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Maició varíos días a su inseparable paso. larguero, lió su marucha, arció su hamaca de mania azul lo mismo que su anciana al– barda de vaquefa, revisó su gua±ucero, relle– nó su botiquín, alma de su mantenimiento, por si en el camino daba de manos a boca con pacientes, y listo lo que es indispensable llevar a fado escotero cabalgante se despidió de su querencia, de su mujer y de sus hijos, y sin lTlás irámites montó sobre El Negro bien aperado y le dio por el camino, mas bien di– cho por el atajo, que acorta la distancia que conduce a la trocha real que lleva para Ca– Inoapa.

Al cabo de .ires o cuairo meses su familia supo por un recado que le mandó que estaba anclado en Santo Domingo, dándole Hempo al

Hempo, en esperas de otros rodan±es que se encaminaban - corno él a la distante Cuicuina que era el foco de la atracción en aquel tiem– po para irse a rodar forfuna.

En una finca del pueblo minero en que a

pija, las circunstancias lo obligaron a anclar, empotreró la cabalgadura, la cual no quiso vender por si le iba mal tener en que regre– sarse a su lejana querencia; en el mislTlo lu– gar adquirió un buey para agarrar moniaña adentro, pues bien sabido es que el vehículo que se ocupa en la manigua es el rUlTliante amansado especialmente para ocuparse como bestia de silla.

Dos años después de su partida la Vola– dora, o quien sabe que malintenci.onado o

chusco como dicen los naiuchos, llevó a su rancho la noticia de que Tijerino había muer– 10 de fiebre Chonialeña, la falTlilia lo lloró a

su manera, seis lTleses después le celebró los ocho días y en seguidita la losa del olvido se

empotró fieramente sobre la estantiguá desa– parecida, en las inhóspitas montañas que co–

bijan los pantanales vecinos al litoral Atlán– tico.

El curandero entró así de sopapo a la vas– ta aridez del pasado de donde el humano que fue suele escapar a veces fomando vida cuando algún conocido por contínguencia lo

arranca del sifio en que descansa para reme– morar alguna anécdota lejana, dándole vida momentáneamente y regrasándolo después al lugar de donde lo arrancó por la añoranza inesperada que al narrarla requería su presen– cia para darle alma a la pasada que su reme– moración necesitaba para :l:omar colorido.

A la familia del curandero rodanfe se le hizo cuesta arriba ganarse la subsistencia en el apartado Bejuco, por 1al causa resolvieron sus miembros trasladarse y fincarse al final

Don Santiago era en síniesis en la segun- .... iañosos minerales de Cuicuina Grande, en la. da decena del siglo que corre un :tipo sui géne- ., época en que Cuicuina era un elTlporio verda– ris muy conocido por su oficio en los pueblos dero, cuando ya su irotiadera sobre la iierra del norie del deparfamen±o de Chontales, en- esta1;la dejando atrás los pedr.egalosos y son– tonces sin dividirse. SOCU1±OSOS Uanetes de la Clncuentena de.

clinante. A pesar de su efigie de estantigua era muy suertero con las lTlujeres con iodo de que jalTlás se hacía cargo de ninguna, excepción hecha de la compañera oficial: con la que con– vivía, sin saberse a ciencia deda si era casado con ella o había clavado pico por debilidad del corazón a los pies de la hembra que pre– senlaba como su mujer definitiva y única.

Andaba siempre de arriba para abajo por

10& bajos y a110s de las frígidas Mercedes, por San Buenaveniura, por Sagua±epe, El Paraíso, La Rinconada de Sácal, Chayoiepe, Tierra Azul, La Primavera, San Andrés, Piedra Luna, Las Mesas, Boaco Viejo, Mombachi±o y dos mil cañadas lTlás cuyos nombres forman una vasia letanía difícil de espeiar en esíe mo– menio en que Tijerino se ha alzado vivo y co– leando poderosamente en el escaparate de la memoria en donde liene su residencia actual– menie, por cierío desde hace ya como ocho lustros.

Tenía un caballo negro, guirocho de la oreja izquierda y sonio nivel de la aira, pa– solarguero, valiente, al cual jamás le apeaba la teja y era el vehículo ordinario que lo arras– traba en iodas sus andazas por los desguinda– :deros, aiajos y caminos que solía transitar pa– ra recetar a los jinchos que se ponían bajo su iratalTlienl0.

Esie caballo era mas conocido que el ca– cao, tal vez sea mejor decir que su dueño, a fal extremo que una vez que un vivi±o se lo birló en la nochadera de la Rosa Angulo en Las Banderas no fardó medio día en recupe– rarlo, pues un fle±ero chepeño que iopó al la– drón montado en el Rocinante del cuento en la mala pasada de El Copalar, del llano de Ostoca1, tan luego llegó a la nochadera citada

y columbró a Tijerino, quien se hallaba ca– bizbajo y afligido por la pérdida sufrida, le pegó un grito y le reveló estentórealnente el camino sobre el cual trotaba y conducía su meniado caballo un zamarro muy conocido en aquel tiempo.

Al instante alquiló un trotón a los Gue– rrero del lugar, salió en su búsqueda y le dio ial apretada a la caballería alquilada que al finalizar El Guanacastal, sitio situado a una legua poco más o menos de la ViHa de Tipi– lapa, logró alcanzar al ladronzuelo y en cua– tro cai±azos le quiló el alzo que en plena lTla– drugada le había hecho en las zancudosas Banderas.

Un día de tantos Tijerino se aburrió de la andadera continua en que se agitaba su humanidad para ganarse los frijoles y de la noche a la mañana, sin decir agua va, resol– vió irse a rodar fortuna a los disiantes y mon-

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