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« Previous Page Table of Contents Next Page »cía éomo el bravo jefe Coró'nel d:odornlró vi– llafuerfe, el Coronel Horacio Bermúdez, el Sar– gento Mayor Fernando Eli~ondo y muerto el capitán don Lalfreano La~os. . El escaso numero de lIlvasores no permI– tió cubrir las lomas de San Juan del Sur has– ta "Las Quemadas" en lo cual insistió tanto el docior Cárdenas, conocedor puntual de aquelloS parajes. Con este luoiilTO el gobier– no ocupó sin esfuerzo ninguno puntos pro– minentes desde los cuales abrió sobre San Juan del Sur el fuego de sus cañones. LEls revolucionarios pues, incapacitados por faHa de artillería para sostenerse en aquel sHio, se vieron en el trance de desocuparlo; mas no se desalentaron y se lanzaron sobre Rivas, po– niendo así en práciíca el primitivo plan que los jefes habían concebido. Pero las fuerzas del gobierno en Rivas eran numerosas, ocu– paban puntos tan importantes como la torre y estaban provistos de cañones. La toma de la " ciudad se hizo pues, imposible, y los revolu– cionarios tuvieron que reiírarse a la frontera de Costa Rica, dejando varios de los suyos he– ridos en las calles de Rivas. Durante el com– bate se verificó un hecho de heroísmo que con gusto consignamos: cerca de las puertas de la casa de don Eva6sto Carazo, cayó un com– batiente herido. Al oir sus ayes la disiíngui– da señorita María Benita Carazo, abrió la puerta y exponiendo s;u precic;>sa vida. a la furia de las balas, tomo al hendo y lo Intro– dujo a su casa.
Con éxHo frustrado, pues, terminó la in– vasión, debido a la carencia de artillería. To– dos cumplieron briosamente con su deber y los habitantes de Rivas recuerdan todavía que los Chamarra alentaban con sus ejemplos a los patriotas invasores y por los sombreros ingleses que llevaban puestos, especialmente, llamaban la atención a los rifleros que hadan fuego desde la aHura de las torres.
Entre los invasores figuraba en primera línea, el General don Filiberio Castro, herido en el cOlubate de Rivas.
Los principales heridos que en San .Juan del Sur quedaron en poder del Gobierno, fue– ron los siguientes: Coronel don Clodomiro Vi– l1afuerfe, coronel don Horacio Bermúdez, jo– ven festivo y de clara inteligencia, muerto después en Rivas a consecuencia del balazo que lo postró en San Juan del Sur, Sargenl0 Mayores don Arturo y don Fernando Elizondo, un joven Cerna de Rivas, alravesado los dos pulmones, el soldado Camilo Obando y otros más. .
José Dolores Gámez, Delegado del Ejecuti– vo en el Departamento Meridional, promulgó en Rivas este horroroso decreto, en el cual se "muestran de relieve los ímpetus satánicos de la tiranía Zelayisla".
Además tanto él co:rno Gerardo Barrios, Jefe Político de Rivas, telegrafiaron al jefe ex– pedicionario en San Juan del Sur, General Emiliano J. Herrera, ordenándole que fusila– ra, a los heridos. Herrera contestó que los
heridos eran prisioneros cie guerra, confiados a sus sentimientos humanHarios. Hay que advertir que los señores Elizondo y el Jefe Po– lítico, Barrios, es:l:aban ligados por parentesco inmediato.
Gámez replicó a Herrera: "No queremos heridos ni prisioneros de guerra: fusilelos". El general Herrera se dirigió entonces a Zela" ya en los términos siguientes: "El señor De– legado del Suprem.o Gobierno en el Depar±a– mento Meridional, me ordena fusilar a los he– ridos. Yo no estoy hecho a cebarme en ca– dáveres ni mancho mi carrera militar con un crimen senl.ejante".
Como Gámez persistiera en sus propósi– tos, Herrera le remitió a los heridos, en carreia separada cada uno para que los fusilara. A prima noche llegaron a Rivas las carretas con los heridos, que fueron inmediatamente aten– didos por dmuas y señorHas de aquella culta y crisfiana sociedad. La presencia de aqu~:
llos hombres desangrados, cadevéricos y al borde de la tumba, exaltó la compasión y las simpalías por las víctimas en aquellos corazo– nes generosos.
A todos los prisioneros los aseguró el Go– bim"no con un guardia colocado en el ho.spHal de sangre y cada cual estaba aislado y con centinela de vista. Al día siguiente llegó el Fiscal de Guerra a tomarles las respectivas de– claraciones. Se incoaba, pues, el proceso que había, por pura fórmula, de proceder al fusi– lamiento de aquellos infortunados y valerosos compatriotas. El Fiscal miraba con repug– nancia la escena sangrienta que tenía en pers– pec1iva e hizo cuanto pudo a fin de que los heridos no se comprometieran en sus declara– ciones. Vano empeño de aquel corazón mag– nánimo! Los heridos sostenían sus actos con entereza. La perspectiva del futuro suplicio acrecentó en ellos el valor: Que no en vano corre por nuestras venas la sangre española.
A uno de los heridos, previa a la decla– ración, le ocurrió este diálogo con el Fiscal: -Usled no tiene grado ninguno, verdad?
Es simplemente soldado.
-No señor, soy Sargento Mayor.
y el Secretario tuvo que escribir lo que el reo decía.
-Pero usted, insinuó el Fiscal, empuñó el arnl.a por ligereza propia de su edad; us– ted no tiene motivos para secundar a los que se alzaron en armas contra el gobierno.
-No, dijo el herido: empuñé el rifle por mi propia voluntad y las causas que me in– dujeron son las siguien±es ... Escriba, le dijo al secretario. Y éste consignó un fogoso ca~
pítulo de increpaciones al Gobierno y a Zela– ya y al Partido Liberal.
Por el secretario se impusieron en Rivas de la honrosa entereza de los heridos, en fa– vor de los cuales se alzó la simpatía en e] ánimo de todos. Gámez telegrafió a Zelaya: "La actitud de los heridos es muy levantada. Le transcribo la declaración de Fulano de Tal", que era la declaradón a que nos hemos
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