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« Previous Page Table of Contents Next Page »ro mientras los serviles deducían de eso, ya se puede imaginar por qué íntimas razones, la necesidad de un gobierno central fuerte para impedir, según decían, el relajamiento progresivo de la unidad nacional, los li· berales sacaban la conclusión de que era necesal'io ins– tituir, bajo un gobierno supremo nacional, otros loca– les que se adaptaran a las necesidades, condiciones y sentimientos diversos de cada región. Desde un pun– to de vista sociológico, la conclusión de verdad correc– ta era la liberal, oprque resultaba de un criterio orga· nicista, según el cual toda manifestación legítimiunen– te social, en cuanto produeto natural, debe ser respe– tada y encauzada dentro de tal o cual tendencia, si es el caso de controlarla, pero de ninguna manera so– focada. El punto de vista de los serviles era el de que la fuerza externa de una autoridad política puede aho– gar, por su propia presión, cualquier manifestación so– cial, independientemente de su legitimidad histórica. Este criterio es el mismG de las dictaduras que se eri– gen para sofocar determinada ansia colectiva, sin pen– sar en que si ella es legitimo producto histórico, des– aparecida la fuerza externa que la embarazaba, volve– rá a aparecer con toda su fuerza, y lo que es peor, de– formada y desorientada por la represión. En el caso de Centro América, los provincialismos no eran mero accidente político, ni suceso artificialmente provocado por ambiciones personales o de grupo. Hemos visto su nacimiento espontáneo en la Colonia, y su lento y prolongado desarrollo, cada vez más orgánico y cons– ciente hasta 1824. De aquí lo antihistórico del crite– rio centralista de los conservadores. Pero, además y sobre todo, hay que tener en cuenta que centralismo no significaba, en aquellos momentos, solamente re– nuncia de la autonomía local, sino, en el fondo de las cosas, que iba a continuar la sujeción de Centro Amé– rica a la antigua Metrópoli. Puede verse con claridad, por cierto, en este asunto de la forma constitucional, la confirmación de la tesis antes expuesta, de que, por razones de estructura social y de intereses locales, el conservatismo coincidía, en general, con el guatema– lismo, y la tendencia progresista, también en general, con el provincialismo, que es como hemos dado en lla– mar el conjunto de interés de los cuatro Estados del Sur. Efectivamente, en Guatemala dominó la opinión centralista, mientras que las provincias fueron casi unánimemente federalista. Lo cual era bien natural: porque a los guatemaltecos les convenía, política y económicamente, la centralización con base en Guate– mala; y en cuanto a los provincianos, dolorosamente expel'imentada la política exclusivista de la oligarquía guatemalteca durante la Co.lonia, y su reciente intento de anexión al Imperio Mexicano, por el que pretendió imponer de nuevo su hegemonía absoluta sobre el res– to de Centro América, no podía caberles duda sobre las instituciones del Partido Servil -ill'strumenot po– lítico de esa oligarquía- al propugnar la adopción del centralismo. Por eso, la presión enorme que significa– ba la actitud de las provincias, forzó, a pesar de ia ma– yor representación conservadora en la Asamblea, la adopción de la forma federal para la Constitución Po– lítica de Centro América, que se decretó el 22 de no– viembl'e de 1824 y fué luego sancionada por la prime– ra legislatura na6ional. Así fracasó el segundo inten·
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to de las clases feudales retardarias de 'Guatemala, pa– ra retener el poder general sobre el Istmo, que las fuerzas autonomistas y progresistas luchaban desde la Independencia por arrebatarles.
El centralismo, de todas maneras, hubiera fraca– sado. Estaba llamado a chocar inmediatamente con los sentimientos e instituciones locales, y una de dos: o se quiebra en el momento primero de su aplicación práctica, o se impone -y transitoriamente apenas– por medio de la fuerza. Transitoriamente apenas, por. que ni los serviles, ni ningún otro grupo en CentrO' América, contaba entonces con elementos suficientes para ejercer un control material de todo el territorio
ni las condiciones geográficas, demográficas y socio~
lógicas del Istmo, eran las más apropiadas para ejer– cerlo.
Los liberales pusieron grandes esperanzas en la Constitución Federal, primero, porque se avenía en la orientación de sus ideas y representaba~f~' triunfo y se d ~ " , gun o, porque los tenía encantados el " ,,~,yl ')\:!sultado que el federalismo estaba dando en los E~j~dos Unidos del Norte desde su adopción en 1788. Er¡j'federalismo fué una moda en la América Latina, durante los pri. meros tiempos de vida independiente, y se le ensayó en todas partes, menos en Chile, en la creencia senci– lla d que el progreso y la paz de los Estados Unidos del Norte estaban diretcamente determinados por la forma de su carta constitutiva. La Constitución centroame– ricana se basó también en dicho pacto, y muchos his. toriadores han atribuido el fracaso de nuestra Federa–
~ión, precisamente a eso: a haberse copiado su base jurídica de la de una nación por mil razones diferente
y más adelantada. Sin embargo, si ciertamente nues– tra Constitución tenía defectos, errores y exotismos, no puede dejar de reconocerSe que, como lo hemos di. cho, su forma federal, en general, era la estructura po. lítica que mejor se adaptaba a las condiciones sociales del Istmo yal interés económico y político de cada uno de sus secciones. "Centro América tenía que ser fede–
1 al o no ser. Una república unitaria aun hoy sería irrealizable. Hay que recordar lo extenso del territo– rio y 01 malo de las comunicaciones, lo escaso de la población y lo heterogéneo de los pobladores, lo diver– so de las costumbres, lo vario de los caracteres, lo nulo del intercambio, lo raro del íntimo trato, en una pala– bra la falta de vínculos verdaderos y estables. Por otra parte, estas provincias habían permanecido hasta entonces en una especie de federalismo aparente" es la opinión ilustrada de don CIeto González Víque~ al respecto. (16).
No, no es en la Constitución Federal donde debe buscarse el origen de la disolución centroamericana. La. causa fué más profunda que el dictado de unos ar– tículos -así como la del progreso de los Estados 'Uni· dos del Norte-, y la forma en que éstos quedasen re– rlactados sólo podía aligerar o retardar un poco el como pás de la tragedia. Dentro de ese orden de ideas, noS– otros creemos que el sistema federal retrasó la desin– tegración inminente, porque no lesionaba y más bien llarecía garantizar los intereses y opiniones progresis– tas y autonomistas de los Estados del Sur, que el cen– tralismo hería en forma franca y aguda. Pero tam·· (16) Cleto González Víquez, Op. cit., pág. 518.
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