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« Previous Page Table of Contents Next Page »Los propietarios de las haciendas de ga– nado envían a sus mayordomos a las monta– ñas a recoger la resina que exuda a través de los poros del árbol y, a menudo, corno la del
durazno, se concentra en algún nudo a lo
largo de la superficie lisa. La goma o resi–
na gotea de la incisión en lágrÍInas transpa–
rentes hacia los conductos hechos por los na– tivos hasta que, de una espinita insertada en
un punto conveniente, puede recogerse una
botella o más de líquido. Según supe, de las ramas más altas se obtiene un producto de mejor calidad.
La pestaña hecha de hojas de plátano y que se ata apretadamente alrededor del
fronco, se deja por varios días para encon–
Irarla después llena de la preciosa deslila– ción. Con Julio, el mayordomo de Lepagua– re fuí a ver uno de estos árboles corno a dos leguas, donde él recogió por lo menos una botella, de las pestañas hechas de hojas. El Ironco del liquidámbar eS pegajoso al tacto, donde numerosas abejas quedan atrapadas cuando, alraídas por la substancia glutinosa que exuda de los poros, acuden a la corteza. La goma cuando se ernbolella adopta la con– sislencia de la mieL En la caballeriza del General Zelaya había por lo menos dos ga– lones de liquidámbar, que no usaba sino con el propósito <1-" curar las heridas de los caba– llos, las mulas y el ganado. Mientras esluve ahí ví un patacho de yeguas y potros que se encorralaban por haber sido mordidos por los campiros o heridos por las bestias salva– jes. Las heridas se limpiaban primero con un cocimiento de plantas medicinales reco– gidas por uno de los muchachos, y después se las cubría con liquidámbar. Se me ase– guró que nunca fallaba para una cura rápi– da de las heridas en la piel de los caballos,
y que en las montañas cuando los cortado–
res de caoba o los cazadores se hieren, inme–
diatamente se aplican de este árbol el reme– dio consiguiente. Los indios, con el objeto de preservar su dentadura la mastican, pero si la goma está muy espesa le mezclan algu– nas veces otras subtancias. No ví liquidám– bar sino en Olancho, e investigando en otras partes de Centro América supe que señala– ban esla sección del islmo centroamericano como particularmente abundante en dicho árboL
Desde el día de nuestro arribo a la ciu– dad de Juticalpa la población aumentaba c?nstantemente. Todo era alegría y entu– ¡'aSmo con los preparativos para la función, ar(lamente esperada. Se reunieron las au– londades y dieron licencia a los habitanles para que pudieran disparar armas de fuego
y bOmbas, la pequeña guarnición del cabil– do Se atavió lo mejor que pudo, desfiló por lhas ~alles y a intervalos despertaban a los ablÍantes con el eco de su cañón de mon– taña, viejo y destartalado armatoste espa-
ñol del calibre de las escopetas que sirven para cazar patos. En Cenlro América se es– timan los cañones por el ruido que puedan hacer. Un grupo de señoritas se reunió en casa de Doña Teresa, al otro lado de la calle.
El inferior, como pude ver desde mi ventana,
estaba alegre con la policromía de los estam– pados, cintas y mantones que llevaban. La gente llegó de todas partes. Venían a dia– rio desde lugares a cincuenta millas de dis– tancia. La plaza de toros estaba recibiendo los toques finales de los trabajadores que du– rante varios días habían estado trayendo a la ciudad con bueyes y mulas cargas de ra– mas y palos para completar las barreras.
Varios :músicos, que iocarían durante la se–
mana de festejos, habían visitado al señor Garay para la acostumbrada contribución, los pudientes de la ciudad habían estado en
solemne cónclave en nuesfra casa con los cu–
ras, discutiendo los gastos del decorado de
la iglesia en una :manera que concordara con
la importancia de la ocasión; los toros (siem– pre suplidos gratuitamente por el señor Ga– ray) ya eslaban en camino desde sus hacien– das; los cohetes y buscapies (también los lla–
man escarba-niguas) anuncian la funció:p.
chisporroteando y explotando alrededor del cabildo, y la dormida ciudad de Juticalpa,
cornúnrnenie tranquila, presenta ahora una
admirable escena de ruido y excitación.
Durante todo este bullicio, tocado con sus vestiduras de fiesla, con su pierna coja sostenida entre cojines y su hamaca arregla– da de tal modo que halando una cuerda sus– pendida del lecho pudiera mecerse de aquí para allá, el viejo caballero abrió su casa y distribuyó monedas y consejos a las varias personas que diariamente le visitaban. Al– guna vez, a hurtadillas, un sujeto entraba a
su cuarto, sombrero en mano, y se sen±aba
respetuosamente sobre un baúl y quedaba mudo, con sus ojos fijos y lánguidos hacia el piso. Cuando el señor Garay había termi– nado sus asuntos con el sujeto que había ve– nido antes, miraba con bondad hacia su nue– vo visitante, prendía un cigarro y le decía,
"Ahora, amigo, ¿qué Henes?".
A esto el sujeto (ahora seguro de su éxi– to) levantaba los ojos, decía que él trabajaba
duro para sostener a su madre ciega o a sus
pequeñas hermanas, pero que debido a los destrozos de la langosta le había sido impo– sible conseguir un medio para poder celebrar la fiesta a la gloria de Dios, y después de un largo cuento bajaba otra vez los ojos y per– manecía en silencio. El viejo golpeaba con su baslón el piso, llamaba a un indita que tenía de criado, quien procedía a abrir un baúl antiguo de roble y sacab", de él una ca– ja llena de monedas de cobre. Estas eran contadas cuidadosamente y dándoselas al peticionario, le decía, "Vamos! Sin duda
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