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« Previous Page Table of Contents Next Page »nacasie, '!'ipifapa., El PaSo Rea.1 y Laguna. de Perlas, ha sido Dios, un castigo de vuesira efi– caz cooperación en el sosienimienio de la iira– nia, que insolenie pisoieó a la sociedad, y a la
religión, y sobre iodo, por vuestra especial co– operación en el destierro y vejárnenes inferi–
dos al Clero en 1894.
Violásieis con vuesiros fusiles a la man–
sión de Dios, enirando a prender a los sacer–
doies en el momenio solemne y augusio de la
celebración de los divinos oficios.
Una piadosa rnujer, doña Ferrnina Juárez, con valor de heroína, apoyada al pie de una
gran columna de la gran Caiedral, os gritó,
"Leoneses, vosotros prendéis a vuestros sacer–
doies? dónde esiá la religiosidad de los leo–
neses?",
Pero el eco de esias valienies increpacio– nes lo extinguió el tropel de carga de vuestros soldados hacia el aliar mayor, para consumar
el gran crirrLen.
El en±onCeS dobernac1or miliia.r de Le6 n general Benito Chavarria, huyó desde El Rarná hasta México.
Compurgad, pues, con paciencia vuestro
deliio. No sabernos el tiempo que durará esa
pru.e~a.' pero sí deseamos que entrando todos en JUICIO y cordura, reconozcamos que Dios di~
rije los acontecimientos humanos, que abate
y levanta a los padidos y a los pueblos para los fines de su misericordia y de su justicia.
Pero terminemos esta observaciones pre– liminares.
Para entrar en materia, describiremos la si±uación interior de la República, lo mismo que su situación exterior, antes del pronuncia~
miento de Bluefields, situación anómala e in~
sostenible por violenta, que debe conceptuarse
como la causa eficiente de la gran revolución
que ensangrentó al pais duranie diez largos
meses
1
Situación inierior de la República. Los leoneses hacen la guerra a Zelaya por recupe–
rar el derecho que creían fener en el gobierno
de la República.
José Sanios Zelaya ascendió a la Presi_ dencia de la República, al favor del cuartelazo de León, verificado el 11 de Julio de 1893.
Los leoneses que no sabían con quien pac–
iaban, cedieron a Zelaya la Pres.igencia con el objeio de atraerse al pueblo de Managua, ciu– dad natal de su aliado, con las miras de rom– per la antigua alianza que de hecho exisfia entre esta ciudad y la de Granada.
Trasladaron además la mitad del arma– menio de la República y perirechos de guerra,
hacia la vieja rne±rápoli, para asegurar su pre– dominio.
Pero bien pronto reconocieron de que por
medios pacificas no podrian recuperar lo que cándidamente habian confiado a un hombre sin lealiad, quien para unirse a ellos, habia
traicionado a sus aliados los granadinos.
Se hizo público, en efedo, que Zelaya me– ditaba dar un golpe de Estado, para hacer una constitución a su sabor y poder de esia mane– ra ser reeledo para un segundo periodo.
Los leoneses resolvieron e n ton e e s la guerra.
En efedo, el 24 de Febrero de 1896, a las diez del dia 24 de Febrero de 1896, el cañón del cuadel principal lanzaba sus estremecen– tes rugidos y la campana mayor de Catedral,
con toque solemne y fes±ivo, tocaba convite.
Un oleaje de entusiasmo circuló en el acto por todas las capas sociales y los grandes y numerosos talleres de León y de los barrios de la gran ciudad, quedaron desiedos. Corno que de los grandes empedrados salian peloio– J;les de hombres que con sus frazadas terciadas
corrían hacia el cuartel a empuñar el arma.
Nosoiros
11:1. i s m o s que presenciábamos aquel gran acontecimiento no pudirrtos resis–
tir el empuje de la ola revolucionaria que io– do lo movía en aquel hisiórico momenio en que un gran pueblo echaba la sueríe y se pres_ taba para pasar La Cuesta, con rumbo al Pa– lacio de Managua.
Montarnos en nuestras cabalgaduras y nos dirijimos a la Plaza de la Caiedral.
A las pocas horas rodaban sobre las em– pedradas calles los grandes cañones con rumbo hacia la Esiación del FerrocarriL·· El desfile de la infanteria, la oficialidad
comunicando órdenes en briosos corceles, el
paso doble cantado por los clarines de guerra, daba un aspedo majesiuoso e imponente a aquella masa de hombres que marchaba hacia
la victoria o hacia la muerte. Los irenes lis~
ios de antemano, en consiantes evoluciones,
lanzando pitazos de llamada, daban un aspec–
fa majestuoso, imponente y sublime, a aque– lla masa de horrtbres, que COnlO en sucesivos oleajes, rrtarchaban hacia la victoria o hacia
la muede.
Nosoiros casi con±enlplamos la vicioria
de aquel ejérciio que se esiremeció de bélico
entusiasmo.
CreÍtnos que los trenes desernbarcarían
las fuerzas en La Paz y que ésias, tornando
rumbo a Nagaroie, vendrían a amanecer a LEi
Cuesta, para luego penetrar en la despreveni– da Capital .El ejército parecía ascender en
aquel momento a cuairo o cinco mil hombres.
Pero contra nuestra previsión, el ejército revolucionario vino a acampar a Mo:rnotómbo,
dando a Zelaya tiempo más que necesario pa–
ra alistarse.
Esto se debió a que los leoneses, corno io–
dos los demás nicaragüenses, dieron de:rnasia·
do impodancia a la presencia del general sal-
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