradecidos y regalarles a los exlraños los recursos del ,país, porque así darán trabajo a los nicara· güenses. Ciertamente ql.!e me bastaba el sentido común y lo que yo había aprendido en la ruda faena de corte·s de madera, para no agradecer que me dieran trabajo a cambio de los regalos que les hacíamos. Arguí que ese argumento sobraba. Como dice el vl.!lgo "Pan por· mi
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