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Iia Zamora estaba la del Dr. Pedro José Zepe– da, médico de gran clientela, ~uy servicial

con todos sus paisanos. El Ingen1ero y Profe– sor don Andrés García, reconocido por sus re– levantes méritos, interesado, C01no los anterio– reS, en el b.~enestar y buen encau:,a.mient,? de los nicaraguenses que llegan a Mex1CO, aS1 co–

mo los señores Roberto y Julio Barrios, y los señores Dr. José Angel Cifuentes y hennanos. La lista sería larga y cansado enumerarlos a lodos, pero no debo omitir a la dociara Con– c e pci6n Palacio, a quien conocí aquí cuando lodavía era esiudiante en la Escuela Normal de Señoritas, época en que con frecuencia lle–

gaba a visitarIlle para comunicarm.e sus ansias

de adquirir una profesi6n, una vez terminados sus estudios de maestra. Quería ser médica y lo fue, graduándose en la Universidad de Mé– xico y habiendo fundado una Casa de Maier– nidad, ejerce su profesi6n con bastante buen éxito. La doctora Palacio, además de sus acii– vidades profesionales dedica gran parie de su Hempo a actividades políticas, siendo de la– mentarse que se haya enrolado en el Partido Comunisia y sea a éste al que le de su valiosa energía y actividad inieleciual.

Con todas estas personas que viven en

México, y a quienes he mencionado, nlanfuve muy estrecha,? relaciones, así COlY\O también

con don Amadeo So16rzano y su familia, con el Dr. Gustavo Jerez, notable médico nicara– güense de gran renombre en aquella ciudad en su especialidad de oídos y garganta, con el Dr. Ram6n So16rzano, quien ha iriunfado en su profesi6n de abogado y goza de bastanie buena foriuna, y con don José Arana, casado

con una hermosa joven mexicana.

A mi llegada a México estaba ejerciendo la Presidencia de la República, el General Lá– zaro Cárdenas, luego ascendi6 al mismo cargo el Licenciado General don Manuel Avila Cama– cho, y a mi salida la estaba ejerciendo el Li– cenciado don Miguel Alemán. Ante los tres hi– ce varias gestiones para conseguir su apoyo material y rrtoral a fin de realizar una fuerte revolución para terminar con el gobierno opresor del General Somoza García, mas aun– que algunas veces me hicieron ofrecimientos halagüeños nunca vi que los tales ofrecimien– tos se materializaran. La verdad es que Méxi– co, ~unque aparenta seguir una politica opues– ta " la de los Estados Unidos, en realidad no hace otra cosa que enfilarse en la política nor–

feam.ericana en sus relaciones con esios países.

En México se encuentra uno con ciudada– nos de todos los países de Latinoamérica que han salido de sus patrias por no estar de acuerdo con la polUica de sus gobiernos y aunque en México nunca consiguen apoyo pa– ra luchar contra ellos, son, sin embargo, há– bilmente mantenidos con esperanzas que nun–

ca se realizan.

Durante mi larga estadía en la República Mexicana tuve oporiunidad de observar que el mexicano es muy coriés y, aun puede decir– se, generoso con los extranjeros que llegan a

su país, y tienen, además, el don de hacerse estimar por los que a su fierTa llegan.

Estando en México se suscitó una discu– sión sobre la vigencia del Tratado Chamorro– Bryan y en esa ocasión yo hice públicas decla– raciones de que la intención de Nicaragua y la mía -corno finnante de ese Tratado- ha– bía sido de que el Canal fuese construído y no de que no se construyera, y puesto que ya habían pasado muchos años y no se sabía si los Estados Unidos estuviesen gestando planes para llevar a cabo esos trabajos, lo justo seda pedir la abrogación del Tratado.

Con esa idea en mente dirigí un mensaje al Presidente Franklin D. Rooseveli, en el que le manifesiaba que la idea de nuestro Gobier– no al finnar ese Tratado era de que lo hacía en un Tratado positivo y no uno negativo, mas

m.i mensaje 110 tuvo respuesta alguna, quizás

porque yo no tenía niguna representación ofi– cial

Desde antes de resolver mi salida de Mé– xico tuve el propósito· de buscar un entendi– miento con el Partido Liberal Independiente, con el objeto de lanzar un candidato de oposi–

ción al candidato oficial, así es que, tarifo en :mis escrifos, corno en conversaciones privadas,

manifesté frecuenterrtente ese prop6sito mío.

Después de algunos años de permanecer en el exilio, supe que el foragido Wilson -el que había atentado en contra mía y fue la CaUsa de la muerie de mi sobrina Adelita– había sido llamado a ocupar su puesto en la Eternidad. Aunque la noticia no fue mofivo especial de alegría para mí, ni factor decisivo para mi regreso, no debo negar que me dió alguna tranquilidad.

Lo que verdaderamente me rrtovió ",1 re– greso fue el saber que el General Sorrtoza Gar– cía continuaba en la cosiurrtbre de reelegirse después de cada período presidencial.

Una vez convencido de que mi estadía en México no tenía ya objeto político alguno, pues que todos mis esfuerzos habían quedado en nada, y teniendo diez años de estar fuera

de lT\i pafria, resolvilTIos, xni esposa y yo, re–

gresar para ver si dando nuestro apoyo a un candidato liberal podría éste triunfar y así conseguir una vida democráfica y tranquila.

Decidido nueslro viaje, avisamos a nues–

tros am.igos de Nicaragua y éstos nos prepara– ron en Managua un recibimiento apoteósico muy difícil de igualar. Fue ése, én verdad, el recibimiento político más grande que se re– cuerda en Nicaragua.

Seguramente por las emociones del mo– mento, la inmensa aglorrteración de gente ,el cambio de clirrta y la hora meridiana cal~ro­

sa, me produjo, al llegar del aereopuerio a la Plaza c;l.e la República, un desvanecimiento tal que parecía me iba a ser fatal, por lo que fuí llevado a la Catedral donde se iba a oficiar un solemne Te Deum por nuestro feliz arribo al país. Sabedores el Exceleniísimo Señor Arzo– bispo, Monseñor González y RabIeta y los s~­

cerdotes que le acompañaban del accidenfe

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