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« Previous Page Table of Contents Next Page »bastante bien para reanudar mi viaje. Me fijé muchísimo en el vado antes de Íltreverme a volver a pasar aquel río falaz. y mi caballito temblaba a cada paso: su valor. siempre indómito. se babía enfriado en aqueo lla ocasión. y se le podía. gobernar con un hilo. como dicen los jockies. Al llegar a la margen opuesta me alegré de ver que todavía estaba fuerte y brioso: y como ya había escrito la carta que deseaba enviar a Mr.
Baylley. así como una nota para el Gobierno. me lancé al galope para reunirme con mis compañeros antes de que cerrase la noche. tocándome de vez en cuando la sien para cerciorarme de que no había nevadd. La herida seguía sangrando ligeramente y llegué antes del anochecer a Guastatoya. aldea de unas 400 almas. En el centro de ella había una casa grande con la galería externa de costumbre y en ella pusieron el equipo. Después de la cena. que prepararon antes de mi llegada. sentí vértigo y dolor de cabeza pero no tardé en quedarme profundamente dormido.
No obstante que rara vez me falta el ánimo al día siguiente me sentí demasiado enfermo para seguir adelante. y por consejo de don Francisco y de mi joven attaché (1) resolví demorar mi salida hasta la tarde. Nunca olvidaré los bondadosos cuidados de la mujer criolla de aquel establecimiento. Mató una de sus mejores gallinas para preparame un caldo: me hi~ panada o atole -de varias clases. me dio su mejor cama y envió al pueblo sus numerosos niños para que no turbasen mi reposo. Esto y una rigurosa abstinencia me aliviaron la fiebre que me había entrado. y a las dos de la tarde. dos horl)$ después de en. viar el equipaje bajo la vigilancia de Don Francisco. salimos don Eugenio y yo caminando despacio.
CAPITULO 26
NOS .SORPRENDE LA NOCHE Y CASI NOS PERDEMOS DON EUGENIO Y YO EN MITAD DELJ RIO CHIMALAPAN.-DESPACHOS TRAIDOS DE LA CAPITAL POR MURILLO_LO TOMO EN CALIDAD DE CRIADO.-LLEGO A LA CIUDAD DE ZACAPA.
Los campos por donde pasamos estaban extensamente cultivados. El país era una mezcla de feraces llanuras y selvas exuberantes. y al llegar al borde de una de las últimas nos encontramos en la. margen de un ancho río. Había huellas de ganados en ella. pero no podíamos saber si aquello era un abrevadero o el vado: porque habíamos bajado hasta allí por un zanjón profundo o barranco. coronado a un lado y otro de árboles corpulentos y espesos matorrales. Teníamos que escoger entre pasar la noche en aquel sitio sin camas ni víveres, o intenta,: el paso. De suerte que nos fuimos vadeando cuidad()samente el río y a par· tir de unas treinta yardas éste era cada vez menos profundo, hasta salir a una isleta. Allí tuvimos el pe– sar de ver que para alcanzar la margen opuesta teníamos que atravesar un trecho tres veces más ancho que el primero, y que el agua era obscura y mansa, terrible pronóstico de su profundidad. Más allá, río arriba. parecía ser menos honda, y más lejos, en la otra orilla, había un descampado que podía ser la salio da del vado. Atravesamos despacio, con el agua rara vez más abajo de las cinchas, llegando a un banco de arena. Desde allí el agua parecía ser aún más honda. Era evidente que todavía nos faltaba cruzar el lecho principal del río y de común acuerdo nos devolvimos inmediatamente.
Para hacerlo nos guiamos por unos árboles grandes de la orilla que acabábamos de dejar y en los cua· les nos habíamos fijado adrede: pero la noche iba cayendo rápidamente y cuando llegamos al zanjón esta· ba tan obscuro debido a la sombra intensa, que no podíamos distinguir el paso. Mi joven amigo a quien empecé a embromar por el modo como me había guiado, echó pie a tierra, metiéndose en el bosque a tien– tas. Al cabo de largo rato regresó para decirme que había encontrado el camino. Me hizo regresar con él al sitio donde habíamos entrado en el río, y volviendo su mula a la derecha trepó por un talud escarpado. Después de andar algunos pasos nos metimos otra vez en la selva por un camino de herradura en que po– dían verse huellas de cascos bastante frescos.
Habiendo cabalgado media hora por cañadas sombrías y verdes prados. divisamos una luz. Era un pueblecito de indios y en él nos hicimos de dos guías. los cuales se vinieron precediéndonos con teas de pi. no que daban una luz deslumbrante. Bajando del pueblo llegamos en un cuarto de hora al vado que buscábamos. Fue mucha dicha que no nos hubiésemos ahogado probablemente fodos. hombres y bestias. El punto por donde atravesamos el Chimalapán era bastante hondo. porque las aguas estaban muy creci– das a causa de los recientes aguaceros y era 10 probable que después de algunas noches más de lluvia no sería ya visible el banco de arena al cual habíamos salido.
Al llegar a la orilla opuesta encontramos un camino tan estrecho, por motivo del a excesiva vegeta– ción, que apenas podíamos pasar a la deshilada. y con dificultad lograban los peones apartar las ramas para que no pegasen en ellas sus teas. A un cuarto de milla del otro lado del río estaba otro pueblecito de in· dios y allí nos detuvimos mientras nuestros guías se proveían de nuevas teas. Pensando en las situaciones peligrosas en que habíamos estado, nuestro nuevo modo de viajar nos parecía perfectamente confortable y seguro y seguimos adelante a paso lento hasta llegalf a nuestro destino, la aldea de Chimalapán.
(1) En francés en el texto.
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