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tal de todo esto fué la aceptación y sometimiento a lo pedido por los sublevados.

A las cinco de la tarde la pequeña banda de las tropas federales evacuó la plaza. La infantería com– puesta como de 300 hombres marchó por la calle real. La caballería, en número de setenta, exclusivamente de oficiales, en marcha por otra calle, se encontró con un ayudante de campo de Carrera que les ordenó dejar las armas Yáñez respondió que él tenía primero que ver a su general, pero los dragones, temiendo alguna traición ele parte de Valenzuela, se autorizaron y hu_ yeron. Yáñez, con treinta y cinco hombres corrió a galope a travesando la ciudad y escapó por (~l camino de Mixco. El resio de los hombres regresó precipi– tadamente a la plaza y con disgusto a deponer las lan_ zas, desmontando y desapareciendo cuando ya ni un solo hombre estaba sobre las armas

Mientras tanto avanzaban las hordas de Carrera. El Comandante de los antigüeños le preguntó si te– nía divididas sus fuerzas en escuadrones o compañías a lo cual Carrera respondió' "No entiendo nada de eso". Todo es uno" Entre sus principales acom– pañantes estaba Moreal y otros bien conocidos ban didos criminales ladrones y asesinos Carrera iba a caballo con una rama verde en el sombrero, y éste con pedazos de trapo sucio verde neel sombrero. y éste con pedazos de tropa sucia colgando alrededor con pinturas de santos. Un caballero que vióo la entrada de Carrera desde el techo de su casa, y que se había familiarizado con las escenas de terror que se sucedían en aquella desgraciada ciudad, díiome que jamás en su vida la entrada de esa inmensa masa de barbarie. Lle_ nando las calles todos con ramas verdes en los som· breros, parecían; a cierta distancia, l.}n bosqu~ .en 1~0_

vimiento' armados con mosquetes OXIdados, VIeJas pIS– tolas, esdopetas, algunas con gato y otra;s sin. él, palos conforma de fusiles atados dos o tres mIl mUJeres con sacos y alforjas para llevar los productos del saqueo prometido. Muchos que ~o habían salido pun~a de sus pueblos, admiraban salvaJemen~e la apapencIa de las casas e iglesias y la magnificencIa de la cmdad. Entra~

ban todos a la plaza gritando: "¡Viva la religión y muerte a los extranieros!" El mismo Carrera, ató~

nito ante la muchedumbre que había puesto en movió miento y guiar su caballo. Después manifestó q.ue estaba temeroso por la dificultad de controlar a esa In_

mensa y desordenada multitud. El traidor Barrun~,ia,

el líder de la oposición, el Catilina de esa rebellon. Cabalgaba al lado de Carrera e1;1 su entrada a la plaza. A la oración toda la multltud entonó la salve o himno a la Virgen. El grueso de voces humanas ne~

nando el aire hacía temblar el corazón de los habitan– tes de la ciudad. Carrera entró a la catedral; los in– dios mudos de admiración ante su magnificencia, en_

trar~n en tropel siguiéndole y colocando en derredor del hermoso alt~r las toscas imágenes de los santos de sus pueblos. l\'¡onreal penetró a la casa del .g~ne·

ral Prem, se apoderó de una hermo?a casaca mlh~ar,

ricamente bordada con oro, y la llevo a Carrera qUIen se la puso, llevando todavía el s~mbrero ~e petate .con la rama verde También le llevo un reloJ de bolsIllo, pero él no sabía cómo usarlo. Pro'!?ablemente que, desde la invasión de Roma por A\al'l.co y.los godos, ninguna ciudad civilizada había sido invadIda por tal inundación de barbarie.

y solo Carrera podía controlar los salvajes ele_ mentos que le rodeaban. Tan pronto como fué pos,i~

ble ,algunas autoridades l}egaron a verle y, en l~s mas abyectos télminos, le ped13!1 que mal1lf~s~~se baJO qU;é condiciones evacuaría la cmdad. El pldlO la depOSI_ ción de Gálvez Jefe del Estado, y todo el dinero y las armas que el gobierno tuviese bajo su mando. Los sacerdotes eran los únicos que tenían alguna influen– cia sobre él, y las palabras nos pueden dar una idea exacta del terror en que se encontraba hi ciudad, te– miendo oír de un momento a otro la señal para el ase– sinato y el saqueo general. Los habitantes se encerra_ rraron en sus casas, las que, estando construidas de

piedra, con balcones de hierro y macizas puertas de varias pulgadas de espesor, resistieron los asaltos de las partidas desbandadas; pero se cometieron muchas atrocidades que parecían ser precursoras del saqueo general El Vice_presidente de la República fué ase– sinado; la casa de Flores, un diputado, fué saqueada; su madre arrojada al suelo de un culatazo por un vi– llano, y una de sus hijas herida con dos balas en un brazo.

La casa de los Sres. Klee, Skinner & Cía. que eran los principales comerciantes extranjeros en' Gua– Lemala, y que se dijo que tenían municiones y armas fué varias veces atacada con gran ferocidad; pero te~

niendo fuertes balcones en las ventanas, y estando re– forzada la puerta principal con bultos de mercaderías resistió los ataques de la indisciplinada turba armad~

solamente con garrotes, mosquetes, cuchillos y

mache– tes Los sacerdotes corrían por las calles llevando el crucifijo, en el nombre de la Virgen y de los santos, refrenando a los desaforados indios, conteniendo sus salvajes instintos, y salvando a los aterrorizados habi_ tantes Y aquí no puedo dejar de mencionar un nom_ bre que estaba en la boca de todos: Mr. Charles Sava– ge, ~ntonces có:qsul d~ los Estados Unidos, quien, en medlO de los mas furIOSOS asaltos a la casa del señor Klee, salió a la calle bajo una lluvia de balas, y recha_ zando las bayonetas y machetes, hizo retroceder a los asaltantes de la puerta, llamándoles ladrones y asesi– nos" co.n sus b~ancos cabellos flotando al viento, que los IndIOS admIrados de su audacia desistieron de su intento Después de esto y haciendo poco caso de su propia vida, se le vió siempre en medio de todos los

tU~l;lItos, saliendo Hes? de los peligros con gran admi– raClOn de cuantos le VIeron. Los extranjeros residentes en la ciudad estuvie~'oJ;l unánimemente en presentarle una carta de agradecImIento por su valiente e intereses Peudientes aún las negociaciones Carrera ataviado con el uniforme del general Prem, hizo lo p¿sible por refrenar sus tumultuosas horas; pero dijo que varias veces había estado a punto de proceder al saqueo de la c~sa de ISlee y de las de los otros dos ingleses. Habla extrano arranques de fanatismo en el carácter de este rebelde caudillo. El grito de guerra de sus hordas era "j Viva la religión'! El Palacio del ar_ zobispo había sido usado como teatro por los libera_ les; Carrera pidió las llaves, las colocó en su bolsillo y declaró que, para evitar sino hasta que el episodio y declaró que para evitar cualquier futura profana– ción arzobispo volviera a ocuparla.

Finalmente se convino en los términos por los cua_ les Carrera consentiría en retirarse, así: once mil dó– lares en plata efectiva, diez mil que serían distribui– dos entre sus seguidores y mil para si mismo mil

mosqu~stes y el grado de' teniente coronel. El dinero no valla nada comparado con la salvación de la ciudd del inminente peligro en que se enconÍl.'aba pero er~

una inmensa suma a los ojos de Carrera y d~ sus hor_ das, pues entre quienes las formaban casi todos los encima y las armas robadas que portaban; sin embar_ go no era muy fácil conseguir el dinero; la tesorería estaba sin fondos y los ciudadanos no lo darían tan fácEmente. La locura de poner en manos de Carrera mil mosqueies era s610 comparable al absurdo de ha– cerlo teniente coronel.

En la tarde del tercer día se logró pagar el dine_ ro, entregar los mil mosquetes y Carrera fué investido con el mando de la provincia de Mita, distrito inmedia– to a Guatemala. El gozo de los habitantes al saber que pronto se retiraría fué indescriptible; pero poco después circulaba el espantoso rumor de que las sal– vajes hordas manifestaban el ardiente deseo de sa_ quear la ciudad antes de abandonarla. Una inesperada descarga de mosquetería confirmó el rumor, y el pánL co fué. inmenso. Siguió una hora de terrible calma; pero a las cinco de la tarde fueron saliendo-de la pla– za en desordenados grupos. Al llegar a la plaza de toros hicieron alto, y, disparando al aire sus mosque_ tes levanta'ron nueva angustia. Se propagó la noticia

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