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« Previous Page Table of Contents Next Page »los impresIonantes tonventos de Lima. 6 bien hasta que
no se camina por la Calle florida de la pujante Buenos Aires y no se ve y no se oye al inmigrante, pronunciar con orgullo el español y adentrarse, con seguridad de triun– fo, por lo más hondo y más puro de nuestra tradición. Todo, en verdad, señala en nuestros pueblos una idéntica personalidad y un común estilo de ser: creencias
y costumbres, arte, propósitos y esperanzas Todo pone en evidencia es¡¡ clara y robusta conciencia de unidad his– panoamericana, forjada por la fusión de dos ra:z:BS en e[ crisol de lo cristiano, y que cada vez más afirma con mayor decisión su ,perfil propio y distintivo en lo universal. Mas, sin ninguna duda, es el idioma el elemento que más nos identifica y más nos acerca y compenetra los unos a los otros. Esto lo comprendemos y lo valoramos mejor cuan– do ante al común denominador de lo hispánico, sentimos la presencia de grupos de indigenas que todavía viven dentro de los misterios de sus primitivas lenguas. En– tOinces, la variedad de dialectos del inclio mexicano, del descendiente de los maya-quiché de Guatemala y del que– chua del Perú, surge como peligroso factor de aislamien– to y división, mientras el español cobra con toda claridad su carácter de verdadero elemento de unificación y de in– corporación en lo universal.
Más de ciento seis millones de seres constituían ha– cía 1950 esta unidad; lo que permitia al español, -con los 28 millones de la propia España y con los 2 millones y
medio repartidos por las tierras de Filipinas y de otros continentes-, contar con un dominio total de 137 millo–
nes de ,parlantes que lo convertían en el quinto idioma de mayor difusión en el mundo (V eso, contando como idio– mas unificados al chino por una parte y al ¡ndi y al sán· scrito p~r otra; pues, sin contar con éstos como primero
y segundo respectivamente, quedaría para el nuestro el tercer puesto después del inglés con 260 millones y del ru– so con 180 millones)
ista realidad se acrecienta todavía más ante las pers– pectivas del crecimiento general de nuestra población: Se– gún los datos y cálculos estadísticos, que de diferentes or– ganismos internacionales nos presenta en su magnífko es– tudio sobre el crecimiento económico de latino América el destacado profesor chileno Alberto Baltra Cortés, "1
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poblaci6n latinoamericana ha crecido con una tasa media del 2,4% "que eS el coeficiente regional más alto del mun· do". Entre 1920 y 1955 la población de América latina pasó de 85 millones a 175 millones, es decir, se du,plic6 con creces, lo que constituye un fenómeno que, en este si· glo, no se ha presentado en ningún caso similar. Con esta tasa de aumento, en 10 años América Latina habrá aumentado su población en 30% la Comisión Económi– ca para América Latina, -termina de decirnos Baltra Cor– tés--, calcula que, en 1980 la población de estos países será de 318 millones y que 'alcanzará a 443 millones en el año 2000" (1).
Ahora bien, si consideramos que hacia 1955, o sea, al momento de empezar a registrarse el índice de creci· miento antes señalado, del total latinoamericano de 175
millones, corresponden un poco más de 61 millones y
medio de habitantes a[ Brasil y cerca de 3 millones y me– dio a la República de Haití, quedarian para Hispano Amé– rica cerca de 110 millones; lo que quiere decir que, en el
total latinoamericano, el Brasil representa el 35.2% e His– pano América el 63%. De modo que, si continuara ~o·
mo es de esperarse qUé tontlnÓe-, la misma próporci¿n tendríamos ¡para Hispano América un total de más d~
200 millones para 1980 y de cerca de 280 millones para el año 2.000
Se comprenderá, sin embargo, que no es tan s610 en el volumen de estas cifras en donde residen las posibili_ dades de una afirmación, dada vez más decisiva en lo uni. versal de Hispano América, cuanto en su misma realidad de "unidad cultural americana"; en la cual no creo que deba considerarse por separado al Brasil, sino al Contra_ rio por cuanto [os factores constitutivos de "10 brasileño" san de la misma naturaleza que los nuestros y vienen a complementarse, en definitiva, con "lo Hispanoameri_ cano" (2}. .
Me estoy re~iriendo, señores académico~1 a esas exi– gencias de afirmación original y universal que la actual clisis de la Cultura plantea al mundo Americano.
Es evidente que se ha verificado un desplazamiento del centro motor de la Historia hacia nuestro continente. Lo vemos en la misma alternativa de "Oriente u Occiden. te" en que parece encerrarse en nuestro tiempo el drama de la cultura y el futuro de la Historia, y en la cual el pue. blo americano de los Estados Unidos carga con la respon– sabilidad de significar uno de los extremos. Pero lo apre. ciamos y lo sentimos de verdad cuando sabemos recono– cer en e!>ta ,pretendida exigencia de: "Oriente u Occidente" no un" simple y necesaria elección entre dos conceptos de vida ya f(,)I'lnados y perfectamente establecidos, sino más bien el signo con que se denuncia una crisis de desinte. gración de conceptos de esta clase (los de "lo burgués") que implica, indefectiblemente de por sí, toda una ur– gente y angustiosa demanda de re·e~tructuraci6n o de re-creación de valores universales de la Cultura, y por con· siguiente del pueblo que ha de realizarla. Ante Améri· ca parece levantarse entonces un llamado de la Humani· dad, un reclamo de sus valores propios y originales, o pa– ra decirlo más concreta y más realmente: un reto de la Historia.
Habrá quienes, -como la connotada historiadora y
arqueóloga italiana Pia Laviosa Zambotti-, consideren que la respuesta de América está confiada, sin reservas, al pueblo norteamericano, entre otras cosas por su industria· lismo, por su tradición protestante y ,por su culto a la (j–
ber~ad y a la fraternidad universal (3). Más habrá otros, en cambio, que, -como el ilustre maestro mexicano don José Vasconcelos-, confíen con mayor seguridad para tal misión en la concepción catálica de igualdad de razas y
en las esencias revitalizadoru del mestizaje que forman el ser de Latino América (4).
Sin entrar a discutir la validez de una u otra inter–
pretación de lo americano, -por más tentado que me 5ienta 11 hacerlo ante la enorme trascendencia que el asun– to tiene de por sí-, no puedo dejar de manifestar mi más fÍl me confianza en los valores propios y originarios de lo hispanoamericano para permitir con mayor efec, tividad ese desplazamiento hacia nuestro conti~ente del cenh o piloto de la Historia y esa nueva integración de va– 10lEls de sentido universal. Creo que a lo largo de [os cinco mileníos ele la Historia han sido siempre los mesti– zajes los que han dado lugar a las grandes y fecundas re– creaciones de la Cultura. Y creo que la falta de atención a este fenómeno es lo qUé impide a muchos, -y a la dis– tinguida autora italiana ,particularmente-, bajar un potO
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