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tes, papeí higiénico, pero despu.!.s dejaron Le hacerlo, y a pesar de que se lo pedía con in– sistencia a los guardias que estaban de turno,

eta imposible que me hicieran caso y que

alendieran a mi solicitud. :No tenía, pues, ni papel higiénico, ni un periódico, ni un pedazo

de papel cualquiera Verme en aquellas con– diciones me hacía sufrir mucho. Pero feliz– mente había llevado mi saco y este saco tenía

muy buenos forros y entonces pensé que los forros de mi saco me podían servir, y desde

enionces 1'ne puse a hacerlos peda.zos y de eso me valía para mi higiene. Mas como la pri–

sión se prolongaba, en los úliin10s días tenía

qLle lavar aquellos pedazos de trapo usados

en el agua que yo n'1isrno producía, ponerlos a orear para secarse y usarlos nuevarnenje. Era aquella una operación verdaderamente desa–

gradable.

Cuando ya llevaba m.ás de dos meses de

eslar preso en aquellas condiciones, los panta– lones y los calzoncillos, así carno la camisa y

camisola, eslaban completamente rotos.

No logré nunca tener co:rnunicacián con

mi familia, a pesar de que yo les decía a los Guardias: "Hablen ustedes, por Dios, a sus

jefes, háganlo por ustedes nl.ismos, ya no por

mí, porque a ustedes les debiera dar vergüen–

za tenerme corno tne tienen y permitir que

ande como ando" Más ellos se quedaban callados y no me respondían.

C01TIO los Guardias nunca me dirigían la

palabra, opté yo también por no decirles nada, de manera que por algún tiempo pasé sin ha–

blar, sin leer nunca, sin anteojos, sin nada.

En cuanio a la comida, era la comida or– dinaria de un preso cualquiera. Frijoles, arroz, y a veces, un poquifo de carne y un

pocillo de café negro. Ese era el almuerzo.

Lo rnisIno, Inás o menos en la noche, y por la mañana gallo pinto, esto es, arroz frío re–

vuelto con frijoles y tortilla

Naturalmente, después de cerca de tres

meses de esiar en aquella situaci6n, rni salud,

precaria ya por mi edad, se fue deteriorando

aun m.ás. No sentía, sin embargo, ningún

malestar extraordinario.

Un día que estaba de pie a la puerta tra– tando de oír la voz de alguna persona conoci–

da, sentí un fuerte mareo y tuve que asirme

de los barrotes de la puerta para no caer. No me alarmó aquello, pero a los pocos días me

volvió a repetir, esta segunda vez con mayor

fuerza, y enionces me ví precisado a decirle al guardia que me llevaba el almuerzo, lo que me pasaba. Aunque no me contestara, segu– ramente reportó lo que yo le había dicho a sus superiores, porque al día siguiente llegó el Doctor Alejandro Sequeira Rivas a visitarme.

Después del somero examen que me hizo

el doctor, me dijo que me encontraba basiante

mal, pero que iba a procurar someterme a un

buen tratamiento y efectivamente estuvo rece– tándome y medicinándome por algunos días, y como probablemente hablara con los altos jefes del Comando de la Guardia y les hiciera

ver ía conveniencia de irasiadarme a un tu.

gar mejor, me trasladaron al Hospital Milita.; de la Guardia Nacional.

Allí me ubicara,:, en ~na piez.~ del hospi. tal, y me daban mejor alrmentaClon, mejores

cuidados, más no me permitían hablar Con na~

die. Ni aun el mismo Doctor Bermúdez (Egberto, Coronel G. N.) que es el Jefe del Ho s . pital Miliiar, si hablaba conmigo no se atreVÍa a hacerlo solo, pues cuando lo hacía siempre era con un Guardia que oía todo lo que de. cíamos. Supongo que había alguna orden que prohibía el que se me hablara a solas.

An!es de continuar m.i narración quiero

hacer referencia a un extraño incidente qUe

ocurrió cuando aun esiaba en la celda de la Compañía A, a los pocos días de haber lle. gado allí.

Sucedió que una noche de ianias, tempra. no de la noche, oí, desde el otro lado de la pa. red contra la cual estaba el catre donde doro

mía, unos golpes y una voz que decía: "Me es~

tá escuchando?". Yo no respondí. De nue. vo dijo la voz por dos o tres veces: "Me eslá escuchando?". Luego oí la voz de una niñila que decía algo que no pude entender, l"nás co. mo iemía que fuera alguna trampa que qui.

siesen ponerme para ver si yo contestaba, oplé

por no pronunciar palabra, ni darme por en~

iendido Sin embargo, habiendo pasado co.

l-nO unos diez minutos, ±uve curiosidad en aVe–

riguar en qué consistía aquello, y entonces yo también comencé a golpear la pared en la misma fOl ma en que había sido golpeada ano tes, pero nadie contestó a mis golpes. Nuncs

volvió a suceder aquello.

Supe más iarde, cuando ya estaba en li·

bertad, que lo que querían cOlT\unicarrne era

lo que había ocurrido al General Somoza Gar· cía después de los sucesos del 21 de Septiem. bre y que lo probable era que me habrían de fusilar y que si yo deseaba podrían facilitar· me los medios de escaparme de la prisión.

Al saber esto, comprendí que había sido mejor el no haber puesto atención alguna a aquellas señales, porque quizás me hubieran dado deseos de escaparme, y posiblemenfe hu· biera perecido en el intento.

Sobre esie particular deseo hacer nolar que siempre he sido opuesto a los escapes de prisiones. Yo nunca me he escapado de una prisión en las que tantas veces he estado duo

rante mi azarosa vida política. No me esea·

pé, por ejemplo, cua,ndo en tiempos de Zelays venía de Bluefields hecho prisionero después de la abortada revolución del General Juan Pablo Reyes, a pesar de que en San Juan del Norte se me presentaron todas las facilidades para hacerlo. Yo tengo cierta aversión persa' nal a escapar de una prisión.

Volviendo. a mi narración de los días en que estuve en el Hospital Militar diré que to· dos los días me daban medicamentos y me ha,cían exámenes personales y de laboratorio. Yo observaba, sin embargo, que estaba io' mando muchas drogas.

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