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afluentes del Coco en el norte, más allá del Peteca, spn los que acabamos de perder, para mayor desgra~ia nues– tra, en la catástrofe de La Haya, oro que no permitió el Estado aprovecharlo.

Ya desde el año de 1852, el famoso libro de Squier sobre Centroamérica, uno de cuyos ejemplares posee en Ocotal don José Francisco Moneada, habla de la riqueza de Nueva Segovia y de su industria, apegados a fa cual sobrevivían muchos de sus habitantes. Tal libro contie· ne la relación de don Francisco Irías, que baió el Coco, el informe del Prefecto don Francisco Díaz Zapata y otros

varios datos de cómo se trabajaba en minas y lavaderos. En los ríos, el lavador se internaba por uno b dos

meses entre la selva, habilitado de herramientas y pro– visiones por el pequeño comercio; allá, con el agua a la cintura, en canaletes, trabajaba con mayor o menor suer– te, pero ganándose un buen jornal, y al cabo de ellos regresaba con .su frasco de pepitas, mas o menos con– siderable, entregaba al acreedor su producto, pagaba la habilitación sin intereses y disponía del resto para su fa– milia. Hubo lavadores que encontraron granos hasta de cuatro onzas de peso. Después, regresaba a la montaña de nuevo. Vuelvo a repetirlo, c'entenares de personas vivían de esta manera. Ese oro servía para que los co– merciantes hiciesen sus pedidos, a veces directamente al exterior, sin la intervención de los organismos burocrá– ticos de hoy, sin estar sujetos a controles, formatos de importación o exportación, incripción, registros,' etc. Era el individuo en plena facultad de disponer de su tra– bajo.

Puedo afirmar, sin temor alguno, que había mas de 400 pequeños mineros trabajando en propiedades ente– ramente suyas y mas de mil guirises que iban a Jos ríos y volvían en un constante comercio honesto, próspero

y abundante.

Pero un día de tantos, antes de que el Estado cayera totalmente sobre todo ese trabajo cón la Ley de Recursos Naturales, hoy en vigencia, ése Estado pensó que aquel oro debía ser controlado y dictó por los años

d~l treinta y tantos una famosa disposición mediante la cual el oro no estaba libre en el comercio sino que en manos del Estado. Para qué? Para que una vez extraído del agujero de una mina, se le metiese en otro agujero llamado Fondo de Nivelación de Cambios y permanecie– ra, como en su estado primitivo, sin luz y sin aire, lejos de la vista del productor. Simple cambio de nombres, que dio en recompensa al trabajador un pape! mas o menos honesto con el nombre de billete, que tuvo hoy

un valor y amaneció mañana con otro. Al productor se le obligó a entregarlo a una oficina llamada Banco Na– cional y se le persiguió como contrabandista al no en– tregarlo y al comerciante se le prohibió recibirlo en pa– go de sus habilitaciones y se le trató como reo de un grave crimen.

Fueron innumerables las veces que policías e ins– pectores decomisaron el oro que andaba en manos de particulares e impusieron multas por lo que legítimamen– té era sUY9. Yo trabajaba en aquel entonces en la Agen– cia del Banco Nacional de Ocotal y recibía instrucciones sobre el caso, que honradamente siempre repudié dicién–

dole a mis superiores que yo no podía. e;ercer "ficíos de policía.

y ocurrIó lo que tenía que ocurrir. El trabelador se desalentó. El comerciante ya no' dio habilitaciones, ca– rente del aliciente de recibir el pago de sus mercaderfas en oro. Y nuestro amo, el Banco, sujeto a leyes ¡nva-, riables, tampoco pudo habilitar al estilo antiguo a quie– nes no podían presentar mas garantías que su honradez y constancia en el trabajo. Faltos de habilitación, faltos de libertad, perseguidos como criminales, se fueron re– tirando todos hasta llegar a abandonar totalmente sus in· genios, sus agujeros, sus playas. Un día de fantos regre– só a su hogar aquel guiris y colgando sus aperos, dijo a sus hiios: busquemos otra manera de trabajar en don– de no tengamos tantos perseguidores y enemigos. Han pasado veinte años y la gente ha olvidado ya cómo era el trabajo en esta industria.

Puedo afirmar que así como ya no hay en Segovia quien entienda el beneficio de la plata, que hace apenas un siglo se llevaba de Macuelizo y Dipilto hacia Tegu– cigalpa para acuñarla como nuestra moneda, van que– dando muy pocos que entiendan este oficio de los in– genios, del laboreo de las brozas y el lavado de las arenas.

Me correspondió estar en los años del 39 y 40 en la Agencia del Banco de Ocotal; existían agencias compra– doras también en Jícaro, Murra y Quilalí. Pues bien, solamente de ellas, aparte de lo que se reunía mas aba– jo en Waspán, Wiwilí y San Carlos, las remesas sema– nales ascendían a mas de quinientas onzas. Puede de– drse que cada m~s remitía el Banco, por fuera siempre existían compradores clandestinos que se exponían al de– comiso, unas cuatro mil .onzaS. con lo cual se llegarla en

los veinte años trascurridos de inactividad, aproximada– mente a un millón de onzas con un valor de doscientos millones de córdobas. Doscientos millones tragados gra– cias al teoricismo de nuestra burocracia ,por los rlos y el mar.

Para aprecíar más los errores del Estado, voy a citar un ejemplo tan solo. En la década del treinta al cuaren– ta, un francés, Monsieur Lefevbre, intentó lavar en gran escala las arenas de todo el Coco. Presentó un contrato al Gobierno, mediante el cual, a cambio del oro que iba a extraer del río, construiría una carretera a lo largo de nuestra mayor arteria flUvial. Brincó nuesto nacionalis– mo y los intereses privados hicieron fracasar el contra– to. Ese Coco ha continuado durante treinta años tra– gando riquezas sin beneficio para nadie. Por obra y gra– cia de ?on Alfonso y de La Haya, ahora tenemos que

com~artlr ~011 Honduras todo e~e oro, posible motivo pa– ra dl,scordlas futuras. Pero mientras tanto, como en el cuel1 t o de Darío, la mar traga a Ana, traga a Bias, tra– ga más ...

Es posible que alguien diga que ésta es la obra de un partido en el poder. Yo solam.ente expongo un re.

tazo de nuestra triste historia.

Para que la juventud, comparando, diga que hu–

~o años en qu.e lejos de tanto técnico, como ahora; y

sin tanto orgalllsmo burocrático y demagógico como los que hoy son orgullo de esta administración, se trabaja– ba con mayor libertad, con más honestidad, con mejor rendimiento.

Ocotal (Segovia), noviembre de 1960.

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