Page 134 - RC_1965_01_N52

This is a SEO version of RC_1965_01_N52. Click here to view full version

« Previous Page Table of Contents Next Page »

1 s sobrebotas son suficientes. Entonces us– t:d grita en.un argentino castellano, ro_,,!an– do ser admitldo y la res'p~esta es un filru.nldo S· usted agrega un allClente pecunmno en

u~ castellano más elocuente, la respuesta es una algazara de chiquillos que chillan en co– ro Y el regaño de. l,a señor,;, despertando ~ su compañero dorrnilon, a qUlen ordena abnr la puerta a los extraños. Don Fulano, Alcalde primero del centenar de nativos, se levanta

medio desnudo de su cama de cuero, abre

la puerta. de un g~ll?e,. espía en 1,';- hÚ!)1-e~;,­

noche y dlCe monosilablCamente: ¿,Qulen?

Sigue luego una conversación en la que los principales argumentos, de parle de él,

son:

"No hay nada de comer", "muy pobres",

ni víveres ni camas hay"; y de parte de usted:

"Oficial del Gobierno", "el Presidente

Cabañas", "Don Francisco Zelaya lJ

,

"Crisiia–

nos" y lo que es mejor de todo, el retintin indolente de unos pocos "reales", los que us– ted deja relucir en la claridad que sale por las rendijas.

Por fin, la puerta se abre y usted obtiene permiso para poder ocupar el suelo por la noche o quizás para colgar su hamaca de las vigas.

Sin embargo, dormir es imposible; el ronquido del señor que responde con un gru– ñido invariable al regaño frecuente de la se– ñora que le invita a que atienda las necesi– dades naturales de una media docena de ne– cios chiquillos; el canto, la nerviosidad y el batir de las alas de lc;:>s gallos de cuya ubica–

ción, encima, usted inm.eclia±arnen±e se dá

cuenta por las leyes de la gravitación; el re– buzno de los burros, el ladrido de los perros, iodo esto agregado a los alaques de ese in– domable caballo de guerra de la tribu de los insectos, la pulga, todo esto le dá a usted una noche n'lás rCliserable que el dl.a y hace que salude el amanecer con un fervor que no es para descrito. Usted se levanta al alba, chu– pa su pipa con placer, bebe un sorbo de café o de chocolate, hace sus abluciones a la ca–

rrera en la quebrada rnás cercana, monia y

sale de nuevo, con. renovado valor, a cruzar

los interminables y tristes pasos de la mon– taña.

Así fuimos recibidos en Guaimaca y pa– samos una noche tan terrible COlTIO sólo pue– den apreciarlo quienes lo han experimenta–

do. Pero en la mañana, así que salimos de la choza, encontrarnos una esceria totalmen·

te distinta. El día estaba despejado y lran– quilo. Las nubes cargadas de lluvia se ha– bían disipado hacia el Oeste y un cielo azul cubría de lado a lado el pequeño anfiteatro de Guaimaca. Una atmósfera pura y suave

lo vigoriza iodo y parecía imbuirnos nuevas

energías para continuar nuestra ruta por la

montaña. Una muchacha de unos diecisiete

ai1.0S enlró en la choza mientras nos desayu–

nábamos. Llegó luego un buhonero ambu–

lante vendiendo vestidos, cintas y dijes para lTIujeres y se trabó una discusión entre am– bos por cuairo reales en cuanto al precio de

un vestido que la bella campesina deseaba

comprar para estrenarlo en la función, que

ya estaba cercana. Calculando yo una re– cepción hospitalaria a nuestro regreso de

Olancho, lo co:rnpré y se lo obsequié a la ma– dre, que inmediatamente salió y después de explorar la pequeña población regresó con

una. docena de huevos, una gallina, una pi–

rámide de tortillas, aumentando así grande–

mente nuestras provisiones La fies.ta de San

Diego, dijeron, se debió haber celebrado ha–

cía una semana pero el cura cayó enferrrto y

no hubo quien dirigiera apropiadamente las

ceremonias.

Antes de mi golpe de suerte con la seño– ra Hipólita y de hacerle mi obsequio a la ni–

ña Alvina, su hija, había hecho un recorrido

en busca de ali:rnentos por la aldea, que con–

sistía en caiorce chozas de adobe, pero sin

éxito.

"Esta es una tierra de abundancia, Se–

ñor", dijo una negra que, con su chico a hor– cajadas en la cadera, se paró a contestar, mi

petición por algo de comer, "pero la langosta lo há devorado todo este año".

Pregunté en la choza de una anciana descalza, con el pelo revuelto cayéndole so– bre la cara, que se hallaba barriendo el piso

con una escoba de monte.

"Señor", me dijo, "aquí fenemos poco qué comer para nosotros; este es fie:rnpo de

escasez Vaya con Dios!" y cerró la puerta, siendo ella n'lisma una estampa de penuria

y miseria.

Encontré al Alcalde durmiendo a todo lo largo sobre un banco, con el pelo parado corno nido de urracas y los pies desnudos em– barrados con un lodo rosado.

"Amigo", le dije con el debido respeto

a su cargo, "ayúderne a conseguir algunas

tortillas y frijoles para mi viaje".

"Señor", repuso cuando despertó ante

mi repetida demanda, "aquí no tenernos ab– solutamente nada qué comer. Esta es época de terrible escasez Me terno que tendremos que abandonar este lugar y buscar los valles de allá abajo para poder sobrevivir".

"Pero", le dije señalando unos tasajos

de carne seca ennegrecida por el sol que col– gaba de un palo atravesado entre dos pos-

-111_

Page 134 - RC_1965_01_N52

This is a SEO version of RC_1965_01_N52. Click here to view full version

« Previous Page Table of Contents Next Page »