Page 56 - RC_1964_12_N51

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i orosa mulita. Mis dos amigos, que ya

~;bían llegado de El Reale.j,? y se hallaban insfalados e~ la casa, preÍlne,:on quedarse: En una manana .Eresca y radlBnfe, con ml nuevo sirvienfe, tylonfé a la. pueda y a los ]?o– cos minufos hab~amos sahdo .de los .barn;>s de la ciudad, ienlendo el camlno haCIa Lean frenfe a nosofros. La disfancia es de unas veinfe millas, sobre un llano casi perfecto, aunque algo ondulado cuando uno se apro– xima a la capilal. Cuando se viaja en Cen– ira América, en la sierra como en el ferreno plano debe hacerse con el frescor de la ma–

ñana.' La señora Ille apuró a que saliera a

las ocho, afirmando desde enfonces, que me vería obligado a quedarme en el camino pa– ra evifar el aguacero o para escapar de los ardientes rayos del sol. J>.1li sirvienfe era na– tivo de León y adoraba su lugar nafal.

"No hay cosa", nle dijo, "que no se en–

cuenire en León, Señor". "Es una ciudad hermosa, aunque en el día muy iriste".

La vieja rivalidad enfre León y Granada existía todavía en la menie de mi acompa– ñanfe, quien se burlaba de la idea de que los granadinos pudieran refener la ciudad un mes más anie los asaltos de los leoneses, que esfaban sifiándola. Como a una milla de la ciudad me rogó que le permifiera de– fenerse en una pequeña hacienda en donde él había hecho recienfem.enfe una compra de impodancia, así, al dar vuelia por un pinfo– resco pasaje emparrado que sale del camino real dimos con una casa pequeña donde Pa– blo parecía fener un poco de influencia. Su imporfanfe compra resulfó ser un vigoroso gallo de pelea, al que preparaba para jugar– lo en una próxima festividad. Después de

examinar afec1:uosamente a su cam.peón, a

BU pesar reanudó el viaje. El camino entre Chinandega y León es como el ya descrito de El Realejo. Una jornada de más o menos nueve millas nos condujo a la pequeña po– blación de Chichigalpa, pueblo de unos dos mil habitanfes. Aquí se halla una de las más antiguas iglesias del país. El lugar mosfraba el mismo silencio, el mismo aspec– fa desértico de los otros pueblos, y con la excepción de unos pocos chiquillos que nos miraban fijamenfe, desnudos e inmóviles, no había más signo de vida cuando entra– mos. Las casas son de adobe, sin repello, consfruidas desordenadamenfe, sin el menor asomo de simefría.

Proseguimos por la calle principal hasfa la casa de mejor aspecfo donde desmonfa– mas y al enfrar nos enconframos con varias n;ujeres que esfaban haciendo cigarros. Fá–

cilmente entraron en conversación con no–

Bofros y me preguntaron si yo era el Minis–

f~o. El Gobierno de los Esfados Unidos ha– bla enviado fanfos de esfos honorables emi– Barios a Nicaragua que fado nodeamericano era considerado como si llegara en el desem-

peño de un cargo diplomático. Se me pre– paró una jícara de tisfe inmediafamenfe, y meciéndome en una hamaca conforfable em– pezaba a olvidar la advedencia que me hi– ciera la señora Monfealegre cuando Pablo

ITle recordó que todavía teníam.os varias le–

guas por delanfe; así que respondiendo al formal adiós de las comadres de Chichigal–

pa, coniinuarnos nuestro viaje hacia el Es±e.

El camino -uno de los mejores de Nicara– gua- es ancho, parejo y bordeado de seño– riales árboles, bajo cuya grata sombra pasa el viajero la mayor parte de la ruia. En es– ta esfación, sin embargo, se habían formado grandes charcos de agua, haciendo que las carrefas se desviaran del camino principal para penefrar por los matorrales adyacenfes.

Media milla adelanfe del pueblo divisé un caballero fornido, de aspecto jovial, que se aproximaba monfando una hermosa mu– la. Juzgué bien, por la descripción que se me había dado de él, que el'a el Cónsul in– glés, Sr. Thomas Manning, para quien yo te– nía una cada de presentación. Por lo tanto, me dirigí hacia él y pronto estábamos ha–

ciendo un intercambio de noficías. lba "en

ruta" hacia El Realejo y, en pocas palabas, me dio defalles de la guerra y de los proba– bles resultados de la lucha. El Sr. Manning era residenfe en Nicaragua desde hacía mu– chos años y se había hecho rico medianfe

las ventajosas concesiones comerciales o±or–

gadas por el Esfado, mienfras sus paisanos monopolizaron el comercio. Señaló hacia el horizonle obscuro de nubes por el Sur, y me aconsejó que pasara la noche en la aldea de Posoliega, unas pocas millas más adelanfe; y luego, poniendo a mis 6rdenes su casa en León, prosiguió su camino. Media hora des– pués llegamos a la aldea y Pablo me con– dujo a una posada donde desLuonfamos, or– denando más iiqte, única bebida que aparte del aguardienfe se podía obtener en el ca–

mino.

Después que desmontamos, Pablo recal– có que la muchacha más bonita de Posoliega vivía en la posada y, al entrar, ví a tres jó– venes bien vestidas, una de ellas meciéndose

en una haTIl.aca, cuya ocupación no cesó

cuando enframos excepfo cuando volvió su rosfro hacia nosotros para decirme: "aCómo esfá caballero'?" I las ofras dos se hallaban senfadas en la pueda frasera examinándose

muluamen±e las xnanos. La luadre, una an–

ciana marchita y parlanchina, miró apresu– radamente a su progenie y satisfecha de su

apariencia, Ine dió la bienvenida, inquirien–

do noticias de Chinandega. Pronto ví que la bella aludida por Pablo era la de la ha– maca, y tanto corno podía juzgarla a través de la obscuridad, se acercaba lo más íntima– menfe a la verdadel a beldad que yo había visfo en el país: dientes finos, morena de co– lor, cabellos en bucles arreglados con buen gusto, fez aceitunada, formas perfectas, gran-

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