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Por motivos del alcohol, "la nota más sobresaliente en ellos era la insubordinación". No sepultaban a los hon– dureños que morían del vómito prieto; sus cadáveres, tirados por cuartos y corredures, apestaban lli atmós– fera

Córdova, antes de ordenarles que entierren a los muertos, se prapara; hace que los soldados arrimen las armas, pone custodios para impedir que las tomen, colo– ca centinelas en los boquetes de comunicación, y luego da la orden de abrir zanjas y acarrear los cadáveres. "A esta orden -<:ontinúa él narrando- se opusieron todos corrieron a tomar sus armas, vociferando pala– bras de insurrección, y, a pesar de nuestra resistencia, lograron unos tomarlas, haciendo aparecer en aquellas habitaciones un alzoamiento, disparando sus armas contra nosotros, y otros con bayoneta c·alada (acometieron) a los custodios del boquete".

Un oportuno auxilio, puso orden, los insurrectos sepultaron 18 cadáveres y después se les impuso la debi– da corrección.

A principio de la campaña el General democrático Trinidad Salazar escribía a su hermano Mariano que el! el campamento de Jerez habia "escasez de todo"; que va– rios oficiales que Méndez deió en Masaya, desertaron y cometieron "mil excesos", lo cual les hacía "muy acree– dores a la última pena". La mayor parte de los jefes se hallaban enfermos o heridos, por lo cual estaban en manos de los peores; "y tenemos -dice Salazar-, por una parte que estar atajando mananos; y por otra, breo gando constantemente con las ideas de algunos que pa– san el tiempo contarido cuentos y fanfarroneando". /Cuando llegó el Dr. Rosalío Cortés a León a influir en favor de Miguel Bolaños, los jefes civiles quisieron saber la verdad sobre la situación de Granada, y el Dr. Cortés, como amigo de la causa democrática, la dio en los siguientes términos:

Que mientras las fuerzas de Jerez no avanzaban u palmo, las de Chamarra iban haciéndose más fuertes, de mo odque los 300 artesanos conque comenzó la de– fensa, se habían más que duplicado; que la disCiplina en el campo revolucionario era pésima, por no decir nin– guna; que los soldados desertaban para llevar a sus ca– sas el botín recogido en el dla; y lo peor, que al pasar por los pueblos del tránsito vendían las armas y muni– ciones; los amigos de Chamarra las compraban para marcharse a Granada a engrosar las filas del gobierno Legítimo y buscar una garantía contra los desmanes de los soldados democráticos: Que éstos perdían el pres– tigio que ganaban los legitimistas porque no distinguían en sus atropellos ni a los amigos, sino que prodigaban sus ultrajes a todos sin distinción; que por falta de una mano fuerte que mantuviese la moralidad del e;ército se alejaba cada vez: más la esperanza del triunfo. Esto poco más o menos expuso el Dr. Cortés, según lo trasmi– tió a la posteridad el historiador cronista y testigo pre– sencial Francisco Ortega Ar;:lncibia.

El 11 de julio escribía el Gral. hondureño José Ma– ría de Oliva al Lic. Francisco Castellón: "Nuestra situa– ción moral padece algunas dificultades por la falta ele prest para la tropa, por el cansancio de alguna gente inconstante en la prolongacion de esta campaña inacti– va, y hasta por algunas disensiones personales. La últi– ma embestida (1a del cuatro de julio) un poco estéril so– bre la plaza, ha destruído un poco la esperanza: y las enfermedades y las fortificadones van desalentando o entibiando el espíritu del ejfrcito. El remedio a todo ésto es mejorar en algo la situación individual del sol– dado, y animarlo con refuerzos".

Pero dar el consejo era fácil; ejecutarlo, imposible con hombres sin energías como Máximo Jerez. En el campo de enfrente las cosas marchaban m yual revés, porque dice el Lic. Jerónimo Pérez~ allí "el jefe con una mano extendía el sueldo y con la otra el rigor de la dis– ciplina.

Mientras Granada pagaba la guerra con dinero pro– pio de la ciudad, los democráticos organizaban patru– ilas para sacarlo de los pueblos aledaños, a pesar de sus esfuerzos y dureza para extrclerlos, sólo conseguían ml– serables resultados. Córdova vio entrar una partida de ganado para los jerecistas. "Pero qué reses, Dios míol

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-exclama. Sólo eran el cuero y los huesos". Así SJJe.

podían dar al soldado con qué matar el hambre, un real: cada 15 días para rancho, y a veces la cuarta parte dei sueldo que le pagaban con botellas de aguardiente. Un militar alemán, Carlús Uebersezig, profesor de la Escuela Politécnica de Man¡¡gua, enseñaba a sus discí– pulos sus observaciones militares sobre aquella contien– da civil, y confirmaba que la indisciplina y el espíritu de rapiña fueron la causa del desastre de Jerez y los su– yos.

"Al ejército sitiador -decía aquel militar- le f~l"

tó el alma: la disciplina. Sa relajó con el pillaje. Un ejército que pilla una ciudad, pueblo o caserío está per– dido, y no hay ni la más remota esperanza de una vic– toria; porque el soldado procura más defender lo pillado que obedecer. Así, pues, mientras Chamarra infundía la idea de victoria asentada sobre las sólidas bases de la disciplina, surgía del alma de los defensores la indo– mable fiereza de aquella brillante defensa":

En cambio, de Fruto Chamarra decía él mismo: "Si no sobrepujo a los modernos conocimientos de la táctica aplicada, no dejó ningún recurso por aplicar. Fue una brillante defensa. Con genialidad hizo la resistencia. Nada pudo cohibir sus energías guerreras, y más redo. bló su indomable perseverancia, al grado de hacer com– prensiva la idea de la victoria a sus oficiales. " en los oficiales puede y debe caber la idea completa de la vic– toria. . . . Así lo expresaba claramente con Moltke: "sólo es perdida la batalla cuando los oficiales creen te– ner perdido todo y no quieren continuar en la lucha por la victoria".

17. TODOS CON FRUTO CHAMORRO

La conducta de los democráticos, tal como la hemos expuesto, trajo por consecuencia Que afluyeran a Gra– nada toda clase de personas, asi de buena sociedad co– mo labriegos y jornaleros, a tomar el arma en defensa de la plaza porqup, así defendían lo único que les que– daba, su vida, yaque habían perdido sus bienes. Uno de estos casos y el de más signliicativas conse– cuencias, fue el del joven Tomás Martínez, nativo de Nagarote, quien en 1854 se hallaba establecido en León con una tienda de comerdo. Al principio permaneció indiferente a la contienda, pero bien pronto vió saquea– do su pequeño establecimiento, y comprendiendo quién en realidad defendía el orden y la libertad, se fue a Granada a ponerse al lado de Chamarra.

Un rasgo pinta a los dos hombres. Martínez solici– taba marchar con la expedición que el Gral. Corral lle– vaba a El Castillo. Chamarra aconsejó a Martíriez: -En la guerra no pida ni rehuse viaje.

Pronto se vio 10 que valía aquel oficialito endeblp de cuerpo, blanca y fina piel. El fUe quien convirtió la batalla de Pala:..·agüina en victoria para los legitimis. tas, y quien contribuyó personalmente a la toma de Ma– saya, golpe definitivo que obltgó a los democráticos a sa– lir huyendo de Granada.

De León habían llegado otros elementos no menos valioso. El Gral. Agustín Hernández, valeroso y fiel hijo el Capitán; Máximo Hernánde21, muerto en la segunda acción de Masaya; Anastasia Somoza, hermano de Ber– nabé que así cumplía la promesa Que le hizo a Fruto Chamarra el año 1849; el joven J. M. Sandres, muerto en combate; Toribio Jerez, quien explicaba por qué se hallaba en el campo opuesto a su hermano Máximo, por estas palabras:

"Mas como de día en día se desarrollan en el De– partamento Occidental las p~siones más viles en aqu~­

llos que entre los demócratas gozan de mayo nombra– día, ya que no me ha parecido que pueda llamarse hombre de bien el que a vista de tales excesos no tome un participio activo por el progreso del orden". El Capitán Andrés Murillo, leonés, justificaba su presencia en las filas de Chamarra, diciendo que C~s·

tellón había enviado una escolta para exigirle una cre– cida contribución y obligarlo a prestar sus servicios a la causa democrática. sin perjuicio no Legítimo. "du– rante su mando pacífico diu orden a Nicaragua. jns":

randa confianza al propietariu, cuyo bolsillo nunca me-

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