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Allí les sucedió un desagradable incidenle: algu– nas de las I11ulas se escaparon, dejando a los que las usaban, a pie Entre los afeC±ados estaban el señor Moller y su hjia Lilly, quienes se vieron en el penoso

caso de continuar el viaje en esa forma, más priI11ifi–

va aún.

llegaron, iras largas y sudorosas penalidades, al poblado de Mafiguás, donde se dieron cuenia de que parle de la expedición se había exiraviado, y donde tuvieron que esperar por muchos días mientras se reunían todos. Fue en Mafiguás, donde acuciados por

el hambre, se vieron obligados a comer comidas típi– cas, tortillas con frijoles

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los que para ellos eran tolal– mente desconocidos.

Continuaron el ca:mino hasfa Paigua En ese ira– yecio noiaron con exfrañeza que sólo hombres fran– silaban por los caminos y nunca veían a I11ujeres o niños, ni aun cuando pasaban por las chozas que punteaban de civilización aquellas agrestes soledades. Enfonces, uno de los de la cOI11isión que hablabl;i es– pañol, les explicó que enfre los campesinos había cundido la noticia de que esos extranjeros que llega– ban, altos, fornidos y rubios, se cOI11ían a los niños, y ese era el motivo por el cual las madres no los deja– ban salir a los caminos.

Aun les fallaba lo rn.ás fragoso y duro de la jor– nada: las subidas y bajadas escarpadas, los abismos insondables, por carninos cubiertos de malezas Du– rante ese trayecto nació un niño de uno de los ma– irimonios A los pocos días, el padre, que llevaba al recién nacido en los brazos y que era uno de los que iban a pie, queriendo enseñárselo al señor Mollar lo descubrió sonriendo. Fue grande la sorpresa de am– bos al darse cuenta que el niño asaba muerto desde quién sabe cuántas horas anies. Allí mismo lo ente– rraron. y pusieron una tosca cruz de madera sin la– brar y flores silvestres sobre la iuxnba del niño, tal co– mo lo hacían los padres de aquellos niños que se mo– rían sin que se los comieran esos exiranjeros, alfos, fornidos y rubios, cuyos hijos se morían en brazos de sus padres

Continuaron caminando y llegaron a las márge– nes del Río Zais. Fue allí donde el señor Moller vi6 por primera vez a su hija Lilly con la cara, brazos y piernas lhnpias después de Inuchos días que los traía cubierlos de sudor y lodo. La niña se había lavado en las aguas cristalinas del río. Allí había un lugar

que llamaban "La Casa de la Culebra", donde los

Don Andrés, doña María y la madre de ésta.

campesinos se mostraron muy amables con ellos. La escasez de la comida y la dificulfad en obtenerla con_ tinuaba, y por señas se daban a emender con aque– llas genies para que les vendieran una gallina o cual– quier clase de alimenio nutritivo y sólido

Por fin, después de inumerables penurias y con– tratiempos, llegaron a la tierra elegida, a la región del Río Blanco, al pie del Musún Allí los esperaba airo de los mieznbros de la comisión original, quien había consfruído una especie de campamento para recibir– los. El lugar escogido les pareció muy malo, nada del paraíso que se habían imaginado y que les había sido descrito Los Mollar, dispusieron comprar una casa y

una milpa que por allí había. La casa ienía el techo tan malo que se vieron precisados a dormir bajo sus paraguas para no mojarse

Para comenzar a trabaJar se les presentó la difi– cultad de que no coniaban con herramienias, ni uien–

~nios de cocina, ni enseres de ninguna clase, ya que los habían dejado en Matagalpa Se alimentaban con aJol de rnaíz y aves que lograban cazar La seño– ra Moller hacía lo mejor que podía con ollas y carna– les de barro

En vista de lo poco acogedor del lugar escogido en Río Blanco, resolvieron cuairo de los cornpañeros y el señor Moller ir a explorar la región del Turna.

Se encarninaron para esa región dejando a sus farn.i~

lias en Río Blanco.

Mientras tanto habían llegado a Managua más inmigranfes daneses; -ciento dos en fofa1- Todos fueron a Río Blanco, pero a ninguno les gusió el lu– gar Algunos se regresaron a Matagalpa y siete de ellos se establecieron en La Cruz, y, según se supo des– pués, allí les atacó la I11alaria y murieron todos. El decairn.iento comenzó a cundir enfre los inmi– granies Esto, agregado a las disensiones enfre ellos y la muerte del Presidente Chamarra, hizo que fraca– sara foiahnente el proyecto del Gobierno de dar aco– gida a ires mil daneses, de modo que los comisiona– dos avisaron a Dinalllarca que desistiera del viaje to– do aquel que estuviera en ánitno de hacerlo.

El señor Moller, sin eznbargo, encomró las condi– ciones en el Turna mucho I11ás favorables. Allí cons– truyó una casa y una vez que la hubo ienninado, re– gresó a Río Blanco a ira~r a su fa:milia.

En ese viaje de regreso, al llegar al río Ouipí, donde tenía que esperar un pipanie que lo llevaría río arriba, observó el señor MQller que un compañero danés que se había radicado por alli, y que hablaba español, lo estaba haciendo con un indio. Notaba el señor Moller que al hablar lo hacían señalándolo a. él Acercándose a ellos, el danés le dijo: "Moller, éste indio dice que tu señora está herida" Fue grande su sorpresa y su inquietud al oír esas palabras

El indio, un S\lInO, se ofreci6 llevarlo en su pipan– fe, 10 que el señor Moller aceptó gusioso. Llegaron a San Luis a media noche. AlU habían algunos daneses radicados, mas no tenían noticias de 10 que le podría haber sucedido a su señora Al querer coniinuar el viaje esa misma noche y buscar al sumo que lo aco:m_ pañaba, se encontró con gran asombro de su parle que estaba atacado de fiebre y que poco rnomenios después moría.

Uno de los daneses se ofreci6 continuar con él el

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