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« Previous Page Table of Contents Next Page »Ventanas. Es de un pie y once pulgadas en la parle inferior y un pie en la de arriba, en forma de escEJi.· nata y apenas con el espaC':o suficiente para qu ~ nI
hombre se arrastre por en mt:'dio sobre su rostro. Allí no había restos de edificios. Con respecto
a la hamaca de piedra mencionada por Fuentes, y la que, en efecto, fué nuestro gran aliciente para visitar estas ruinas, nosotros hicimos especiales averiguacio ..... nes y la buscamos, pero' no vimos nada de ella. El
Coronel Galindo no la menciona. No obstante eso, puede haber existido, y' puede estar todavía alH, rota
y sepultada. El padre de Gualán nos dijo que él la había visto, y en nuestras preguntas entre los indios, nos encontramos con uno que nos contó que había oído a su padre decir que SU padre, dos generacio– nes atrás, había hablado de tal monumento. Yo he omitido los detalles de nuestro deslinde; la dificultad y trabajo en la apertura de líneas por en–
tre los árboles; la trepada por los flancos de las pi– rámides en ruinas; la medición de las graderías, y el agravante de todo esto por la falta de materiales y
de ayuda, y por nuestro imperfecto conocimiento del idioma. La gente de Copán no podía comprender 10
que estábamos haciendo, y pensaba que practicába– mos algunas magia negra para descubrir tesoros es– condidos. Bruno y Francisco, nuestros principales coadjutores, se hallaban completamente desconcerta– dos, y aun los monos parecían embarazados Y confu– sos; estas falsas representaciones de nosotros contri– buyeron no poco; a mantener vivo el raro interés que prevalece sobre ellug'ar. Ellos no hacían "monerías", sino que eran graves y solemnes cual si oficiaran como guardianes de un suelo consagrado. Por la mañana se mantenían quietos, pero en la tarde llegaban a darse
un paseo por las copas de los árboles; y de vez en cuando, al clavar su mirada sobre nosotros, parecían a punto de interrogarnos por qué perturbábamos el reposo de las ruinas. He omitido, además, lo que a– gravaba nuestras penalidades e inquietaba nuestro sentimiento: el miedo a los escorpiones, y los pique– tes de zancudos y garrapatas, estas últimas, a pesar de las precauciones (pantalones bien amarrados sobre las botas y chaquetas abrochadas hasta el cuello), pa– saban bajo nuestras ropas Y se nos metían en la car– ne; por la noche, también, la choza de don Miguel era un vivero de pulgas, para protegernos de las cuales, a la tercera noche de nuestro arribo, cosimos los lados y un extremo de nuestras sábanas, y nos metiamos entre ellas como en un saco. Y ya que menciono nues– tras molestias puedo agregar, que durante este tiempo se agotó la harina en la hacienda, que nos quedamos sin pan, y nos vimos atenidos a tortillas.
Al siguiente día que nuestro deslinde quedó ter– minado, como un alivio salimos a dar un paseo por las antiguas canteras de piedra de Copán. Muy pron– to abandonamos la senda a lo largo del río y toma– mos hacia la izquierda. El terreno era quebrado, la selva espesa, y en todo el camino tuvimos a un inelio por delante con su machete cortando ramas y renue– vos. La cordillera queda como a dos millas al TJ:orie del río, y se extiende de oriente a poniente. Al pie de ella atravesamos una tumultuosa corriente. La falda de la montaña estaba cubierta con árboles y malezas. La cima era pelada, y dominaba una mag– nífica vista de una densa selva, interrumpida única– luente por las sinuosidades del río Copán, y los clCl– ros para las haciendas de don Gregorio y don Miguel. La ciudad se hallaba sepultada entre la selva y e~~-·
condida enteramente a la vista. La imagina.ción po– blaba la cantera de trabajadores y colocaba la ciudad descubierta a sus miradas. AqUÍ, a medida que tra– bajaba el escultor, tornábase hacia el teatro de su gloria, como lo hacían los griegos para la Acrópolis de Atenas, y soñaba en la fama que lo inmortalizara. Poco se imaginaba que vendría el tiempo en que sus obras perecerían, su raza se extinguiría, su ciudad se-
ría una desolación y nido de reptiles, para que los ex– traños la contemplaran y se preguntaran por qué raza habría sido poblada en otro tiempo.
La piedra es de una suave arena. La tierra se
extiende a gran distancia, y parece ignorar que de sus flancos se ha tomado la piedra suficiente para construir una ciudad. Cómo fueron transportadas las enormeS masas sobre la superficie quebrada e irregu– lar que habíamos cruzado, y particularmente cómo una de ellas fué colocala en la cima de una montaí'ía de dos mil pies de elevación, era imposible conjetu~
raro En muchQs lugares Se hallaban piezas que ha– bían sino sacadas y desechadas por algún defecto: y
en un punto, a medio camino en un barranco que conduce al río, estaba un gigantesco bloque, mucho más grande que ninguno de los que vimos en la ciu– dad, el cual probablemente iba en camino para allá, para ser esculpido' y colocado como un ornamento, cuando las obras de los trabajadores fueron detenidas. Lo mismo que los incompletos bloques en las cante– ras de Assouan y sobra el monte Pentélico, permane~
ce como un recuerdo de los frustrados planes de la humanidad.
Permanecimos todo el día en la cumbre de la cordillera. La densa selva en la que habíamos esta... do trabajando nos hizo más sensibles a la belleza del extenso panorama. Sobre la cima de la sierra había una piedra labrada. Con la piedra CHAY que halla– mos entre las ruinas, que supusimos ser el instrumen– to para la escultura, escribimos nuestros nombres so– bre ella. Ellos están solos, y pocos los verán jamás. Ya avanzada la tarde regresamos, y atravesamos el río como a una milla arriba de las ruinas
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cerca de un muro de piedra con un edificio circular y. un hoyo, aparentemente para un depósito de agua. .
Al aproximarnos a nuestra choza, vimos dos ca– ballos con sillas de mujer, amarrados afuera, y oímos el llanto de un niño en bl interior. Había lleg'ado un grupo, compuesto de una anciana y su hijo, su hijo,
y la esposa de éste y una criatura, y su visita era para los MIEDICaS. Habíamos tenido tantas solicitudes de REMEDIOS, nuestra lista de enfermos babía au– mentado tan rápidamente, y habíamos estado tan fas– tidiados todas laSl ,noches pesando y midiendo los me– dicamentos, que, influenciados también por los temo·· res ya referidos, habíamos hecho saber nuestra inten– ción de suspender la práctica; pero nuestra fama se habia extendido tan lejos que estas gentes llegaban actualmente desde más allá de San Antonio, a: más de treinta millas de distancia, para ser curadas, y era penoso despedirlas sin hacer algo por ellas. Como Mr. C. era el MEDICO en quien el público tenia más confianza, yo apenas prestaba alguna atención a ellas, a menos que observara que ,fuesen mucho más res.... petables por el traje y apariencia q,ue ninguno de los pacientes que habíamos tenido, salvo los miembros de la familia de don Gregorio; pero durante la noche fuí atraído por el tono en que la madre habló de la hija, y por primera vez noté en ésta una extrema de– licadeza de figura y un bonito pie con primoroso za– pato y media limpia. Tienía ella un chal echado sobre la cabeza, y al dirigirle la palabra, quitóse el chal y
dejó ver un par de los más tiernos y columbinos ojos que los míos jamás haban encontrado. Ella era la primera de nuestras pacientes en que yo tomé algún interés, y no pude negarme el privilegio del médiCO de tomar su mano entre las mias. Mientras eUa pen– saba que estaríamos consultando con respecto a su en– fermedad, nosotros hablábamos de su interesante ros– tro; pero el interés que tomamos por ella era melan– cólico y doloroso, porque presentíamos que era tina delicada flor, nacida para florecer sólo en una esta– ción, y aun en el momento de desplegar sus bellezas, sentenciada a morir.
El lector está enterado que nuestra choza no te– nía tabiques. Don Migufl y su esposa cedieron su
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