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LO VIVO
Y
LO MUERTO
EN
LA IDEA LIBERAL
El profesor y publicista español doctor CARLOS RUIZ DEL CASTILLO, autor de la obra que reseñamos, es uno de los más insignes expositores de Derecho Político de la Euro– pa contemporánea. A través de su cátedra en la Univer– sidad de Madrid tuvimos el honor de apreciar su perso– nalidad laboriosa y recatada y su profunda y humilde sa– biduría. Tal como lo demuestra este brillante ensayo, Ruiz del Castillo posee una visión integral y armónica del Derecho y de la Política, no olvidando que "al lado de la política que realiza el Derecho está la política que
lo impulsa".
R.P.R.
El liberalismo como sistema no ha podido escapar a la ley de caducidad: perdió ya su principio de suficien– cia, su razón histórica. Sin embargo, en todo sistema, en torno de una idea preponderante, que forma su eje, vi– ven principios de energía en sí mismo autónomos, capa· ces de sobrevivir a la desintegración del sistema. Pervi· ven del liberalismo ciertos impulsos o tendencias, que constituyen su aportación perenne al acervo político y cultural de la' humanidad. Pero ya no es el sistema libe– ral, sino la tendencia lo que puede tener valor y vigen– cia relativos.
Tal es, a grandes rasgos, la tesis del Dr. Carlos Ruiz del Castillo, en el acto de su incorporación a la Real Aca– demia de Ciencias Morales y Políticas de Madrid. En es,. trascendental discurso, publicado bajo el título de "lo Vivo y lo Muerto en la Idea liberal", Ruiz del Castillo analiza la mentalidad liberal con respecto a la organiza– ción sodal, a la conciencia religiosa y a la organización territorial, diagnosticando certeramente lo que puede vi-
vir porque es esencial y lo que muere o ha muerto ya por ser contingente. O como dice el autor en términos de discriminaci6n moral: "lo que aún puede ser una tarea y, lo que debe constituir ya un remordimiento". El liberalismo naci6 con la aspiraci6n de traducir tendencias humanas permanentes. En su visi6n abstracta de la vida, el liberalismo representaba la Raz6n misma, divinizada por los revolucionarios franceses, ordenando de una vez por todas la convivencia humana.
El liberalismo, sin embargo, a pesar de operar con conceptos abstractos, sirvi6 de apoyo y expresión a Un orden concreto: el orden y el hombre' burgueses. Comp fué un sistema vivo, al ponerse en contacto con los he– chos sufri6 la influencia rectificadora de la interpretación: "puerta por la cual la vida que cambia se introduce en la fortaleza, erizada de lógica, de los principios abstraCtos". Mediante la interpretaci6n, el tiempo capta en los siste– mas el reflejo más apropiado a la necesidad actual.
LIBERALISMO, DEMOCRACIA Y SOCIALISMO El liberalismo proclamó un principio negativo -el de no intervención- para dos órdenes de la vida hu– mana: el espiritual y el econ6mico. Exención de trabas para el pensamiento y para la contrataci6n. El ambiente en que habrían de convivir esas libertades exigía una extremada valoraci6n de la seguridad. Recordemos la clá– sica definici6n de libertad como seguridad, propugnada por Montesquieu. Ese aparato de seguridad demandaba, asimismo, una máxima cautela: la inhibición del poder público en la vida social. Se inició de ese modo un pro– ceso de neutralizaci6n, que iba desde lo religioso hasta lo económico. Pero esta inhil:>ici6n, -y ahí está el gran pecado liberal- favorecía situa~iones dadas y represen– taba la garantía de interejies predominantes: los intere– ses de la burguesía. De ahí nació la primera tensión en– tre liberalismo y democracia.
los principios de libertad e igualdad contenidos en la. famosa "Declaraci6n de los derechos del hombre y
del ciudadano", de 1789, no son conceptos gemelos, si– nó más bien contradictorios. En efecto, la libertad es el principio del Iib~ralismo; la igualdad, el del socialismo.
la primera es una facultad individual; la segunda, una limitación del individuo. O como dice muy bien Ruiz del Castillo: "la libertad es el disparo de la energra perso– nal, la condici6n de la iniciativa, el triunfo o el fracaso inherentes al derecho de forjar la propia vida, asumien– do el éxito y el riesgo; la igualdad es, por el contrario, la limitación de esa energía, a la vez que aspira a ser la tutela ejerCida sobre el individuo en nombre de un criterio superior y común".
la democracia liberal, burguesa, culta y propietaria, ha sufrido un proceso de dilatación, al empujar hacia la vida pública a todos los sectores de la poblaci6n. La so– ciedad burguesa engendr6 al proletariado con fisonomía
y conciencia de c1ase-, como consecuencia necesaria de su misma existencia y de la explotación industrial de la era moderna.
Tal dilatación de la democracia -escribe Ruiz del Castillo- suponía una variación de los fines de la vida social. la crisis liberal comienza con la escisi6n entre los propósitos de la clase dirigente y las aspiraciones de las nuevas masas electorales. Es el momento histórico en
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