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DE LOS ESTADOS CENTROAMERICANOS
CUANDO LA INDEPENDENCIA
"REGISTRO OFICIAL"
. 1847
Aunque no hemos tenido datos estadísticos se– guros, por lo que no es dable fijar el número de habitantes de Centro América en aquella época, no carecemos de medios para deoir que apenas una mi– lésima parte de ellos sabía incorrectarp.ente leer y escribir; una centésima parte había contraído cos– tumbres religiosas; clrcunscriptas a oir misa, confe~
sar, comulgar y asistir a las fiestas sacras, el más ínfimo número a oir misa ¡os días festivos, confe– sar y comulgar una vez al año, y asistir a algunas festividades en número· poco mayor; a celebrar al· gún santo patrono de parroquia, el restoj p~ro aun estas costumbres religiosas, er~n una mezcla de cul– to sagrado, fanatismo, imbecilidad y superstición: sus hábitos estaban reducidos al trabajo agrícola, a una lndustria suficiente a llenar la!? necesidades que les eran conocidas, a los actos COmunes en la vida de relación de todos los animales, a humilla·rse de– lante de la A\J.toridad civil, y profesar humillación
y ciega reverencia a los sacerdotes. La lengua espa– ñola que hasta hoyes ignorada por una inmensa mayoría, se hablaba entonces apenas como un medio para. denotar las má$ simples necesidades y opera– ciones de la vida, no conocían pues, ni lo que sig– nificasen l~ palabras, patria, Constitución; leyes, política, Gobierno, Asambleas Legislativas, derechos
y deberes politicos y civiles, agricultura, industria, comercio activo y pasivo, Hacienda Pública, econo– mía política, relaciones interiores y exteriores, etc.,
y aun puede asegurarse, que hoy día nuestros pue– glos no saben el slgnlllcado y valor de estas pala– brasj la influencia de la Autoridad pública no la conocían sino en el sentido de su potestad para man– dilr y eastigar, y de consiguiente sólo experimen~
taban por ella un efecto de sumisión y miedo: no tenían idea ni del despotismo, ni de la arbitrarie– dad, y habían gustado de un cierto grado de liber~
tad civil que acaso es la única que da plac~res po– sitivos cuando uno ha. dejado de ser salvaje o bár~
baro. Finalmente aquellos pueblos habian visto e– jecutar á: ~varios delincuentes y conservaban en su memoria la moralidad de los ejemplos, eran pacífi– cos, sencillos y dócilesj trabajaban, y vivían sin mi~
seria y sin inquietud. No carecían estos pueblos de una parte culta, qu~ oportunamente se notará cuán pequeña era.
ESTABLECIMIENTO DE LA DEMOCRACIA
Pareee menUra que un pueblo como el de Cen– tro América, un pueblo compuesto de los hombres
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descritos en el párrafo anterior, se hallase súbita– men,te colocado en una situación política tan eleva~
da Como es la existencia de una nación regida por un Gobierno democrático. Explicar como fué ésto es muy sencillo. Había en Centro América unos diez o doce hombres que tenían algunos conoci– mientos científioos: muy imperfectamente conocían la historia de la política y del Gobierno, y no ca– reoían de datos en estas dos ciencias: como hubie– sen abierto las páginas de las revoluciones contem~
poráneas algo antlnaban COD el valor de la pala~
bra independencia: se hicieron il~sión con ella, le dedicaron parte de sus más ardientes votos, y con el ejemplo de las otras secciones de América, la proclamaron para su país y lograron su objeto. Es–
to hecbo, y después de varios desatinos y embarazos consiguientes, no sabiendo la ciencia del Gobierno y la política, se trastornaron sus cabeza,s: creyeron que ellos solos eran el pueblo centroamericano, o
que éste les era semejante en conocimientos y ca.,; pacidaes: se calcularon hábiles a lo menos para go· bernar y ser gobernados por medio de un orden po~
lítico creado por otros hombres, para otros paises,
y bajo la inlluencia de muy incomparables causas y
circunstancias; y por últim!J, para completar toda la extensión de su vértigo, contrallicieron los prin~
cipios políticos que sin conocerlos profundamente tuvieron valor pal'a establecerlos ya mutitados por sus manos imperitas. Algunos otros hombres, pu– ramente estudiantes, siguieron el movimiento de aquéllos, no por principios, no por el cálculo pru– dente, sino por el poder del instinto de imitación ciega, por la fuerza simpática de los sucesos que arrastran por la novedad: el número de estos no fué mucho mayor que el de los otrOSí y cátanos
ya a su impulso, elevados a una altura fabulosa" desde la cual era necesario descender COmO Jcaro,
co~o cuanao agitados por un ensueño alegre, nos sentimos tr:;tsportados con el auxilio de l~geras alas a los espacios en que los astros giran) y luego en despertando nos hallamos en nuestro lecho, entor– pecidos por la tiniebla y aquel narcotismo somno– liento que nos impide mover los párpados en las ho– ras tardías de la noche.
, . Establecida de tal modo la República demoerá– tica, el rango y las obligacio~es en que f~eron coOS–
titu~dos los éentroa~ericanos, no me es dable con· cebirlos sino como unas abstracciones absurdas, ex– travagantes en sumo grado. Así, al hombre, que ignorando la facultad de leer y escribir, no le fué
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