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La revoluci6n, por lo tanto, se origIna en un ambien– fe racionalista, al calor de unas cuantas fórmulas mági. cas, consideradas como la panacea que ha de suprimir de raiz los males de la sodedad. El proceso es siempre el mi.mo, de.de 1789 huta 1917 y la moderna revolución china, sin olvidar los casos recientes, entre (pintorescos y dolorosos, de México, Bolivia y Cuba, aquí en el territo– rio americano: la idea común a todos estos levantamien· tos es la de hacer entrar por la fuerz.a a la realidad social dentro del esquema de conceptos elaborado por algunos id&ólogos La sociedad nueva por la que los revolucio.. narios acuden a las barricadas habrá de ajustarse a dicho esquema; ahora bien, ello supone la destrucción de todo lo anterior y, enseguida, la eliminación de todos loS! ob.· táculos que .e opongan a la edificación de la utopía. Del hontanar mismo de la revolución brota, pues, espontánea– mente, la violencia, el Terror. La revolución "debe con· tar con los obstáculos dados, y si éstos tienen cabeza, de· be pensar en cortársela" (Hean Freyer). El terror no es, pues, un producto de la maldad o de la instintiva barba– rie de los revolucionarios, sino la lógica consecuencia de

'u sistemático racion~lismo; a fuer de raeíonalistas, los re· volucionarios procedan fanáticamente y. el fanatismo es quien les empuja al terror: "La violen'tia justificada po,r la utopía: tal es la definición de terror"~ He aqu( porqué consideramos equivocado a O,.tega cuando afir– ma: "Lo menos esencial en las verdaderas revoluciones es la violencia. Aunque ello sea poco probable, cabe inclu. slve imaginar que una revoluci6n se cumpla on seco, sin una gota de sangre ll

Más en lo cierto aparece estar Berdiaef al decir que en una revolución, cuando el ene· migo no existe, es preciso inventarlo, hacer un mito, con el solo fin de mantener el odio en que ella se inspira.

El nacimiento del espfritu revolucionario, por consr· guiente, lejos de significar un estado de alma positivo y creador, no viene a ser sino una manifestaci6n de una grave enfermedad del espiritu: la enfermedad que con· siste en la pérdida de la conciencia hist6rica. El re– volucionario, en efedo, se cree facultado para repudiar en bloque el pasado, por una parte, y ¡por la otra, cree peder edificar una sociedad perfeda, DEFINITIVA -por lo mismo que es abstractl y "a priori"-de modo que 10$ acontecimientos futuros no habrán de afectarla en nada. En ri90r los revolucionarios parten del supuesto de que con el hecho revolucionario lo que ha empezado

65 nada menos que la historia: de ahí que la Revolución Francesa no tardase en establecer un nueyo calendario, cuyas fechas empiezan a contarse a partir del orto mismo de la revoluci6n; de ahí que los usufructuarios de la Re– voluci6n hispanoamericana de la Independeda conside· rOn que las respectivas historias nacionales empiezan de súbito y como por generación espontánea hacia el año 1810, año inicial de los levantlmientos contra España; de ahí que en los tragicómicos y modaltos' ejempros de Bolivia y Cuba en nuestros dras, los poUtico, ~e la hora consideren que es con elfos cuando la, verdadeta historia nacional ha dado comienzo: todo lo anterior no merece los honore. de la historia.

La revoluci6n no repara en medios para lograr lo que constituye su objellvo esencial: la des'rucción del

pasado. O, dicho de otro modo: para ell. no ,tiene ,en–

tido ni la gratitud ni la fidelidad ni 01 sonllmien'a de admiración hacia Un pasado cuya acta de de!unci6n fi.

gura en la primera p~9i"a del historial revolucionarla Fiel úflicamente al esquema en que consiste su utopr.· la revolución no reconoce en el pasado cosa alguna dig: na de admiraci6n o de lealtad. Por lo demás, es COsa sabida la forma en que la revolución hace de la ingrati" tud la norma constante de todos sus actos; "La revoluci6n sorprende -ha escrito Berdiaef por su ingratitud aUn hacia quienes la crearon, hacia los que fueron sus ¡nspi.. radares, a quienes extermina poco a poco, a menudo hala ta el último".

E.tá a la vi.ta el hecho de que en l. hora presen'e -cuando sin duda Europa ha superado ya la Gra crítica de las revoluciones: e~ "El OClSO de las revoluciones" de

que hablaba Ort09a- Hi~panoamérica vive bajo una grao vlsima fermentación demagógica que amenaza con arras– trar a todos nuestros pueblos al caos y a la disolución. Los casos de Bolivia y Cuba son a este respedo altamen. te significativos: representaría una demostración de la

más incurable miopEa el no percibir en tales eplsodíos el anuncio de una situación que se halla al presente en

germen en todos los pueblos de Hispanoamérica.

¿Cómo no advertir, en efecto, la sugesti6n irrepriml. ble que eier~e hoy por hoy la ilusión revolucionaria so–

bre los sectores má5 adelantados e influyente. de l. po. blacl6n hispanoamericana? De nuestra rparte, no dudamos en .firmar que revelarra una infinita torpeza el atribuir esfa predisposición hacia las esfridencias revolucionarias únicamente a I~s factores sociales o econ6micos que in.

ciden sobre la desigual repartición de la riqueza o sobre el escaso desarrollo industrial de los países sudamerica– nos Nadie podría negar la importancia de estos factores, pero es conveniente advertir que ni son los únicos ni son los decisivos Lo grave es, justamente, que estos de– sequilibrios económicos havan brotado sobre un suelo ya rpredispuesto, por 125 c~ndiciones ambientales y psi· cológicas, a dar vida ca una exitación revolucionaria que, según el testimonio de los hechos, parece mb oríentaáa a la destrucción y ca la negación que a la instauración positiva de un orden social.

Parece ser que en la Cuba de hoy, al igual que en Bolivia, la palabra "Revoluci6n" sirve ella sola para con· <itar todos los fervores de la devoci6n I unl causI poI(· tica. Según parece, el diario habanero quo representa la mentalid'ad oficial se llama, precisamente, "Revolu· ción". Esta es, pues, la ¡palabra de orden, en ta que sI cifran las más hondas aspiraciones de ta lucha política, la que mejor sintetiza la creencia general en la necesidad de reformar el país desde sus raíces, haciendo tabla raSl de todo lo que fuese en él supervivencia del pasado, he– rencia de una época ya para siempre superada.

¿No es éste, nos preguntamos nosotros, el rasgo m's significativo, el verdadero centro de gravitaci6n del esprritu hispanoamericano en los dÍ'as que vivimos?

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