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arriero y la carga, ;:!eJamos la clu~ad h~c1B
las elevadas montanas que se ergulan grIses
y solemnes ante nosotros. Nuestro
1 umbo era casi hacia el Norte, buscando el paso de
los ríos Moramulca y Nacaome, que juntán– dose a una milla de la ciudad forman un caudal considerable que desagua en la bahía de Fonseca, cerca de La Brea. Las lluvias de la noche anterior habían hecho crecer los ríos en rápidos remolinos, que formaban en la confluencia una espumante lnasa, cuyas ondas hacían el paso del desvencijado y vie– jo cayuco, materia de desconfianza si no de peligro. Hasta el correo peatón del gobier– no, para quien se supone nada hay que im– pida su marcha, rehusó cruzar el río, y el Caronte del lugar nos aconsejó que esperá– semos a que bajaran las aguas. Dejé el ca– so para que lo resolviera T y éste, al ins– tante, opinó por el cruce. El río iiene aquí, n.,ás o menos, doscientas yardas de anchura. Varios muchachos se bañaban cerca de la orilla, se zambullían sin n.,iedo y buceaban, formando divertido contraste los copos de eS– puma con sus figuras brillantes resplande–
ciendo corno marsopas a los rayos del sol
El cayuco era una rnera piragua, pero en él nos metimos con todo el equipaje y, dejando las mulas al cuidado de nuestros sirvientes, nos echamos en el río. Con la pértiga nos dirigimos aguas arriba varios centenares de yardas antes de entrar directamente en la co– rriente. Agarrándonos con fuerza de l!3-s raí– ces y de las ramas suspendidas, después de media hora nos detuvimos en un punto co– mo a doscientas yardas del desen"lbarcadero. Los remeros se sentaron y ajustaron los ca–
nales para hacer un fuerte impulso, y cuan– do iodo estaba listo el de adelante dió la se– ñal de "Hoo-pah"! El cayuco se desliZó por el torrente embravecido precipitándose corno una flecha. El agua entró por ambos lados; los hombres se empeñaron en su trabajo co– mo demonios, pero a pesar de sus esfuerzos el frágil bote gir6 como en un vértice. Fui– mos arrastrados, impotentes, más abajo has– ta una serie de rápidos, en los cuajes la des– trucción de la canoa parecia inevifable, y, en
\Terdad, estábamos completamente a su mer–
ced, cuando un remolino favorable nos lan– zó como bala de cañón en medio de un mon– ión de madelos flotantes, y de ahí, poco a poco, ganamos la orilla, completamente em– papados y viendo como nuestras cosas nada– ban en el agua que había entrado al bote. Las mulas cruzaron el río en un punto más abajo, con las cabezas apenas visibles fuera del agua y resoplando como cochinos, en su esfuerzo excepcional. Mojarse totalmente, sea por los chaparrones o por navegar en
bongo, había venido a ser cosa corriente, pro–
pia del viajar en la estación lluviosa; así que, sin tratar de cambiarnos la ropa, ensillamos y salimos hacia Pespire, que queda El una disiancia de cinco leguas, felicitándonos in-
teriormente de haber escapado de ahogar_ nos de lo cual, según opinión de T. ha–
bía~os estado muy cerca. Mi acompañante iornó estos pequeños incidenles con estoica
indiferencia, creyendo que COITlO él había re–
suHado ileso en las mil y una revoluciones del país, tenía una oportunidad de igual Se– guridad en sus viajes por las sierras.
Viajar por las montañas como Se hace
en el interior ele CenJero América es, en mu~
chos respectos, igual que en los Andes El camino real es en las cordilleras mera– mente un trillo para mulas. La única carre_ tera (hecha o mejorada! en el territorio es la de la Compañía del Tránsito, en Nicara– gua, que une San Juan del Sur con ~a bahía de La Virgen. El gran valle de Lean hene caminos naiurales que son parejos y buenos
en el verano, aunque polvorien1os. Podrían
mejorarse con poco gaslo, pero allá falta es– píritu de empresa para acometer tales obras. Del camino real en Honduras paríen, de
cuando en. cuando, senderos laterales entre
las arboledas, que conducen a pequeñas al– deas cuya población oscila de quinientos a ochocientos habitanies. Eslas aldeas se ha– llan diseminadas en lodo el país a distancia de unas diez leguas, de tal manera que es raro que el viajero no pueda llegar a una de ellas después de su jOlnada diaria
Provisiones de boca tales como carne se–
ca, queso, chicha, aguardiente, tiste, algu–
~as veces catne de venado, gallinas, huevos,
leche, tortillas, salchichas, arroz y frijoles, pueden cotnprarse en estas aldeas y en las pequeñas haciendas dUlan±e la estación de
abundancia, pero durante los últimos cuairo
años, a consecuencia de la langosta y de las
revoluciones, escasalYl.enfe había lo suficienfe
para sustentar a sus habitantes, y el viajero
a nlenudo fiene que acosfarse en su hamaca
sin haber cenado y sólo pensando en una mejor perspecliva para el día siguienle.
Pero el viaje a través de las montañas es algo ameno, después de todo, si se cuenta
con un. cOlUpañero agradable, un criado ra–
zonablemente honrado y el espíritu despier– to para gozar de los paisajes raros y desco– nocidos, siempre a la vista. Uno salta de la hamaca al rayar el día y ya el ambiente es– ±á alegre con el trino de los pájaros, pues pa–
ra llevar a cabo lln día de viaje debe éste
principiarse antes de la salida del sol, para descansar durante el calor del mediodía a la sombra de la arboleda más cercana en donde con el agua cristalina de una fuente el sirviente prepara el tiste o el café, mien–
:has reclinado en la hamaca, enlre árboles
cargados de ±lores, uno se regodea en el fres– cor delicioso; o si uno aprecia el lujo de un baño para quitarse el polvo del camino, se sumerge en la linfa plateada de alguna pe– queña cascada, de donde sale fresco y listo para continuar la jornada.
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