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« Previous Page Table of Contents Next Page »en sentido complernentario. Lógicamente es– te hecho agrava el problema. El desarrollo nacional es básico para el éxí±o del desarr~
110 regional y no creo que deba pensarsE> o acusarse a alguien de nacionalista por acep– tar esta realidad. No se debe rnarginar el problerna enunciando siznplemente condicio– nes especiales para los países menos desa– rrollados, sin precisarlas y coordinarlas, por– que hay de por medio una empresa privada y porque el control de esta situación queda en manos de~ sector financiero. Nadie obje– taría que un¡;¡. ayuda externa sea mayor pa– ra unos que para oiros. Lo iznportante es que no se presione, mediante una lirnitación de !;lsistencia financiera, al país que está ha– ciendo rnás esfuerzo para que espere a los airas La integración, a menos que se pien– se en intereses políticos, deberá siempre ser cornplementaria al desarrollo nacional.
No quiero ;terminar mi parficipación en esta noche sin dejar de hacer una ligera re– ferencia al caso de Nicaragua. El principal peligro que debernos eludir, consiste en nues– tra tradición de confundir legislación con ad– minisiraci6n y regirnentación con polífica económica. Aún en el caso de que logrernos forjar la instHucionalidad de nu~str9 merca– do común sobre bases reales, podemos rein– cidir en nuel\ltro viejo vicio de creer que el ordenarniento legal lo resuelve todo y que se puede presoindir de las rnedidas ulterio– res. El ordenamiento legal no es sino el lla– mamiento para q"l,le el gobierno y los parti– culares adopten medidas concretas para la realización de n~estra integración. En mis contactos personales con los empresarios ni– caragüenses no he. logrado encontrar ni el espíritu, ni la ótgariización, ni la mentalidad que la integración eXigen. Sus reacciones han ido del fatalismo determinista al opti– rnistnq más irracional. Carecen de la. con~ cienc~~ y no se ll?,~ ha dado la. orienta.ción ne– cesarla para aprovechar las oportunidades del movimiento integra.cionista, ni para asu– m.ir las responsabilidades que conlleva. Unos han considerado la integración corno una fuerza superior y ajena a ellos, decretada por poderes sobrenaturales, a los que hay que resignarse aunque irnpliquen la ruina total. Otros, embriagados por el triunfo de alguna escaramuza en el rnercado centroarnericano, creen que están equipados para librar la ba– talla total, cuandó sabernos a ciencia cierta que no lo están. Recordemos que nuestra actividad rnanufaC±urera en casi foda su ex– tensión se está llevando a nivel de artesanía.
y en este rnundo artesanal, agobiado por la tradición, sofocado por horizontes liznitados, le hemos abierto ex-abrupto las compuertas de la avalancha integracionista, que trae consigo fodas las responsabilidades y todas las oportunidades de una revolución indus– irial rno~erna; que iznplica calTIbios de acfi– tudes, abandono de tradiciones, dominio de
la tecnología, conocirnientos 4e prácticas co– rnE;)rciales, riesgos de cornpe±encia que nues– tros empresarios ni siquiera sospechan. Cau– sa sen±iznien±o de lásfirna y frustración oir a nuestros pequeños industriales cuando se en– fren±an al problema de integración, córno re– claman orientación, solicitan auxilio, iznplo– ran información. No creo que el celo y la abnegación que han demostrado los respon– sables de nuestra política integracionista, de– ban circunscribirse a la negociación de pro– tocolos y a la celebración de convenios, sino que una vez que se haya determinado el ré– gimen de las diversas actividades económi– cas, deben ayudar con la misrna vocación y desinterés a las empresas concernientes, pa– ra que la integración sea para ellas una opor– tunidad de progreso y no un motivo de rui– na. Ya debernos tener preparados los rne– canismos que nos permitan adaptar a nues– tras empresas al desarrollo de la integración; tales como polífica crediticia clara y defini– da, asistencia técnica, eficiencia administra– tiva, orientación empresarial, sistematización y distribución de información.
Nuestros pequeños países pueden llegar a formar una gran nación a base de realida– des y conveniencias de nuestros pueblos y no a base de granctes concepciones idealistas. Los marcos generales del ideal son necesa– rios, pero deben susien±arse con realidades y rnecanisrnos operativos.
Se ha dicho que aquellos que olvidan la historia se ven obligados a vivirla de nuevo. Por consiguienfe, conviene a rnodo de com– paración hacer, eri este Seminario, una pe– qUéfi.a recapitulación sobre' la historia de nuesfra fracasada federación política. En 1821, nuestros próceres se lanzaron a la ern– preSa de ganar para nuesiros pueblos su ¡i– bedad y de edifi~ar para ellps la unión. Los fundadores de I1uestro liberalismo polHico concibieron siernpre que "unión y libertad eran conc;epios, si no equivalentes, por lo rnenos complementarios"; para ellos libertad sin unión irnplicl¡lba debilidad y aislamiento, y unión sin liberfad, firanÍa y arbitrariedad. Sólo la unión daba para ellos contenido y sentido a la libertad, pero sin el;lta últirna no podía prevalecer una unión C!.ufénfica. De allí que ellos siempre pelearan por la unión y la libertad a la vez. Para esta ernpresa no se escatimaron ideales, ni faltó abnegación, ni se ahorró esfuerzo; sin embargo, al final, los pueblos centroamericanos se quedaron sin libertad y sin unión., y fueron más bien presas del desorden y' la tiranía.
La elocuencia y profundidad de un his– toriador nicaragüense nos ha dado la expli– cación de esta fragedia, en· que el propósito de nuestros próceres y del resultado de sus acciones ¡;le fueron alejando cada día rnás. José Coronel Urtecho ha hecho ver que el
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