Page 17 - RC_1968_11_N98

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Qué f~e del rey teule que ofrendaba a Quiat~ot SUs milpas verdes, sus dlas morenos de cacao . y sus rebaños de venados sagrados?

Qué fUe del sacardote labrado en cedro de los montes de Teotepec lampiño como el nlspero ' y fuerte y bondadoso como el bálsamo,

aquel Tepec, hondero de la estrella de la tarde, pastor de recios vientos en las repuntas del invierno?

Qué fue de los guerreros empenachados, guardadores de Mictlán, balo cuyos pies firmes y ásperos la tierra resonaba como Un tambor de

(muerte? En dónde están los ancianos consejeros del Menéxico

y en dónde sus varas, porJadoras de su autoridad?

He aquí que nadie nos contesta en los calpules destruidos. He aquí que nadie sabe nada.

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Volved vosotros, oh, sátrapas cantores de los cúes de Mictlán,

a entonar vuestros himnos al son de los caracoles y de las dulces flautas. El ronco feponaxtle redobla su son convocando a las tribus que duermen

(en nuestra sangre

Cantad, jóvenes tectls, agilando vuestros plumeros porque ha sonado la

(hora del festimonio. Bailad, lencas mancebos, balanceando vuestros cuerpos sobre la estera de

(los recuerdos.

He aquí que n,osotros cantamos y bailamos olvidados areytos. He aquí que nosotros escribimos sobre nuestra tierra iluminada.

Señor de la p'iedra Azul:

El Gran Sacerdote baja, luciendo su mitra solar, las gradas della¡ cordillera. Ya su mano golpea en 1", tard~ el timbal redondo y sonoro del cielo. Por los largos caminos llovidos, los principes guerreros enfilan sus arcos y

(plumas hacia la Casa de las Aguilas,

y vienen los sacerdotes del Calmecac con sus finas estolas y sus pesados

(ornamentos, mientras la Junta de los Ocho Nobles planta sus varas en flor sobre la

(primera kalenda de Atlahuaco.

Qué anciano augur del palacio del Rey prosterna ante los dioses su cabeza

(de ceniza? Roncos atabales todavía todavía sonando sobre su piel de puma, y la rosada concha del caracol con su rumor de marea subiendo a las

(montañas, y el delicado cuerno del ciervo caído súbitamente bajo el flechazo en la

(felicidad de su carrera,

y la flauta que despierta en el hueco del carrizo el alma melodiosa de

(la caña,

y el pito de barro niño ascendiendo por la escala de su voz delgada desde

(el mundo de la hierba y el rocío -todoS/los instrumentos que acompañan los himnos de los cantores nahoas anuncian el retorno del imperio pipil y el festíval de un dla nuevo.

Sobre el lecho de la tierra desposada arde ya la hierba del amor

y Xilonem decora con su pelusa de oro los sexos de las tierras siguapiles. Al pie del teoealli crepuscular un coro de doncellas se congrega

y danzan los areylos voluptuosos de la diosa Tlaeulteutl, la que preside

(los hímeneos, rodeadas por los frutos de Cuzeatlán y un cándido vuelo de palomas.

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