Page 10 - lista_historica_magistrados

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Ni hemos de creer tampoco que lo que aquí viene a buscar la juventud sea no más que 105 conocimientos profesionales indispensables para ganarse la vida O con· seguir un importante empleo. Títulos y diplomas lo mis·

010 pueden obtenerse aquí que en otra parte. Es natural que las Universidades y con mayor razón los Institutos Tecnológicos respondan a las necesidades de la gente, que son las de carácter económico en un tiempo como este de preponderante economía materialista. Lo que no es natural es que los jóvenes traigan a la Universidad una actitud utilitaria ante la vida, y por lo mismo, ante el saber. El saber, lo que se llama propiamente el sa– ber, que sólo se equipara con el amor, no es comercia· ble en absoluto; no se puede comprar ni vender. Sólo se puede, por supuesto, amar, y por eso es que habla– mos del amor del saber. Todas las profesiones, discipli. nas o técnicas tienen -iqué duda cabe! hasta las más humildes- su propia dignidad, la natural belleza que corresponde a las diversas ramas del saber humano. Pe· ro se llaman ramas del saber, no hay que olvidarlo, por· que el saber es uno. Los medievales lo representaban como un gran árbol, cuyas ramas correspondían a todos los saberes. y le llamaban el Arbol de la Ciencia, el Ar· bol del Saber. Su tronco, desde luego, era la teología.

la cultura moderna, secularizada, como ya la indio qué anteriormente, no ha sabido encontrar un sustituto de la fe católica que dé unidad, ya no digamos trascen– dencia, a los conocimientos contemporáneos que ya ni caben, según se dice, en la mente de un hombre. Has· ta 105 legos comprendemos que no es tarea fácil en ab– soluto, sino al contrario, de proporciones astronómicas, la que le espera a las grandes universidades católicas en el futuro. Pero la fe -además de la raz6n- nos dice que Dios es uno y, por lo mismo, creemos que el saber es uno. De ahí nos viene a los católicos o por lo menos a los intelectuales católicos, la convicción inconmovible de que si el mundo se hunde en la barbarie, será de nuevo el catolicismo el que lo saque de ella, y que si el mundo logra evitar la guerra que hoy lo amenaza, será también el catolicismo, principalmente en las Universi· dades, el que unifique todos los conocimientos mocler· nos, como lo hicieron con los antiguos los grandes esco· lásticos de las Universidades europeos en el Siglo XIII, y sobre todo Santo Tomás de Aquino. Como una simple ilustración de cómo puede unl! poderosa inteligencia ca. tólica aventurarse hoy día a sintetizar y trascender los datos más rigurosos de la ciencia, me atrevo, por ejem. plo, a señalar las obras inmensamente sugerentes y pro– vocativas del gran jesuíta Teilhard de Chardin sobre el problema de la Evolución. Algo como eso, algo que ga· ne siempre terreno sin perder el terreno ganado ante– riormente por el hombre, es lo que están esperando las nuevas generaclones en los distintos órdenes del pensa· miento. En vez del comunismo que torpemente brutaliza todo lo humano, lo que los jóvenes de hoy desean es, según creo, para decirlo con una frase de Max Scheler: "Una sintesis de progreso y conservación".

En Nicaragua, en Centro América, los estudiantes que al salir de las escuelas de segunda enseÍlanza, quie. ran seguir una carrera o prepararse, como se dice, para

la vida, es sólo aqui donde podrán hallar, o mejor dicho fundamentar, flaCO a poco, ellos mismos, para su propio ámbito, lo que realmente buscan: el saber de unidad que tanta falta le hace a nuestro tiempo. Aun los que no se dan exacta cuenta de ello, es eso lo que buscan, estoy seguro, en esta Univelsidad. y no lo buscan por inte. rés, como ya sugería, lo buscan por amor. Están condi. cionados por la nobleza de la juventud pal'a amar sola. mente un saber que todo lo ilumine, que lo penetre, lo impregne todo y lo transfigure con el claro mistet io de su luz, haciéndolo transparente a la mirada de la inteli. gencia. Quieren saber si es que en verdad existe la sao biduría para entregarle su corazón.

Todos los jóvenes están ansiosos por encontrarle sentido a la realidad. No podrán aceptar, sin aniqui. larse, la afirmación existencialista de que la realidad es el absurdo. lo que ellos quieren es conocer, entender, comprender, para crear. Por eso dije desde el principio que esta Universidad es ulla aventura del espíritu, y quo los jóvenes deben considerarla como la única aventura que en nuestro tiempo vl1le la pena realizar. Lo que no puede suponerSe es que los jóvenes de ahora sólo se vayan a prepal'ar para encel rar su mente entre las (ua–

ti o paredes de una oficina y vivir una vida mediocre de actividad vacía, para la cual nunca ha mostrado vocaci6n el pueblo nicaragüense. Nada sería más desconsolador que imaginar a lo~ jóvenes satisfechos con la ignorancia que se ignora a si misma y, peor aún, con la ignorancia que presume de ciencia. No valdría la pena fundar si. quiera la Universidad si se pensara que los estudiantes

van a dejar los libros por otra cosa menos apasionante, digamos por la política del "¡Muera la Inteligencia!". Yo por lo menos no puedo creel que esta Universidad sea para muchachos que se conformen con la vulgaridad del éxito materiel o del culto al dinero, ni pongan sus espe· lanzas en el progreso sin espiritualidad o lo que viene a ser lo mismo, en la civilización simplemente conside– rada como el máximo desarrollo de la producción y del consumo.

Esta aventura del espíritu que es la Universidad no lo sería si no despertara en los estudiantes el espíritu de aventura. Por pequeña que sea la nave profesional en que el hombre se embarque -la Santa María, la Pinta o la Niña- lo que importa es la estrel/a que lo guíil y "las insulas extrañas" a las que se dirige. La milagrosa paradoja del cristianismo consiste en que nuncn se es más una cosa que cuando más se trata de ser otra. ¡Qué maravilla serían los abogados si se las arreglaran de tal manera que no tuvieran que ejercer la profesión! Se po' dría mirar sin disgusto el progreso si 105 estudiantes de ingeniería sintieran el mismo horror que sentía Tolstoy cuando pensaba en Rusia dominada por hordas de bár· baros con titulas de ingeniero. Yo desearia, en fin, para la facultad llamada de Administración de Empresas, es– tudianles tan poseídos por el espíritu de aventura -a lo mejor por el Espiritu que sopla cuando quiere y donde quiere- que empezaran por comprender que las empre– sas dignas de administrarse son las que se adminístran en beneficio de aquellos que no tienen empresas que ad· ministrar. Podrían así enseñarnos prácticamente por qué

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