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« Previous Page Table of Contents Next Page »Atlántico, toda la antigüedad de mi espíritu (l). So– bre la Vía Appia mis pasos no se extrañan como po· drían extraflllrse sobre_ las graderías de Un templo hindostano. Sé que llevo a Roma en mí, como el Le– gionario y el Mártir, si no entre armas y martirios, entre pensamientos. Y es así que toda mi razón, co– mo desnuda, parece arrl'batada por esa luz ancestral con que el sol poniente baña las siete colinas, ubres de la Loba.
Sin ,embargo, no es mi marcha hacia Roma la mis– ma que otrora hiciera por las tierras del Imperio Es– pañol. Allá "el Imperio es la lengua" y la lengua es viva. Aquí el pasado me habla una lengua muerta, una lengua que ha superado la vida. España se en' cuentra a flor de labio; Roma más adentro de la pa– labra, enmarañada en la raíz misma del sonido. ¡Abuela Roma!, murmurada el hijo de España. ,. Pe· ro todavía en la dulc~ palabra del vástago no est'á dicho todo ,el secreto de la presencia de Roma.
LAS TERMAS Y EL ~OLISEO
Debo avanzar más. Pasar por la Puerta de San Sebastián hacia las Termas de Caracalla donde encuen– tro las primeras ruinas de la ruina del Imperio. Los mil seiscientos baños, el "caldarium", el "tepidadum", el "frigidarium" junto a la "Palaestra" y el "gymna– sium" -como capillas para los ritos de la cal'ne en– diosada- forman este inmenso templo de la Concu– piscencia, último término de una noble filosofía de la vida pero en cuyo centro no moraba el hálito de Dios. La suntuosidad antoniniana de las Termas ofende mu– cho más ·el fondo cristiano de mi pensamiento que la robusta magnificencia del Coliseo, cuyo perfil solem– ne y comentado' se alza hac~a el este, tras la Vía del Tríonfi. El inmenso Anfiteatro de Flavio fue la are– na de lucha entre dos conceptos del Imperio. El viejo imperio pagano de la Loba -elegido por Dios para constl"uir sobr,e él su Imperio Divino- es en el Co– liseo donde siente por primera vez la dentellada del Cordero. Es allí donde una conciencia nueva muerde lo más íntimo de su falsa unidad, es decir, de su fuerza. Y el orgullo dominador del mundo sC' resist~
ante la acometida del Amor, e impone, ya tarde, su ley de exterminio. No sabíª que luchaba contra las huestes del Resucitado, vencedor de la muerte! Pero esta arena de crueldad es una historia d,e lu– cha profunda que no la tiene el mármol sensual de Caracalla donde la degeneración, desnudando al hom– bre de sus viejas virtudes, lo vence en un silencio podl'ido y siñ' memoria. En la lasciva tibieza del agua ahoga Romá su destino cumplido; es ya un Orientt' imitado, un abandono de sí misma, un paganismo que se desmaya sin fuerzas para cumplir su ley natural, como presintiendo la dura e impetuosa promesa de una Ley Sobrenatul, que viene sobre ella a levantarla, huracanada, hacia un nuevo Destino. No así el Coli– seo, donde Roma cree salvar, por la sangre, sus con· cepciones milenarias; donde lucha por su serena .di– vinidad de piedra contra la locura divina florecIda en el madero; donde se resiste un mundo natural y filosófico contra el milagro de un mundo nuevo so· bre-natural y teológico.
El Coliseo es la clave de Occidente, el nudo gor– diano que Cristo rompió, no con la espada, sino con la primer herida de su cuerpo místico.
EL DRAMA DE ROMA
Aquí, en este teatro, en cuya redonda amplitud de piedra - todavía puede ';entarse, espectadora, la His– toria, se me representa toda la claridad del drama de la Ciudad Eterna. (l) Egloga IV.
(2) Roma es la nueva Sion, y todo pueblo que vive
Drama cuyo p;1mer acto se desarrolla en la deco. ración majestuosa del Palatino -q ue asoma su re. cuerdo entre las arcadas del Anfiteatro- en el Foro y más allá, en el Capitolio, rebqJlias de ia Roma ce: sárea. Cuyo nudo se retuerce en ,este mismo anfi– teatro, recinto de la Roma agónica -¡nudo apretado por la violencia de los conceptos en lucha!- y cuyo desenlace se cumple ~ri el Monte de los Vaticinios, donde la Cúpula de San Pedro es ya la ascensión de la Roma resucitada.
EL FORO ROMANO
Pero no quiero adelantarme sobre el drama. El esc.enal"io sigue extendiéndose al píe de la Colina cada vez más florecida de huellas históricas. El Ar'co de Tito nos abre paso hacia el Foro romano, cuYo plano tiene la belleza difícil de la sintaxis de 19s períodos latinos. ,
Un cicerone que dormitabi!, ;en el Atrio de las Ves– tales se levanta presuroso y acel'cándose me dice· "He aquí el corazón de la vieja Roma, orgullo de su~ an–
ti~uos ciudadanos, don.,de a través de los años eri. g'ieron sus grandes templos de mármol y sus mara– villosas estatuas de bronce dorado. " "Pero el poeta que siempre me acompaña le contiene: "¡Yo soy un antiguo ciudadano romano!"
Sí. Es más hermoso el silencíQ, hermano de lo~
siglos. Tal vez Caro, señalándome las lastimosas re liquias, hubiera murmurado a mi oíüo:
"Solo quedan memorias funerales
donde erraron ya sombras de alto ejemplo".
Pero yo prefiero ahora la memoria de Virgilio:
"Aspice convexo l1utantcm pondere mundmD, Terl'asque, tractusque maris, coelumque profundum; Aspire venturo lastentur ut omnia saeclo".
(Mira: doblándose a la sideral carga el Universo esph.
y las tierras y los espacios de la mar y las hondura..
(de los 'cielos: Aspice venturo lastentur ut omnia saeclo".
nace ..." (2)
Todavía hay júbilo en el sacrificio de las piedras, truncadas en holocaustó por la eternidad de la Urbe. Las altas columnas solitarias y los vacíos pedestales no lloran el tiempo pasado porque ahora sostienen el invisible peso de la historia prf'sente. Ta túnica de piedra ha sido rasgada por los bárbaros porque era necesario que Roma se desnudara sobre sus siete cal· v,arios para ser colocada sobre la Cruz de Cristo.
¿ Quién puede 1l01'ar las ausentes estatuas cuando lo que era matería en ellas fue quemado para Su pUl"i· ficación y lo que era espíritl'. permanece redimido por la Cristiandad? - Mirad: aquí fue el Templo del Divino Julio, pero c¡u obra divinizada en piedra es apenas fría memoria en los museos, mientras que su obra humana, sus lal'gos caminos de conquista, su lengua extendida por el orbe, ha sido divinizada por aquellos a quienes él ab'"ió caminos: pOlO los discípu· los de Dios Hombre, y ha sido hecha cultura, o sea altar de razó.n para el culto revelado.
"¡Todo saluda jubilosamente a la centuria que nace!" Bajemos por la Sacra Vía a ese pequeño re– cuerdo, tan l"OmanO, Qlll' llamal"an Umbilicus Urbis. ¡He aquí el centro mismo del Orbe para el orgullo romano, ineonseientemem:e posddo de la profesía! – Yo subo sobre el redondel de piedra -centro umbi iical de todas las vías del imperío-, mientras un
en la fe romana es romano. iEugenio Pacelli.
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