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« Previous Page Table of Contents Next Page »tad de contratar, base de la legalidad de todo contrato. De modo que mi tarea era hacer ver la inconveniencia, como simple operación comercial, de los mencionados contratos.
Hube de empezar por hacer ver que los tales contratos ya no tenían significación en las necesidades políticas de los Estados Unidos, ya que el Congreso de dicho país no había aprobado la Convención Castrillo– Knox en la que estaban involucrados los contratos con los Banqueros. No era, pues, cues·tión de Estado. Respecto a su conveniencia sostuve que Nicaraua no necesitaba del préstamo, el que se había reducido de 15 millones contemplados en I\?s contratos originales a una décima parte de esa suma, y en cambio las garantías y concesio– nes que Nicaragua otorgaba quedaban las mismas, y que el Gobierno estaba en posición de hacer economías sufi· cientes para llenar los objetos del préstamo sin necesidad de someter al ,país a humillaciones y compromisos tales. Hice ver que gran número de estadounidenses prominen· tes estaban en contra. Leí el discurso que el Presidente Wilson pronunció en Mobile aconsejando a los Gobiernos Hispano-Americanos no seguir otorgando concesiones y regalando nuestros recursos naturales. Hice ver que con esos contratos hipotecábamos la suerte económica de Ni– caragua por 99 años a un grupo de Banqueros Internacio– nales cuyo único interés es ganar dinero, como dice el refrán "Con honor si puedes o sin él si no".
Hablé casi una hora siguiendo la línea dicha y parece que hice alguna mella en el ánimo de muchos diputados honrados, de tal manera que en votación preliminar los contratos quedaban rechazados en lo general, pero una moción para no rechazarlos sino para discutirlos en lo par– ticular y por artículos para hacerles las modificaciones convenientes al país triunfó por dos votos. Por su,puesto que esto era una treta para traer, como lo hicieron, a dos o tres diputados adictos que por alguna causa pasajera no habían estado en la movida sesión. Una locomotora fue a Masaya y trajo a dos de ellos, y ya en la tarde la mayoría estaba lista para aprobarlos. Nunca pensé que esta actitud mía fuera juzgada como antiamericanista en vez de tomarla por una genuina actitud netamente nica· ragüense. Si fuera ant'iamericanista estaba yo en buena compañía ya que el Congreso Americano les había nega· do su aprobación y el propio Presidente Wilson en el ya citado discurso había amonestado a estos pueblo·s para no dejarse explotar por concesionarios.
Por su,puesto que yo en mi ignorancia no me percibía que en aquel momento histórico esta lucha en Nicaragua no era sino un capítulo en la má·s grilnde de los imperia. lismos sajones, y que la Gran Bretaña cedía ya terreno en América. Los Banqueros Internacionales que con el con– trato de la Ethelburga con Zelaya habían adquirido enor-
mes ventajas bajo la bandera británica, comprendían que necesitaban ponerse bajo la de los Esados Unidos para no perder siquiera en parte las grandes utilidades de que se habían apoderado con los contratos de la Ethelburga y sacarnos como Shylock la última gota de sangre. Así se explica que de los dos financieros que vinieron a hacer los planes económicos para Nícaragua Sres. Connant y Harrison uno era británico y el otro estadounidense, y que casi todos los gerentes del Banco Nacional fueran ciuda– danos británicos, no obstante estar el Banco Incorporado en los Estados Unidos. Los Banqueros internacionales, como las ratas que abandonan el buque antes de que se hunda, se pasaban a la bandera de Estados Unidos y nos cobraban con otro nombre las utilidades de la Ethelburga. El triunfo político era americano pero los platos rotos los pagábamos los nicaragüenses, y los ame",canos saca– ban las castañas del fuego y se echaban las odiosidades de la América española con sus inútiles intervenciones armadas en Nicaragua. Era trágico ,para los intereses del Continente pero así fue. Y todo a espaldas del pueblo de los Estados Unidos que nunca ha aprobado esa política al !iervicio de intereses internacionales con mengua de los ideales que ha abrigado y defendido sin vacilaciones el pueblo norteamericano, fundamento de sus instituciones sociales y políticas.
Los antiameliicanos no éramos nosotros los nicara– güenses que defendíamos nuestros intereses y nuestros ideales sino los entreguistas criollos y los que en los altos puestos del Gobierno de los Estados Unidos traicionaban los ideales y fundamentos de esta gran nación y la volun– tad de su pueblo en pro de intereses de la Banca Inter– nacional.
Era mi voz, casi solitaria, la que se levantaba en el Congreso combatiendo tenazmente, artículo por artículo, los mencionados contratos. Pero yo .solo era un eco de la voluntad inquebrantable del pueblo nicaragüense sin distinción de partidos y también de los numerosos y pro– minentes norteamericanos que en su país se oponían a semejante política. Estoy seguro de que muchos de los hombres que ahora tienen en sus manos los destinos de los Estados Unidos y del Continente, darían años de su vida por que no hubiera sucedido todo lo que, la política imperialista ha hecho en Nicaragua.
El Ferrocarril del Pacífico fue entregado a los Ban– queros antes de que estos hubieran dado un centavo y sin que los Contratos hubieran sido a,probados. Un Mi– nistro, por lo demás muy estimable y de honestidad intachable, se ufanaba en el Congreso de que la nueva administración había pintado de amarillo los carros, pin– tura que él veía dorada, como muestra de la eficiencia en su manejo, y todas esas monstruosidades con que la pa– sión política ciega a los hombres.
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LA TENTACION
En esos mismos días mi amigo el Dr. López Padilla, Ministro de Honduras en Nicaragua, me invitó a comer y a los postres me manifestó que le habían encargado una comisión ante mi humilde persona y que no había rehu– sado por tratarse de otro amigo muy estimable para él, tanto como lo era yo. Tenía el encargo del Sr. Presidente
Díaz de proponerme mi nombramiento de Ministro de Gobernación que se haría el mismo día si yo aceptaba. Naturalmente comprendí que se pretendía por ese medio retirarme de la Cámara, y quizás hasta con la buena in– tención de que no arruinara mi porvenir político con mi ,posición firme contra lo que en Nicaragua se llamaba la
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