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cen al grupo de los que estuvieron dE:!poriados en la Costa por disposición del Gobierno del General Zelaya.

Estrada no iba abatido, no así Mancada que se veía bajo el peso de un gran desaliento. Al contrario, Estrada sentía por el momento, corno alegría de haber dejado eso, es decir, la Presidencia, al centro de la indus– tria, la ambición y la lucha, sobre el cual se oyen constantemente en His– panoamérica la voz de los cañones de disputa.

Iba comunicativo. Al llegar al fren se encerró en un mutismo ab" soluto.

Cuando aquel se puso en marcha en esas lluviosas noches de in– vierno, negras, fascinerosas, corno dice el poeta, Estrada se acomodó en su asiento, Mancada y Toledo en el suyo y dieron forma de dormir.

Solamente una persona velaba: la esposa del Presidente. Alma fuerte, se sobreponía a las fatigas y vigilaba.

El tren corría a escape, resoplando, chirriando, sacudiendo sus músculos de acero. Al romper las tinieblas dejaba en el aire un raudal de chispas que subían o bajaban en gigantesca espiral corno viva legión de luciérnaga de oro.

Fué feliz el viaje y al asomar la aurora el "express" entraba a Corin–

to, el puerto hermoso, imperial.

Fué fortuna la suya, gran fortuna, haber salido en la forma y bajo los auspicios que lo hizo. En las agitadas repúblicas de Arnérica, tornadi– zas, volubles y tempestuosas, sabe un hombre corno llega a la Presidencia pero no cómo saldrá de ella.

Dice Victorino Lastarria: -"Al que está arriba le preocupa a menu– do esta pregunta: lCómo caeré yo? Y efectivamente.

Unos bajan por el camino de la ley: son los felices. Otros caen pe– leando con el rifle dirigido contra el pecho de sus enemigos, corno Do– reúngo Vásquez: afros Salen materialmente huyendo corno los Ezetas, a otros los matan, corno le aconteció a Reina Barrios.

Estrada se' fué tranquilo solamente con la desazón de haber per– dido la partida de ajedrez que estaba empeflado en ganar y que había combinado con el Ministro de la Gobernación.

EN MARCHA

XXIX

11 días permaneció en Corinto el expresidente Estrada esperando vapor. Salió por el mismo puerto por donde salieron el Doctor Roberto Sacasa, el General José Santos Zelaya y Doctor José Madriz. Pasaba las horas muertas, ora jugando, ora paseando a orillas del mar.

Dice un cronista:

"En los últimos días, el que por ocho meses fué mandatario de la tierra nicaragüense, se entrelenía en jugar partidas de dominó en el Ho– tel Corinfo. Al menos era ese un medio de olvidar los sinsabores que producen los vaivenes de la sUérte.

El día de la partida del General Moneada, el General Estrada andu– vo paseando de bracero con aquel, a largo de la playa del mar. Nadie fijaba en ellos la vista, y pasaban co~o cualquier desconocido anfe sus compatriotas indiferentes".

VACILACIONES

El mismo cronista que sigue los pasos del expresidente avisa por telégrafo:

El General Juan J. Estrada, en la tarde del 20 de Mayo no había resuelto todavía si se embarcaba para el Sur o para el Norte. En Corin– to estaban el CUy of Sidney que iba. a zarpar para el Sur y el Perú que iba a sa~ir para el Norte".

. . El¡I natural esa vacilación. Marchó rápidamente de la Capital que pi tiernpo tuvo de firmar el decreto del depósito.· La firma fué a reco-

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