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en el poder: Adolfo Díaz, EmiliclOo Chamorro, Diego Ma– nuel Chamarra, por muerte de éste, Bartolomé Martínez

y por elecci6n popular Carlos 5016rzano, elevado por casi todo el partido liberal.

Esta transacción no prosperó tampoco. El año de 1925, el l' de enero, tom6 el poder 50l6rzano, y el 28 de agosto del mismo año hubo el primer golpe de iuerza dirigido por el jefe de la fortaleza de Tiscapa y

V'arios conservadores, y el definitivo de 25 de octubre

siguiente, dado por el general Chamorro, seguido de la

persecución y expatriación del vicepresidente doctor Juan

Baulista 5acasa y la obligada renuncia del Presidente 50– f6rzano, el 16 de enero de 1926, proclamándose ense– guida Presidente defado el general Chamorro.

Luego la cruenta guerra de 1926 y 27, en la cual el autor ~e este monografía tomó parte, dándole térmi– no con los convenios de Tipitapa arreglados con el CO~

ronel He"ry L. Stimson, representante del Presidente Coolidge, bajo la palabra de honor del Gobierno de Washington.

Nuestra vida adual, la de 1925 hasta la fecha es de todos conocida, y como se trata de hechos en 105

cuales ha sido copartícipe el autor de esta monografía, le pone término y entre en el objetivo prindpal de esta historia. Habla ahora como gobernante, para exhortar 01 pueblo nicaragüens'e todo a un cambio de frente en

la vida nacional.

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La no envidiada historia de mi patria la tengo escrita en mi cerebro, con caracteres indelebles. La re~

paso cada día y cada día me convenzo c:on mayor profundidad que en nuestra psicología e idiosincracia reina el mal, que cala nuestros huesos y se difunde en nuestra sangre y se apodera cruelmente de nuestros co~

razones

Si unos vencen, su primer deseo, su empeñoso ardor

es vengarse del contrario, apoderarse de su hacienda, separarle de su hogar, y si fuese posible de esta vida.

Los perdidosos cloman por el Poder, pero no pien–

san en la evolución, ni en elecciones, sino en otra gue~

rra, en un golpe de fuerza y de cuartel. Es la, práctica heredada de la colonia, inoculada año con año en la vida nacional, en la conciencia de nuestros conciudada– nos.

No digo que no han demostrado, uno y otro parti– do, el liberal y el conservador, en varios períodos de la historia, cierto Clmor a la paz y grandeza de ánimo y

que son susceptibles de meioramiento y redenci6n. Vi a los conservadores del 28 de abril de 1893 haciendo guerra entre hermanos, pero en lo posible humana, res– petuosa de la hacienda y la vida de las personas, y a los liberales del 11 de julio igualmente.

Esto fue el resultado de un periodo de paz de trein–

fa años más o menos. Se habían olvidado las pasio– nes, se forjaba otra alma en Nicaragua.

Mas como la guerra pervierte, a la fuerza desple– gada por Granada, sacudi6 la fuerza de Le6n, auxilia– da por Managua o los partidarios de Zelaya. y llega– ron otras guerras, un período intranquilo de diecisiete años y en éste la reacci.6n sangrienta y IUfi!go la guerra sangrienta de Mena, los cuartelazos, el odio sembrado, cultivado, crecido, de partido a partido de ciudadano ti

ciudadano.

Habiendo vivido en este torbellíno, llevado y traí– do por los acontecimientos, y los hombres, y aún por la nación poderosa de Estados Unidos de Améric:a, expues-

to a perecer varias veces, caído en la lucha, alzado de la catástrofe, he venido a pensar por el bien de mi país,

no en transacciones que nunca fueron buenas, no en convenios de caudillos y de políticos a politicos, jamás en pliegos cerrados y secretos de camarillas, sino en algo m6s alto y generoso, en lo que el mismo Partido Liberal pens6 en su programa de 1913, la representación de las minorías. Que esto se escriba en la Constitución, que se practique, que se inocule en nuestras venas; que el partido caído crea que a fuerza de emulaci6n y no a golpe de ciJartel puede llegar al Poder, abierto el campo por los errores de su contrario, pues ninguna agrupación política sucumbe, como lo dice un filósofo francés, por los ataques de sus adversarios, sino por sus propios errores. Así cayeron los liberales con Zelaya, y después los conservadores en 1927.

No hago recriminaciones. Leios de mí la pasión. La abomino por bastarda. Si alguna vez como Gober– nante he caído en la necesidad de ordenar una prisi6n, lo hagC? por el convencimiento de que alguno o algunos traten de trastornar el orden público, pero no someto a nadie a torturas ni a violencias impropias de mi alma. Hablo este lenguaie a mis compatriotas, con ener– gía y franqueza, porque vuelven a la 5upe:ficie las pa–

siones políticas, porque los gritos de odio se escuchan

otra vez en el ambiente de la patria.

Yo quisiera saber cuál de los dos partidos puede

en Nicaragua arrojar la primera piedra, y decir quiénes están exentos de pecado. Es hora de meditaci6n. He invitado para ayudar en esta ofrenda de paz a

los conservadores y a 105 liberales y si no pudiere vencer en la contienda, no se dirá que estando en el Poder,

y habiendo en mí voluntad para querer algo bueno en honor y bienandanza de mi patria, no lo he intentado.

Lo quiero con alma y vida, porque aborrezco la guerra, no obstante de que por deber ciudadano, me he visto envuelto en élla tantas veces

Por estas inconrtovertibles razones, he pensado en la unión de los partidos políticos de Nicaragua, en que

S~ escuche aquí y en el exterior el clamor de todos los nicaragüenses por la pC1Z

Obedeciendo a las mismas causas, he sido amigo de la influencia de los Estados Unidos en Nicaragua, pa–

ra que creztamos a su sombra en las prácticas republi– canas y acepté a los marinos en Villa Stimson, para la supervigilancia electoral, en 1928 y este año de 1932 Más como esto no se repetirá, según expresa voluntad del gobierno americano, yo suplico a mis conciudadanos que me ayuden c:on todo esfuerzo a laborar por la paz, con orgullo y con tes6n.

Mi temor estirba en que dos años de supervigilan–

da en favor de elecciones libres y honestas, no sean su– ficientes para concluir con las pasiones y rivalidades cultivadas (on empeño durante trescientos años de co– loniaje y un siglo mós o menos de independencia. Si los marinos han de intervenir después de este aÍlo en el mantenimiento de la paz, sería un gran ho– nor para nosotros, aplaudido por nociones hermanas y amigas que por nosotros mismos, sin desdoro para Es– tados Unidos y para nosotros, no resuria la necesidad de otra intervenci6n armada, por causa de discordias ci– viles, y por pedimento de las mismas naciones de Euro~

pa, las cuales siempre invocan la doctrina Monroe. En estos momentos podría decir, me despoio de la condición de Gobernante para hablar a mis conciuda– danos, como hilo de Nicaragua

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