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« Previous Page Table of Contents Next Page »tante conservador y mi discrepancia en ciertas materias no era óbice para mi reingreso en la Cámara, lo que refirió a los demás diputados que todos llamaban "los silenciosos" porque rara vez tomaban parte en los debates. Al insta· larse en sesiones preparatorias la Cámara hubo de conocer de las credenciales de la nuevamente electa mitad. El Dr. Zepeda dIjo un alegato legalista sosteniendo que mis credenciales padecían de nueve nulidades que las hadan inaceptables. Enseguida habló el Diputado don Ma· riano Zelaya y no recuerdo si les agregó algunas nulidades más. Nadie me defendió y apenas si el Diputado General Gómez dijo unas pocas palabras para manifestar que vota· ría por la aprobación de mis credenciales. Al tomarse la votación los silenciosos votaron a mi favor. Inmediata· mente, yo, que esperaba en el corredor, entré al Salón de sesiones, me juramenté y pedí la palabra para agradecer a
mis colegas y para decir que .por la modalidad de mi elec~
ción con los votos de ambos partidos, me sentra mucho más representante del pueblo que aquellos otros de "limpias credenciales" por orden del Ejecutivo.
Si antes había tenido la aprobación de la barra popular en esa hora me enorgullecía el haber obtenido 105 votos populares sin distingos políticos y la aprobación dé mis colegas que, si votaban frecuentemente contra mis proposi. ciones, me daban la aprobación de sus conciencias al aproo bar mis credenciales.
y lo referido merece un comentario: la práctica en el Partido Conservador de dejar am,plia libertad a sus miem. bros de expresarse u obrar conforme a su conciencia sin que esto le quite nada de la posición que ocupa en su Par. tido. ¿Se imaginan Uds. a un diputado somocista discre– par una línea de la consigna de su Jefe?
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PROYECTO DE LEY DE ACCIDENTES DEL TRABAJO
En la Cámara hube de presentar varios proyectos de Ley e Intervenir en la discusión de otros que rozaban inte· reses creados y cuya malquerencia me conquisté. El pri. mero fue una Ley de Agricultura que resucitaba la de Zelaya y según la cual los operarios cortadores de café que recibían cinco pesos o más de enganche de una cosecha para otra, si no se presentaban al abrirse los cortes eran traídos presos desde donde estuvieran, así fuera a cien le– guas de distallcia. A mí me duraba aún la terrible impre. sión que allá por el año 98 recibí en mi pueblo natal cuando ví pasar entre dos filas de soldados como cien hom· bres, mujeres y niños reclutados a la fuerza, arrancados de sus hogares ,para obligarlos a ir a cortar café en las ha– ciendas de Managua ,porque se decía que la cosecha se estaba perdiendo' por falta de brazos. Por supuesto que al llevarlos así a la fuerza tenían que aceptar el salario que se les imponía. Y eran los tiempos libérrimos del Re. formador Zelaya. Lo que ahora pedían los cafetaleros de Managua y de Matagalpa era el restablecimiento de las prácticas para salvar el "grano de oro" que para estos pobres cortadores se convertía en granos de lágrimas. Me opuse terminantemente alegando que la Constitución prohibía la prisión ,por deudas. Luego al llegar al artícu· lo que establecía salarios con alimentación luché por es– tablecer por Ley una alimentación mínima y alojamiento adecuado e higiénico, pues por aquellos años aún se ha– cinaban, durmiendo en el suelo, mujeres, hombres y ni– ños. Incluí otras prestaciones y al fin los interesados optaron mejor por retirar sus proyectos antes que acep– tarlos con las condiciones establecidas en él.
Pocos días después presenté un proyecto de Ley para la indemnización en caso de accidentes del trabajo. A fin de no provocar rudas oposiciones y poner la ,primera piedra del' Derceho Laboral copié íntegra una real orden del Rey de España. Naturalmente la oposición estatló so– bre todo por la protesta del Gerente del Ferrocarril del Pacífico, Mr. O'Conell, que era entonces la principal empresa que estaría obligada a esa ,prestación, y sus re– presentantes en la Cámara me tildaron de .socialista, pa· labrota que asustaba todavía porque aún no habían nacido los comunistas. Ninguno de los Diputados que se tenían por hombres de ideas más avanzadas liberales me dio su
apoyo franco, sin embargo los silenciosos, gente de bucm sentido y de educación cristiana, sentían que mis alegatos estaban basados en las Doctrinas de Cristo. No obstante, el Diputado don Mariano Zelaya en primer lugar y el Dr. Zepeda en segundo, ambos católicos ardientes y practi. cantes, se me enfrentaron tenazmente, y ocurrió un di· vertido incidente. En una de las ,sesiones nocturnas en la cual se puso a discusión mi proyeto de Ley, pedf la palabra para leer en favor de mi tesis un escrito de distin· guido y eminente escritor. Don Mariano se levantó para refutar argumentos que había leído yo y ,para decirme nuevamente que yo estaba siguiendo el mismo ,camino socialista. Al terminar tomé nuevamente la palabra y muy tranquilamente dije a don Mariano el sentimiento que me causaba que siendo tan buen católico se pusiera contra las enseñanzas del Sumo Pontrfice, pues lo qué yo había leído, cambiando el usual lenguaje por el común hablar, era la Encíclica Rerum Novarum de León XIII y mi proyecto de leyes copia, como dije antes, de una Real Orden del Socialista, Su Majestad el Rey de España. La impresión causada por este ardid fue grande y la Cámara habría aprobado mi ley, pero mis adversarios alegaron que conforme a la Constitución, mi proyecto debía pasar en consulta a la Corte Suprema. Y allí durmió el sueño de los trasnochadores y no volvió a la Cámara sino cuan– do yo había dejado de ser Diputado.
Cuando discutíamos la Ley de Accidentes del Trabajo me encontré en el tren con un rico hacendado leonés, conservador, y amistosamente me hizo el cargo de que yo estaba soliviantando los ánimos populares con mis ideas socialistas. El interpelado era un buen católico practi. cante. Me contó que hacía poco un muchacho a quien él mandó a limpiar un barril que había contenido gasolina tuvo la imprudencia de quitarle el tapón fumando un cigarrillo y los vapores de la gasolina habían estalla~o y
le inutilizaron la mano. Ahora, me dijo, el muchacho me reclama que le pague la curación y su sueldo y me habló de tu famosa Ley. Yo no tengo la culpa, me dijo, de su imprudencia. Le repliqué preguntándole si había medio tado bien en eso de no tener la cul,pa y le rogué me con– testara estas preguntas: ¿Ud. sabía que el barril habfa contenido gasolina? ¿Se lo explicó así al operarlo?
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