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ba emergiendo de una Dictadura y buscando el camino

de la Democracia, el Gobierno de Nicaragua estaba re· machando una Dictadura y comenzando una Dinastía. Mientras en Washington el doctor Villeda Morales, Em– bajador de su país, era el Candidato Presidencial más fuerte en Honduras, aquí en Nicaragua don Luis Somoza se tambaleabél en medio de la inestabilidad de un régi– men que ni él mismo sabía seguro. En tal situaci6n, el Departamento de Estado y los juristas del Consejo de la O.E.A. encontraron que las dos Naciones, Hondurils y

Nical agua, no coincidían ni siquiera en cuanto a los pun– tos wncretos, la materia específica objeto de la contlo· versia, que debían someter al Arbitraje Internacional. Ni– caragua queda plantear la validez o nulidad del Laudo dentro los Procedimientos arbitrales regionales (multila– 1erales o unilaterales) que provee el Pacto de Bogotá y se manifest6 anuente a cualquiera de las soluciones pa· dficas consagradas en este Tratado.

Hasta aquí, en esta 01 ¡entaci6n, su actitud estaba en concordanc..ia con el artículo 9 de nuestra Constitución Pol(tica que prescribe "el arbitt aje como medio de resol– ver los confl ietos intel nacionales" (por lo cual puede de· ducirse que nuestra Constituci6n estatuye que solamente agotados los arbitrajes puede recurrirse o aceptarse el Procedimiento Judicial de la Corte de La Haya). En cam· bia, Honduras tomó una actitud intransigente y recalci– trante. El Dr. Villeda Morales se daba el lujo de contes– 1ar una série continuada de rotundas negativas al De– partamento de Estado y a 'la O.E.A.; y cada uno de esos NO de Villeda Morales repercutía favorablemente, ro– bustecía su posición de Candidato a la Presidencia de Honduras. En cambio, don Luis Somoza, en Nicaragua, que comenzaba el ensayo de su régimen de Dinastía en medio de angustias, zozobras, intranquilidades y vacila– ciones sobre su estabilidad, tenía que ir cediendo y con– cediendo a todas las imposiCiones: Mienh as Honduras avanzaba, Nicaragua 1 etrocedía. Y hay que repetir que esto se debía a la situaCión política de inestabilidad del Gobierno de Nicaragua. Ahí está la causa del desasire. Con un Gobierno fuerte, estable y democrático, no hu– biésemos ido a La Haya, ni hubiésemos perdido el litigio; Una vez que fuí a almorzar con un funcionario del Depar-tamento de Estado me dijo que porqué nosotros los nicaragüenses no entregábamos ese territorio, pues– to que le pertenecía a Honduras. Yo le repliqué indigna– do qUé él no sabía lo que estaba hablando, que no conocía la cuestión, que yo había estudiado el asunto

y que estaba seguro y convencido que Nicaragua tenía la razón; que no se lo decía por patriotismo, sino por convicción jurídica de abogado. Aquél funCionario del De– partamento de Estado call6 y no me volvió a decir más sobre la cuesti6n, ni en esa ni en otras ocasiones que después lo ví. Pero cavilé entonces que cuando este fun– cionario del Departamento de Estado --que sabía muy bien que yo era un opositor al régimen del Gobierno de Nicaraguá- se había atrevido a hacerme a mí semejante afirmaci6n y a proponerme semejante despropósito, las presiones del Departamento de Estado sobre el Gobier– no de Nicaragua deberían ser tremendas para empu– jarlos a hacer conceciones. Y tenemos que deducir que esas presiones, que no hacían mella en la oposición, hacían impacto formidable sobre el Gobierno incipien-

te y vacilante de don Luis Somoza, porque eran con· sejos tel minantes y decisivos para asegurar la estabi· lidad política de su régimen. Cuando esta mole del De– partamento de Estado de Washington se mueve, aplasta (por lo menos antes de Fidel Castro, que es la época a que me estoy refiriendo).

En los círculos diplomáticos latinoamericanos de Washington, Honduras estaba considerada entonces co– mo "una niña bonita de Democracia" con la perspectiva de la Presidencia democrática de Villeda Morales, ensa– yando nuevas formas de Empréstitos Internacionales y dando al Ejército ocupación en tareas civiles, mientras que a Nicaragua la re-putaban como "un feto de Dictadu–

1 a" con el Gobierno de los dos hijos de Somoza, y éstos, vendiéndole armas a Batista. Era indiscutible la simpa– tía a favor de Honduras y la animadversión en contra de Nicaragua.

Pero no bastan todas estas circunstancias narradas para fOI marse una idea clara del ambiente de Washing– ton en aquel entonces. la Embajada de Nicaragua, lejos de hacer algo para cOntrarrestar esa corriente, lo que ha. da era hablar por lo bajo, muy confidencialmente, sin dejar huellas de prueba, en lérminos más O menos va. gas, sobre que Honduras estaba encima de Nicaragua en esta disputa porque había un Laudo en contra de Nica· ragua. Era tal el clima en Washington en contra de Nica· ragua, en este asunto de límites con Honduras, que en la misma Unión Panamericana se imprimieron unos ma· pas de las naciones americanas, en los cuales aparecía el de Nicaragua sin el 1erritorio en litigio.

y dentro de este ambiente, los juristas del Consejo da la Organización de los Estados Americanos, actuando provisionalmente como Organo de Consulta ante una con– flagración centroamericana, tentan que encontrar una solución pacífica. Honduras se empeñaba en su negativa y la presión se ejerda sobre Nicaragua. Y así, en esta vía, los juristas del Consejo de la O.E.A. idearon la fór– mula diplomática, nada jurídicá, de hacer coincidir las dos voluntades de las Partes en someter la disputa EN TOR– NO AL LAUDO (lo cual no especifica nada) a la Corte In· ternacional de Justicia, lanzando la pelota --que era una brasa en la mano- a otro organismo internacional.

y el Gobierno de Nicaragua concedió a Honduras todo lo que Honduras quería: ir a La Haya y demandar la eje– cución del Laudo; quedando Nicaragua a la zaga en este litigio.

. Con el resultado de estos estudios y pesquisas con– versé en Washington con algunos nicaragüenses compañe– ros míos en la Oposición; y cuando les explicaba que no íbamos a La Haya en un pié de igualdad con Honduras, para discutir y dilucidar sobre la validez o nulidad del Laudo del Rey de España, sino que lbamos tan solo para que Honduras demandase la ejecución del Laudo, y que apenas Nicaragua se defendería oponiendo algunas ex– cepciones, aquellos mis compatriotas no me creyeron, me juzgalon prejuiciado y pensaban que era imposible que fuese verdad lo que yo les afirmaba. Me argumentaban una y mil veces sobre la contradicción que había entre lo que yo les explicaba y todo lo que al respecto decían los periódicos de Nicaragua, que todos lefamos. Me contrade– dan diciendo que no era posible suponer que en Nica– ragua no hubiese abogados de la OposiCión que no t4-

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