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« Previous Page Table of Contents Next Page »era en un subterráneo, y asi se 10 dije en mi declaración a los del Consejo.
Recuerdo que ese día yo claramente oí un cañoneo de unas piezas de artillería en el Cam– po de Marte, pero como digo, las oí como dentro de un subterráneo, y así se los dije a los oficiales del Consejo, más ellos ni me lo ne–
garon ni me lo confinnaron.
Se me olvidaba referir que una noche, mientras estaba en la celda de la Compañía A,
llevaron a un reo aparentemente condenado a
muerte. Este individuo daba grito,s lastime–
ros, pedía por misericordia que no lo fusilaran,
y daba voces acerca de que sus hijitos se que– darían huérfanos y abandonados.
A mi me pareci6 que todo aquello era una burda comedia. Eso de que llegara un mé–
dico a prepararlo, a ponerle inyecciones para que se le calmaran los nervios, y después oír
las órdenes para que se alistara el pelotón que
habría de ejecufarlo, me pareció era una JTIa–
niobra para atemorizarme, porque nunca me
habían sacado de la celda a altas horas de la
noche como me sacaron en esa ocasión, con
el s610 objeto de que pasara por la celda don– de estaba el presunto condenado a muerte y que yo me diera cuenta de lo que estaba su– cediendo.
Con excepción de ese incidente, nUnca oí
nada extraordinario. Tampoco oí que tortu–
raran a alguien, corno dicen que se oía donde
estaban Pedro Joaquín Chamarra y los otros
prisioneros.
A veces me daba cuenta de que llegaban gentes a la prisi6n. Yo no podía ver a nadie, pero oía los pasos en el pasadizo frente a la puerta de mi celda.
Así fueron pasando los días y las noches. Largas noches de vigilia en las que meditaba y recordaba mis días de lucha por la libertad de Nicaragua.
Después vinieron los días de la elección de don Luis Somoza, días que fueron precedi– dos por agitaciones candida±urales. En esos
días se sentía gran agitación en la prisión, por–
que según pude captar habían tres bandos en la Guardia: uno que estaba por la elección de Luis, otro que quería la elección de su herma– no, el Jefe Director de la Guardia Nacional, y un tercer bando que adversaba abiertamente la continuación de los Somozas en el poder y este bando hasta hablaba de levantarse en
armas.
Nunca pude darme cuenta qué elementos de la Guardia estaban en alguno de los tres bandos, pero sí de la existencia de los mismos.
Pasadas que fueron las elecciones, en las que, naturalmente, resultó electo Don Luis So–
moza, un día de tanios se apareció una comi–
sión compuesta por el Doctor Eduardo Conra– do Vado, General Carlos Rivers Delgadillo y el Doctor Adán Sequeira Arellano. Estos seño– res llegaron a visitarme y a participarme que había la posibilidad de que saliera muy pron– to de la prisión. Y en efecto, algunos días después llegaron esos mismos señores a sacar-
me. Ya para salir me invitaron a ir a darle las gracias por mi libertad al General Somoza Debayle, quien, me dijeron, estaba interesa_ do en libertarme.
Cuando llegarnos a la oficina del Jefe Di–
rector, éste estaba conversando con su cuñado
el Doctor Guillermo Sevilla Sacasa. Al verme el Doctor Sevilla Sacasa alargó la mano para saludarme, más el General Somoza Debayle no me saludó.
Después, al conversar con él, me rnencio~
nó la muerte de su padre y yo le protesté mi
inocencia absoluta. No supe cómo recibió :mis
palabras, pero después de una pequeña pausa me dijo que me daría la casa por cárcel po; algunos días y que después de ellos, podría seguir saliendo con toda libertad.
Esta fue la última vez que he visto o ha– blado con el General Somoza Debayle. No he tenido oportunidad, desde entonces, de volver_ lo a hacer.
Debo lTIanifestar que a diferencia de la ocasi6n de la estadía en Granada con la casa por cárcel, en la que siempre estaba un Guar–
dia de centinela, en esía ocasión no tenía GuarM
dia a la puerta Sin embargo, yo no abusé de la confianza que se había puesto en mi pala– bra. Con todo, pasados algunos días, pedí por teléfono perzniso para salir a la calle e in– mediaiamente se me concedió. Después pedí permiso para ir por unos días a Río Grande y se me concedió también. Poco a poco fuí ad– quiriendo la libertad completa.
Algún tiempo después pedí a la Corte Su– prema de Justicia me diera una declaraci6n sobre la restauración de mis derechos ciuda– danos y la Corte me contestó favorablemente. Esperaba que después de la qeclaración de la Corte la Cámara del Senado me restaurara, de lTIOtu proprio, mi derecho constitucional a la Senaduría Vitalicia.
Sobre este particular debo decir, sin em–
bargo, que aunque se me reconociera ese de–
recho no haría uso de él por dos razones: Primera, porque el Senado no tiene inicia– tiva alguna para promover el progreso del país, ya que toda iniciativa debe provenir del Poder Ejecutivo o de la Cámara de Diputados.
Segunda, porque estoy en completo desa– cuerdo con el régimen continuista que ha eS– tablecido la familia Somoza, y por lo tanto, no me sentiría a gusto al estar ocupando una po–
sición bajo su régimen.
Así corno en párrafo anterior he hecho referencia a la última vez que he hablado con el General Somoza Debayle, deseo hacer aquí referencia a la última vez que hablé con el General Somoza García.
Recuerdo que esa ocasión fue al princi– pio del mes de Agosto de 1956, después de una sesi6n de la Pasteurizadora. El me invitó a
ir con él a su hacienda Santa Anita cerca de Managua. Acepté su invitación pues sabía que siempre que él me hacía invitaciones de esa clase era porque quería hablar conmigo de algún asunto político de importancia.
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