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avanzó entre la maleza setenta leguas en veintiún días de marcha, vió una casa cuyos moradores tenían plan– chas, hachuelas y brazaletes de plata Interrogando a los indios tarapecocies de Ja comarca, cómo llegaba aquel metal, dijeron que los payzunoes se los daban a trueque y que éstos lo adquirían a su vez de los chane– ses, chimenoes, caracaraes y candiles Hernando de Ri– bera se internó con su ejército, y éste hablaba de las Amazonas Los indios le llevaron plumas a manera de las del Perú y planchas de metal. Todos estos indios sin disClepar le dijeron que a diez jornadas de allí, a la banda del Oestenoroeste, habitaban y tenían muy gran– des pueblos unas mujeres que tenían mucho metal blan– co y amarillo, y que los asientos y servicios de su casa eran todos de dichos metales, y que tenían por su prin– cipal una mujer de la misma genelación, y que es gente de guerra y temida de las generaciones de los indios; y antes de llegar a la generación de dichas muieres, esta– ba una generación de indios, que es gente muy peque– ña; con los cuales y con la generación de éstos pelean las dichas muieres, les hacen la guerra, y que en cierto tiempo se juntan con estos indios comarcanos y tienen con ellos su comunicación carnal Y si las mujeres que quedan preñadas paren hijas, se las llevan consigo y los hijos se los devuelven a los padres Que cerca del lu– gar en donde habitaban dichas mujeres había grandes poblaciones de indios que con ellas colindaban y que había un gran lago de agua muy grande que ros indios denominaban la casa del sol, porque allí se encerraba el astro rey las mujeres gueneras habitaban entre las espaldas de Santa Marta y el lago de agua grande Y pasadas las mujeres, había una población de negros con barbas aguileñas como los moros Había otras gentes vestidas y con mucho metal blanco y amarillo, en tanta cantidad que ollas y tinajas estaban hechas de estos me– tales. Tenían pueblos muy grandes de piedra y de tie– rra, que estaban entre las sierras de Santa Marta y el Marañón, estos pueblos eran tan grandes que en un día no se podía cruzar de un extremo al otro Pero lo más extraordinario era el lago del Oeste, notable por su ex– tensión, pues no se podía ver tierra de una 01 illa a la olra, y por las poblaciones ribereñas de gentes vestidas de ropas bordadas, poseedoras de metales, piedras y ob– jetos Gue relumbraban mucho

Otras poblaciones que estaban hacia el Sudoeste, criaban mucho ganado de grandes ovejas, que emplea– ban para cargar y para rozas y labranzas Había allí desieltos de arenales sin agua, y en estos arenales vivía gente de CI istianos Todavía más allá, en el agua sa– lada había navíos muy grandes Eran los exploradores del Pacífico y los conquistadores del Perú, cuya presen– cia se revelaba a los españoles del Paraguay, por las vagas noticias comunicadas a través de la selva en len– gua indígena guaraní qUé hablaba Hernando de Ribera

LA META FABULOSA DE ORDAZ

Esta meta fabulosa fué otra de las tantas obsesio– nes que preocupó la imaginación de aquellos formida· bIes conquistadores, capaces de vencer a la naturaleza misma

Diez años antes de firmadas las capitulaciones con Pizarra para realizar Ja conquista c;:lef Perú, la corona concedía a Diego de Ordaz, uno de los victoriosos capi-

tones que se había distinguido en la conquista de Nueva España, permiso para que descubriese y poblase desde el término de Venezuela hasta el río Marañón, tierra decía el título que se tenía por muy rica Ordaz armó cinco embarcaciones, y salió con ellas de Sanlúcar de Barrameda, hacia la boca del Orinoco, río llamado Uria– pari por los españoles, que habían ido hasta su cuenca desde Comagua, guiados por el piloto Juan BOl río de Queixo, tomando otros nombres como el de Uriapari, Yu– yupari, Víaparí, del que le daban los caribes; prevale– ciendo el de Orinoco, nombre con que lo conocían los tamanacos

Diego de Ordaz salió de Paria y en cuatro días re– montó las 45 leguas que el conquistador calculaba hasta el afamado puelto de Uríapari "Después vimos toda aquella tierra en dos meses, y hecho que fué en Uriapari cierto navío para subir cabo 1I0s el río arriba, nos parti– mos con 200 hombres y 18 caballos en demanda de buena tierra, según los indios nos decían, donde se an– duvieron por el río arriba 200 leguas largas, hasta don– de no pudimos pasar por que el río nos atajó con pe– ñas". Así informaba el tesolero Jerónimo DOltal, con fecha 6 de julio de 1532 Y la Audiencia de Santo Do– mingo decía en mayo del mismo año, con una expre· sión casi idéntica Q la de Dortal: "que no se halló tierra para poblar" Agregaba la Audiencia que "casi toda la gente quedó en el río muerta y parecida de hambre

y enfermedades" fuera de los que "se habían ido prefi– riendo quedar perdidos entre indos" Era anticipada– mente la historia de Gonzalo Pizarro que diez años des– pués perdía 200 hombres en las espesuras desesperan– tes de la selva tropical Y ela la historia de muchos que iban a fracasar en la empresa de buscar paraísos imaginarios

Muerto Ordaz durante un viaje a España, siguieron Jelónimo Dortal y Alonso de Herrera El primero con– cluyó pOI desesperarse y se retiró decepcionado a vivir tranquilamente en la Española Herrera llegó a la boca del Meta y navegó en este río hasta donde ya no en– contré agua suficiente para navegar. Dortal había inten– tado enhar en la cuenca del Meta por el Neverí, pues por el río Aviapari no hubo lugar Todos se dirigían hacia el Meta Sedeño, que gobernaba y peleaba en la isla de la Trinidad, juntó gente en Canarias y empren– dió la conquista de /0 provincia del Meta, disputándola a Dorlal

Algunos capitanes alemanes servidores de la casa de los Welser, a quienes se encomendó la conquista de Venezuela, buscaban también un paso a la provincia fa– bulosa Uno tras de OtlO iban entrando sin encontrar aquello que buscaban

En un movimiento convergente, los exploradores del Orinoco, los de la Vela, de Coro y los de Santa Marta lograron subir fina/mente /0 zona en donde nace el Me– ta, sin hallar la provincia fabulosa

los que mayor constancia habían puesto en Ja em– presa habían sido los de Santa Marta Desde Pedra– rias y Rodrigo de Bastidas la fascinación de las tierras in– terioles había dominado a PedlO de Badillo, Rodrigo AI– varez Palomino, García de Lerma y el Adelantado Pedro de Lugo Durante veinte años se hicieron tentativas de penetración, hasta que en 1533 determinó lugo hacer una jornada caminando hacia Quito, en la cual entró coino teniente y capitán general el licenciado Gonzalo Jiménez de Quezada, que de España llevó como su te– niente Jiménez de Quezada remontando el río Magda-

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