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« Previous Page Table of Contents Next Page »leza de sus brazos, en el infinito poder de superación del ser humano. Por la compren– sión de sus anhelos y por ser fácil de precisar la meta de sus esperanzas,. creo que en el Valle de El Zamorano se ha encendido un motor que no habrá de detenerse. Creo que este antiguo pinar de Honduras, en donde un hombre de América, nacido en Colombia, "vigorizó su aliento" para decir poesía y pro– fecía, asiste al parto de una nueva concep–
ción económica, es 1estigo de un humanismo
redivivo que habrá de colocar al hombre en el sitial de honor que le corresponde.
Un legado que preservar
Aquí el árbol enhiesio en la ladera, para que sirva a la causa del hombre. Aquí el suelo y las aguas protegidos bajo el rumor de los árboles, para que sean siempre del hombre. Allá el abono que restituye lo que hemos aprovechado, para que el ciclo de la naturaleza pase por el hombre. Encima del verde de los campos y en medio del polen, el insecto que lleva el germen de la fecundi– dad. Y el animal doméstico y las aves y los peces y el mundo subterráneo El equili– brio, en fin, para preservar y aprovechar el legado que recibimos y que habremos de en– tregar luego a las próximas generaciones y a las que habrán de llegar después de ellas.
Una erosión humana
El señor Ministro de Educación de la Re– pública d? Honduras ha <;li,?ho, cómo es gra– ve el fenomeno de la eros1ón en las tierras de América. Ha dicho cómo el suelo se co– rre debajo de nuesiros pies y cómo las es– cuelas de ese hecho son inimaginables en horror. Y dice verdad el señor Ministro. Pe– ro, si bien es cierto que la corriente de los suelos hacia el mar -esta accesión de lo te– rrestre a lo marino-- debe inquietar a quie– nes poblamos la corteza sólida del planeta,
no es Ill.enos cieno y sí mucho lTIás grave que
hay una erosión humana, una "inferioriza–
ción" del hombre, unas lesiones irreversibles en las más nobles células de· su organismo, causado todo ello por la plaga del hambre. Del hambre aparente y de la inaparente. co– mo las llama Josué de Castro. De la "ham– bruna" que va pegando la piel al esqueleto hasta reducir a la inanici6n. Y de esa aira
-insuficiencia de proteínas, vitaminas y mi–
nerales- que na se muestra con los caracte– res de la tragedia pero que percibimos clara
e instantáneamente en el gesto de cansancio,
en la figura deforme, en la mirada perdida o en el ademán iracundo de quien no se re–
signa a perecer.
Esta erosi6n humana es la que, j6venes agr6nomos, han aprendido a combatir. Es– ta necesidad de que la tierra fructifique pa– ra todos es la que da motivo a su conato.
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