Page 61 - lista_historica_magistrados

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menie resuHó morial, una grave caída que su– frió mieniras inspeccionaba los linderos de su propiedad de la Oira Banda. Me conió que a él le gusiaba revisar los irabajos y que se había subido a una escalera de la qUE' se cayó fradurándose seriamenie. Después le sobre– vinieron complicaciones y falleció. Aprove– cho esia oporiunidad para iestimoniar el apre–

cio que siempre le tuve por sus eminentes do–

ies de caballero y ciudadano ejemplar y por los servicios meritorios que presió al Partido y a la Patria duranie mi primera gestión pre– sidencial.

Después de algunos días de visitas en Gra– nada, ya gozando de compleia liberiad, me irasladé a Managua. Me vine en compañía de Humberio y de los dodores Armando Be– nard y Adán Solórzano, que generosamenie se

ofrecieron para acompañarme y volví a insia– lanne en casa.

Una vez insialado, me dediqué a rehacer un poco mis propiedades que habían sufrido fuerie deierioro duranie el tiempo de mi pri– sión y iambién a resiaurar mi crédito finan– ciero que esiaba algo averiado por la misma

razón, y por eso iba con frecuencia a inspec–

<:ionar, ya fuera Sania Lasienia o Río Grande, donde inicié irabajos agrícolas de urgenie ne–

cesidad, corno reparaciones de cercas, resiem–

bra de poireros, mejor cuido del ganado, a fin de aumeniar la producción de leche que es la

única enirada de dinero con la que cuento en

mi vida, pues no iengo oira. De eso depen– de el que mi faja se estire o se encoja En

esía ocasión se m.e estaba encogiendo seria–

menie y no como en Granada que se esiaba estirando, pero por la hidropesía.

Por esie iiempo, en los corrillos no se ha– blaba cosa alguna respedo a posibilidades de irasiornos políiicos; solamenie sí se rumoraba

con insistencia la oposición que encontraría en

la ciudadanía la idea de la reelección del Ge– neral Somoza sobre la que yo ya me había

pronunciado en varias ocasiones, esio es, que si el General Somoza insistía en reelegirse era

muy posible que irajera irasiornos al país, de eso esiaba seguro, y 10 había expresado en

una fiestecita que iUV1IllOS en Diriamha con

motivo de oiro cumpleaños que celebré en la finca de los señores Rappaccioli.

Pues bien, a principios de Septiembre de 1956 me fui a Río Grande a pasar unos días y allí me enconiraba el 21 de septiembre, cuando por la mañana del 22 llegó el man– dador Hermenegildo Jaime a hablarme a mi aposenio para avisarme que unos Guardias había llegado diciendo que querían hablar conmigo. Me exirañó la hora en que llega–

ran, que eran las cinco de la mañana, sin

embargo, no sospeché que pudiera ser algo grave para mi.

Yo me enconiraba solo en la hacienda,

no andaba conmigo ningún compañero amigo

ni familiar; solamenie me acompañaban las genies del servicio de la hacienda. Mi so– brino Humberio, que adminisiraba la propie-

dad, había salido para Managua la noche ano ierior en la lancha de la hacienda que irans. poria la leche, pues había recibido aviso del nacimienio de un nieiecito suyo.

Cuando me levanié y salí a hablar can ellos, zne dijo uno de los dos Guardias que ha. bían llegado, que ienían insirucciones del Co.

mandanie de San Francisco para llegar a ciiar. me a que fuera a hablar con él, y que ell08 esiaban allí para acompañarme. Ambos Guar.

dias se mostraron Ill.uy corieses y ni en su rna~

nera de expresarse ni en su adHud sospeché nada que fuera realmenie grave. Sin embar. go, eznpecé enionces a suponer que podía ha. ber habido una denuncia en mi conira, de la

clase que con frecuencia somos víctimas los

hacendados conservadores. Con iodo les dije

a los Guardias que me esperaran mientras

me bañaba y iomaba mi desayuno, a lo cual accedieron ellos de buen grado.

Ordené enionces que les prepararan a ellos iambién su desayuno y una vez que yo me hube preparado para salir, pariímos. Le

dije al mandador de campo que zne acompa.

ñara, pero cuando !TIe cuenta iodo el Ser~

vicio iba en mi compañía a dejarme a San Francisco del Carnicero, puedo del Lago de Managua. Todos iban moniados en sus mejo. res bestias y iodos se fueron conmigo.

Los guardias iban muy mal moniados en unas muliias enclenques que apenas podían caminar porque el ierreno esiaba húmedo y

resbaloso, mientras que nosairas íbamos en

fornidas bestias caballares, de manera que en cualquier momenio podríamos haberles hecho una jugada a los guardias en los llanos que

habíarnós de afravesar, en un recorrido como

de diez kilómeiros que medían enire Río Gran–

de y San Francisco, recorrido que se hace nor–

malznenie en una hora a caballo.

En el hayedo no hubo novedad digna de coniarse, más ya para llegar al puerio se aparecieron oiros moniados que no eran pre· cisamenie de la Guardia sino de la Reserva Ci· vil, un grupo de civiles armados que llegaban a reforzar a la Guardia Nacional. Todo aqueo 110, naiuralmenie, iba iomando nmy mal aS' pecio, porque desde ese momenio esiaba a merced de cualquier exaHado partidario del

Sornocismo.

Llegamos a San Francisco y nos dirigimos direciamenie a la Comandancia, donde le dije al Comandanie que esiaba a sus órdenes. por ioda respuesia el Comandanie se dirigió a un Cabo que se enconiraba por allí y le ordenó que zne llevara al cuario ial, que era, simple· menie, la cárcel.

Esia cárcel estaba inmunda, ni siquiera

se enconiraba barrida, ioda polvosa; esiaba en el miszno esiado de suciedad y porquería en que la había dejado el úliímo prisionero que había esiado allí. No había un iabure!e, un cajón en que seniarse y allí pasé ioda la

mañana.

A medio día pedí al Comandanie envia' ra a alguien donde doña María ManzanareS

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