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los escolásticos medievales mandaban .'los ricos que se tuviesen a sí mismos por administradores del tesoro de los pobres.

Pero para enseñar, como se dice, primero hay que aprender. Los mismos estudiantes son muchas veces 105

primeros en olvidar que el oficio del estudiante es estu– diar. Sólo estudiando apasionadamente transformarán en aventura verdadera la disciplina cuotidiana de la Uni– versidad. Tienen que darse cuenta de que es por la transformación interior 'be cada uno, a lo largo del tJem.

po, que se transformará el ambiente que nos rodea y así podrá desarrollarse en él, como una cosa viva de vasta influencia, como Alma Mater, la Universidad Centro– americana a que aspiramos.

Más que sus aulas y sus estudios, una Uníversidad tiene que ser un foro, un ágora, una especie de bolsa de valores espirituales, morales e intelectuales intercam· biados constantemente por los alumnos y profesores de todas las facultades, que sólo de ese modo, tratando y dialogando como personas inteligentes, podrán formar lo que se llama una comunidad universitaria. Esta sería así, debemos esperarlo, debemos mejor dicho procurarlo, un auténtico centro de irradiación vital y cultural, un pode–

roso foco de vida y cultura para Nicaragua y Centro Amé– rica, del mismo modo que ya lo fuera, en circunstancias desde luego distintas pero no enteramente diferentes, la centenaria Universidad de San Carlos de Guatemala, que revitalizó a la maravilla la entonces somnolente cultura de los centroamericanos en la mitad final del Siglo XVIII, preparando, como lo dije, la Independencia de estos paí– ses, y difundiendo en estos pueblos un nuevo modo de entender la libertad.

Independencia y libert~d son dos palabras en las que hoy día el hombre deposita seguramente mayor vo– lumen de aspiración y determinación que en el pasado. El Presidente Kennedy, por ejemplo, de quien de paso hay que decir que trae a la política mundial una vitali– dad y juventud que le estaban faltando, no se puede ne– gar que también ha sabido enriquecer la amplitud ya conocida del concepto norteamericano de libertad, con un sentido más generoso de la misma. Actitudes como la suya en los hombres que tienen en sus manos el des– tino de las naciones, permitirían esperar que, para al. gunos por lo menos, la libertad ya no fuera solamente un derecho sino también una misión. Es posible que nuestro siglo nos reserve la sorpresa de ver llenarse el mundo de misioneros de la libertad. Tal vez entonces se despierte en la gente la elegancia moral de ambicio– nas los "beneficios" de la libertad, es decir, las ventajas y mejoras concretas que con ella se obtienen, no sola– mente para uno mismo, sino ante todo para los demás. Porque no hay que olvídar que los marxistas tienen ra· zón cuando nos dicen que para dar la libertad hay que hacerla primero posible. La libertad sin medios de exis– tencia es, desde luego, letra muerta. Esto ha quedado

ya incorporado al concepto moderno de libertad. El error capital de 105 marxistas está en pensar que para esta– blecer la libertad es necesario establecer primero la es– clavitud. Cuando la libertad desaparece por completo en una zona de la tierra, generalmente pasan numerosas ge– neraciones sin conocerla. Vive, si acaso, oculta en unas pocas almas. Hoy, además, se trata de aniquilarla en su propio reducto, que es lo interior de la persona hu– mana, con el objeto de organizar la sociedad totalitaria a la manera de las sociedades de insectos, o sea, crean– do colmenas, hormigueros o termiteras de hombres. En tales circunstancias, nunca ha sido más necesaria la so· Iidaridad de los hombres libres, ni tan urgentes sus em– peños por extender la libertad entre los otros hombres. América está llena en estos días, aun más que de ame– nazas, de voces alentadoras. Recientemente, el mismo Presidente I<enneáy se refería al deleznable dogma del determinismo histórico, o más exactamente a la preten– ción de que el comunismo es inevitable, diciendo, que "la mayor revolución de la historia del hombre en el pa– sado, igual que en el presente y en el futuro, es la re– volución de los que están determinados a ser libres".

Es imposible que los intelectuales, los estudiantes, los profesores, ignoren esa revolución que llaman en Norte América la Revolución de la Libertad, y que en Eu– ropa vienen llamando, después de lo de Hungría, la Re· volución Post·comunista. No sólo les concierne por lo que atañe a la suerte del mundo sino también en cuanto efec– ta al concepto mismo de la libertad. En una ceremonia universitaria no es necesario referirse a los orígenes oc– cidentales de esa Revolución, pero conviene recordar que su origen más puro se encuentra en el concepto cristia– no de libertad. En la medida en que es posible, sin dar lugar a confusiones, hablar de la Revolución del Cristia– nismo, ya que ésta ocurre en un plano distinto y supe– rior al de las grandes revoluciones libertarias de la tie– rra, es indudable que ella antecede a las otras y en rea– lidad comienza donde todas terminan Lo que ella apor– ta de original es una idea, mejor digamos, una vivencia de la libertad fundada en el amor. Si ella fecunda esta Universidad, si aqui se apropian de ella los estudiantes de espíritu aventurero y tratan de vivirla, toda esperan– za estará permitida. Tal vez lleguemos a hacer posible Una nueva manera de libertad centroamericana. No se– rá, desde luego, la libertad ya centenaria de exterminar– nos mutuamente en guerras fratricidas; ni la de produ– cir en torno nuestro la miseria; ni la de enriquecernos a costa de otros y en provecho de nadie; ni tampoco la que depende únicamente del Estado, ni mucho menos la que todo lo espera de la utopía de una sociedad sin cla– ses ni propiedad privada. No, por supuesto, la libertad a que nos tiene acostumbrados la politica del odio. Se· rá, si Dios lo quiere, la libertad de amarnos 105 unos a los otros. La libertad sin límites, sin restricciones, la so– la libertad de posibilidades infinitas, la libertad que tie– ne por divisa el libérrimo lema agustiniano: "AMA Y HAZ LO QUE QUIERAS".

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