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« Previous Page Table of Contents Next Page »uien entregó una carta de dichp Jefe en la
~ue detallaba su si±uación y pedía el envío de las fuerzas prometidas.
Entregado Reyes a la orgía, se olvidó por completo de que allá en la montaña estaban los infelices soldados pereciendo de todo y que los jefes no podían ordenar el avance rnien– iras no les llegara el refuerzo pedido.
Así se le hizo ver en una comunicación que se le 'dirigió por medio de los caballeros don Ignacio Zelaya y Pbro. Es.l:anislao García, quienes tomaro~ un vaporcito expreso para dirigirse a Bluehelds.
Dos días pasaron los señores en espera de no±icias, hasta que a las 8 p.m. del segundo día se oyó pitar repetidas veces un vapor que venía de Bluefields. Siendo esa señal de alar– ma se dirigieron al muelle con una lárnpara acompañados de los ayudantes Jorge Mena y Emilio Fernández, y a.l airacar el vapor de– sembarcaron los comisionados Zelaya y Gar- . cía, Sebastián y Fernando Driza, Arturo Gá– mez, Arturo Enríquez, Ernilio Cantón y otros, quienes presa de violenta agitación dijeron "que todo estaba perdido, pues Reyes había capi±ul&do vergonzosarnen.l:e", eniregando la fortaleza y el vapor al general Reuling, corn– promeiiéndose a darles garantías a tres perso– nas: Reyes, el general Luna y don Alfredo Hooker,. ,
El resto de los Jefes, los oficiales y la tro– pa, quedaban a discreción del Jefe Zelayista. No encuentro palabras para calificar la conducía observada por Juan Pablo Reyes en tales circunstancias.
Pudiendo exigir y obtener la liberiad pa– ra todos sus compañeros y la pide sólo para ires, dejando a los demás con armas y baga– jes en poder de un enernigo sediento de ven– ganza. Allí se vio rnás tarde a los pobres sol– dados rozando calles y plazas por espacio de ires meses corno si ellos hubieran sido facío– res irnportan±es en aquella "tragicomedia", como con tanto acierto la llarn6 el casiizo es– cri±or don Adolfo Vivas, en un bien elaborado folleto que publicó en aquella época.
Mientras el general Reyes se rendía co– bardemente en Bluefields, vearnos la suerte que corría el general Mena y los valientes pa– iriotas que le acornpañaban.
Comprendiendo este experto guerrillero que en las acciones de guerra "el que no avanza, retrocede", resolvió destacar una pe– queña colurnna con dirección a "La Guatusa",
y corno en este lugar se encontraba un retén de las fuerzas Zelayistas, se trabó un ligero combate, reiírándose las tropas de Mena des– pués de haber hecho algunas bajas al enerni– go. Momentos después llegaba el coronel Zenón Rocha con 200 hombres y sabedor de que Mena estaba con poca gente y escaso de parque y provisiones, lo cornlfnicó al General Estrada, no atreviéndose a a..I:acarlo por temor ?-e ser derrotado, pues el traidor Galagarza al lmponerlo de las ppsiciones que ocupaba el Jefe revoluc;ionario, le hizo saber que corn-
prornetía la acción si lo atacaba pues tanio la oficialidad corno la tropa estaban dispues– tos a jugar el todo por el todo.
Galagarza es un hulero que vivía en El Chile donde lo encontró Mena a su llegada, proponiéndole que le sirviera de baqueano. Desempeñó ese oficio con lealíad por algu– nos días, pero de la noche a la mañana desa– pareció, yendo a incorporarse a las fuerzas de Zelaya que se aproximaban.
Careciendo el coronel Mena de gente su– ficiente para cubrir la retaguardia, que era por donde debía llegarle los elementos pedi– dos a Rarna, estableció su cuariel general en El Chile, dejando al capi±án Francisco Herdo– cia con 50 hombres en el Muelle de los Bue– yes, especie de puerto si±uado en la rnargen derecha del Río Mico. Hastiado Herdocia de esperar y faliándole provisiones, ordenó a su gente que se ernbarcara en los botes que allá tenían, en cuyos rnornentos se preseniq de Ílnproviso en una altura vecina la caballería al mando del coronel Vergara haciendo un nulrido fuego contra Herdocia y los suyos, quienes poseídos de un pánico indescriptible cariaron las amarras de los botes y se tiraron al agua, logrando escaparse la rnayor parte de ellos debido a la fuerza de la corriente.
No quiero pasar adelante sin de<;iicar unas rnerecidas frases a la rnernoria de una víctirna: rne refiero al capiián Justo Pasior'Ro– dríguez, natural de Rivas, de oficio carpinte– ro. Era Rodríguez un hornbre honrado, pací– fico y trabajador que llegó a Rarna buscan– do el rnodo de asegurar su porvenir,
Durante algún tiernpo trabajó en su mQ–
desto oficio captándose las simpatías de todos por su carácíer afable. Llamado a Bluefields para ejecutar cieríos ¡rabajos tuvo ocasión, <;ie conocer al general Reyes, quien le propuso que se fuera al Chile con rnercaderías como socio industrial, vendiéndoselas a los huleros y cornprándoles la rnayor cantidad de hule que pudiera, lo que en aquella época consti– tuía un lucraiívo negocio.
Corno es de suponer, Rodríguez aceptó y al estallar el movimiento· revolucionario, se encontraba en la rnontaña, siendo llarnado por el coronel Mena, para que se encargara de transporíar la carga del Muelle de los BUE;l– ves, al Chile, operación que se llev<'l.ba a cabo por medio de bueyes con sus correspondientes aparejos, los únicos anirnales que podían cn~
zar aquellos pantanos.
Rodríguez salió del Chile, con dirección al Muelle de los Bueyes en su creencia de que ya estarían en ese lugar los botes de Ra– ma. Sin sospechar nada, porque presumía que Herdocia estaba en su puesto, se ap:roxi~
rnó confiadamente, no sin extrañar de camino las huellas que encontraba a cada paso, ex– trañeza bien fundada desde luego que las tropas de Mena no disponían de caballería. En un recodo del carnina fue asaliado de pronto por un retén, siendo avanzado en unión de dos cornpañeros, uno de 10$ cuales
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