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LA L,OBA

y EL COR RO

PABLO ANTONIO CUÁ[!)RA

Poeta y E~critor Nicaraguense

Es bien conocida la influencia que ejerció el fascismo en el grupo de "Vanguardia" cuando sus miembros quisieron encausar su movimiento literario hacia la política. lo que no ' está bien documentada es la reacción contra el fascismo que prontamente se produjo entre los principales "vanguardistas". El ensayo que ahora publicamos lo escribió P.A.C. al regresar de su primer viaje a Roma efectuado ei1 1939, ensayo que publicó en Argentina (en la revista, "SOL

y LUNA") pero inédito y desconocido en Nicaragua. Se puede considerar como un ,¡mtece– dente del "CANTO TEMPORAL" de P.A.C., canto que marca un viraje en el pensamiento del poeta y un enfoque cargado de angustia 11 desilusión sobre sus anteriores ideas y sueños polí– ticos. En "LA LOBA Y EL CORDERO" hay un sutil desengaño de la Roma Cesárea -que Mus– soSini resucitó co~o mito sagrado del fascismo- y una contraposición marcada de la Roma Cristiana. El ensayo, naturalmente, todavía está empañado por una concepción "c:onsfantinea– na" de la Iglesia-Cristiandad atada él una cultura y a unas supuestas ideologías políticas, con-

cepción que el autor ha también abandonado en el desarrollo de su fe cristiana.

INTROITO

La Vía Appia, como la estatua de un _río, desem– boca en Roma, a cuyas puertas todos los caminos se quedan petrificados. Si Jerusalén es el Amor y Atenas el Saber, Roma -en la trinidad generadora del concepto Universal- es el poder. "El griego traduce tu nombre en su lenguaje por fueua", dice San Jerónimo. De allí que Roma encuentre en la piedra todos sus verbos civilizadores. Y cuando el último Verbo de su Imperio se conjugó sobre la ma– dera del Arbol en Jerusalén -que era Amor- fue

llamado Pedro, a quien se le dio el poder, o sea Ro– ma, para lo cual dejó de ser Cleofás y fue Piedra. Esta misma piedra que yo piso tembló al paso marcial de las Legiones cómo un tambor batido por el orgullo. Luego, ella misma, sintió sobre su torso castigado, la caricia humilde de la sandalia de los mártires. Unos iban a dar la sangre por la exten– sión del Imperio sobre los hombres. Los otros ve· nían a derramarla por la elevación del Imperio hacia Dios. Jl sobre el misterio de esas pisadas antiguas, mis pasos también son pasos ¡·omanos.

Debería preguntarme qué siglos tengo en mi san· gre, porque aquí recobro, yo, nacido más allá del

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