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« Previous Page Table of Contents Next Page »Un dia de ±anios un sirviente del Hos–
pital logró decinne que él era arrlÍgo mío por-
ue su madre había sido empleada de mi casa
~ quería adver±inne que estaban poniendo
drogas en rni comida y que en lo de adelante
él me iba a señalar, de manera disilYlulada,
cuáles plaios debía comer y cuáles no. Y así
fue que en n1.uchas ocasiones, cuando me lle– vaba las viandas, me hacía indicaciones que
¡ne daban a entender de cuales platos no de–
bía probar bocado.
Naturalmen±e aquello se volvió un marti– rio para mí, pues algunas veces no llegaba el misrno sirviente y enionces yo no sabía cuál
de los plelos contenía la droga que me pudie–
ra producir daños y en esos casos optaba por
nO come! del iodo.
Aquella inlranquilidad a la hora de las comidas me molestaba grandemenle y el pen–
sar que podrían envenenallTIe se volvió una especie de obsesión. De que ese era el propó–
siio al adminislranne ±anía droga, no fenía duda alguna, como me lo confinnara él aviso
oportuno del sirviente
En olra ocasión, uno de los empleados de la Farmacia del fIospí±al, me adviríió que no
debería tomar cierta nleciicina que me habrían de llevar esa misma noche, porque esa misma. noche iban a acabar conmigo si yo la tornaba. En efecto, a eso de las nueve de la noche
llegó un asistenie con la n'ledicina, pero corno yo es1aba sobre aviso, no quise tornarla, y co– mo previamente me había armado con una varilla de hierro de las que sirven para el
mosquí±ero, varilla que había puesto al alcan–
ce de la mano en cualquier rnon'len±o que la necesitara, me acerqué a] sitio donde la tenía por si acaso el asistenle iomara la deiermina– ción de hacérrnela tornar a la fuerza
Afortunadamen±e el hombre no insistió en
darme la rrtedicina que yo rehusaba, pues quién sabe qué hubiera sido de mí si al él in– sisiir y querer usar de la fuerza para dármela,
yo le hubiera golpeado con la varilla de hierro
que tenía a mi alcance
Realmen±e es extraño que los ITlédicos del Hospital Militar hubiesen recetado tantas dro–
gas y administrado .tantas rnedicinas a un en– fermo con'lO yo, una persona de edad Posi– blexnen±e su in.tención era la de curarme de mis dolencias, pero las n'ledicinas me produ– cían serias reacciones, las que ellos no adver– tían por la consian±e incomunicación en que se manlenían conmigo. Yo he esta.do en una in– ?omunicación que solo en Rusia podría ser
Igual.
. Debo confesar que cluranl:e mi pernlanen–
ela en el Hospí±al Mililar, ya fuese por el abu–
So de las drogas o por efecto de la misma en~
fermedad de que adolecía, efecto del ±ra1a–
miento infrahumano él. que estuve sometido en
la celda de la Con,pañía A, lo cierío es que yo
no estaba. comple±arnente equilibrado, quiero decir, en m.i sano juicio.
~lIuchas veces :mi cerebro se imaginaba co– sas que no existían, y quizás algunas de estas
coSaS qUé yo he tenido por ciedas, no 10 fue–
ron en leslidad. Por ejelTIplo, una vez llegué a pensar que uno de rnis antepasados, un Cha– ITlorro, en uno de sus viajes a Europa había dejado una SUnla de dinero depositada en un Danco y que esa suma había ido creciendo a través de los años hasta negar a ser una suma fabulosa y que esa SUITla me pertenecía. Se me venía a la rnen±e la idea de que la Guardia Na– cional m.e iba a sacar de la prisión para lle– varme a Europa a reclamar aquel dinero Estas elucubraciones de mi cerebro me asaltaban corrientemente de noche. Quizás .fueran pesadillas o sueüos que persislieran du–
ranie la vigilia Lo cierío es que sufría de
8Bas alucinaciones de nü cerebro y que des–
pués de haber salido del Hospital y de la pri–
sión, me sOlTIe±í al ±ratarniento del Doctor Ma– rio Flores Or±iz, quien me dio las rnedicinas necesarias para vigorizar mi cerebro y iodo aquello fue desapareciendo por completo. .
Llegó por fin el momento del Consejo de
Guerra de Noviembre, al que me cifaron pa– ra dar ITl.i declaración Tenía por entonces 3 lTIeses de esiar prisionero en las condiciones que he descrito en los párrafos anteriores.
Durante el Consejo, en un momento de mi
declaración, el Mayor Medal me hizo una pre–
gunla que no recuerdo bien sobre qué era.
No tengo presen"ie tampoco cual fué mi con–
testación, pero sí recuerdo que en ese momen–
io fue cuando supe por primera vez que el Ge– nelal Sornoza García había sido herido. Cuan– do yo le mostré ex±r.añeza al tener de sus la–
bios esas noticias, le pregunté: "Y es que el
General Somoza ha sido herido acaso?" A lo que me contestó el Mayor Medal: "No venga
usted con esas hipocresías, haciéndose ahora
el que no sabe lo que ha ocurrido!". A lo que
yo respondí: "Créarne usted sinceramente
que si yo lo hubiera sabido, lo hubiera lamen– tado, corno lo lamento ahora".
y en verdad, lamento sinceramente que
el General Somoza García haya perdido la vi– da en la forma en que la perdió.
Yo no tenía más que decir, y en ese mo– n1.ento recesó el Consejo.
Inví±ado a quedarme en el Campo de Mar–
íe para continuar mi declaración por la iarde,
fuí conducido a un lugar por donde pasó el
Coronel Zepeda a quien conocía personal–
mente y a quien detuve para preguntarle si lo que había dicho el Mayor Medal era cierto, es decir, lo de la herida del General Somoza García y allí me la confirmó el Coronel Zepeda y me inforrnó, además, que el General había
muer±o a consecuencia de las heridas. Ese
fue el primer día en que yo tuve la noticia de la herida y mueríe del General Somoza, noti– cia que recibí por medio de los miembros del Consejo mismo que me estaba juzgando.
Yo no había ienido noticia, hasta ese mo– rrtenio, ni siquiera por sospechas de semejan– te aconiecimiento, no obstante que el día de su entierro yo oí un cañoneo que lTIe pareció
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