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más hacia el Sur del Río Bravo por las vértebras andinas. Porque no es el mestizaje de simple "crisol de razas" el que ha podido y puede realizar las grandes síntesis crea· doras, sino el mestizaje hondo y vivificante, de fusión y

de compenetración de los elementos tradicionales de la Cultura, vividos y participados en plenitud por alguna se· ciedad, con los otros elementos virginales y verdadera· mente nuevos, vividos también '! también participados por esa misma sociedad. En nuestro caso concrelo: lo hispano·católico y su convivencia con lo liberal y lo nor. teamericano, por un lado; y lo indígena por el otro. Más cualquiera que sea la respuesta de América, es innegable que los valores pro,pios y particulares de His· pano América tienen que cllntar en función de originali– dad. Y ante esto, señores, es ante lo que vengo a Ila· mar vuestra atención para preguntarme y para pregunta.

rOS: ¿Qué perspectivas de afirmación original ofrece nues– tro idioma, -como vehículo de nuestra Cultura o como "actualidad de nuestros valores culturales", como diría Hegel-, frente a estas exigencias históricas y universales?

Si en todos los tiempos ha sido la lengua o el idioma de un pueblo la expresión de su cultura; si a lo largo de la evolución histórica de la Humanidad, el sumerio, el sánscrito, el griego o el latín se levantan como símbolos de grandes creaciones de sentido universal, la identifica· ci6n entre "lengua" y "cultura" ha venido a adquirir en nuestros dras un indudable carácter de verdad científjca bajo la influencia de los modernas transformaciones ope· radas en la lingüística. Tal, entre otros, 105 formidobles alcances de los estudios de Karl Vossler.

y es que, en realidad, si la cultura es en su más simple expresión la concepción del hombre y del univer· so; y si ella misma, -en cuanto fenómeno histórico y so– cial-, es "una configuración de conciencia colectiva" (5),

un estilo o modo común de ser es claro que la lengua apa· rezca como la manifestación más viva de esa concepción que toma realidad y cuer,po en las palabras¡ y como el único medio o instrumento capaz de lograr esa configu. ración en la común participación de las voces comunes. Es por esto que el estudio y la investigación del de– sarrllllo histórico de un idioma y de sus posibilidades de expresiones de significación original y universal ha veni· do a convertirse en un rndice bastante seguro para descu– brir y valorar las cualidades de su correspondiente Cul– tura. y es por esto también que las exigencias histÓri· cas de una cultura se vuelven indefectiblemente exigen– cias de su idioma.

Ante exigencias de esa naturaleza se encuentra el español en América. El llamado de presencia en lo uni– versal que, -según lo que vimos anteriormente-, pare· ce urgir cada vez más a lo hispanoamericano es un re– clamo imperioso de sus propias cualidades ,para lograr con éxito esa presencia. Seguramente uno de 105 reclamos más imperiosos que puede haber tenido en toda su evo· lución; y, sin ninguna duda, uno de los más trascendenta· les y de mayores proporciones históricas.

¿Estaría alguna vez en la mente d.e algún viejo cas–

t~lIano este sentido de "futuro" con que, a lo lar,90 de diez siglos, se presentaría en nuestra tierra la "nueva len· gua" que ellos ofrecían .entonces a la unidad y a la univer– salidad de Espllña? Quizás hubiera parecido algo impo-

sible. Ni siquiera creo que haya llegado a ~ospecharlo el mismo Nebrija, cuando pleno de optimismo presentaba su Gramática "a la mui alta i assí esclarecida Princesa Doña Isabel" y le hocía ver cómo "siem,pre fue la lengua com– pañera del imperio, i de tal manera lo sigui6 que junta– mente comenzaron, crecieron i florecieron, i después jun– ta fue la carda de entrambos" (6). ¿De cuál imperio?, po– dríamos hoy preguntarle. Porque aquel imperio de Isa· bel que estaba en el pensamiento de nuestro primer gra~

mático no era en verdad el Imperio, sino el comienzo del Imperio, del 910~ioso y verdadero Imperio de nuestra Cul– tura Hispánica, y que por destino y por misión de la mis· ma España, - ,por el mismo espírilu cruzado de lsabel-, ponía en marcha sus naves hacia América y aún está por comenzar.

Por esta ruta del mar,- camino del oriente por el oc– cidente- descubría el idioma español su esencial y pu– jante significación de síntesis '! de aFirmación universal, que ya le estaba anunciado desde su propio origen y que su misma historia nos pone en evidencia.

Fue allá, por el siglo X de nuestra era y "en una pe. queña comarca de la Cantabria, --como recuerda Amado Alonso (7)-, montaña de Santander, en la región qUE! el reino cristiano de Oviedo tenía fortificada con unos cuan· fos caslillos para contener al sur de los montes Cantáf,ri·

CDS las arremetidils de los árabes", que nació nuestra len· gua: lengua que a los cristianos de otras tierras son,bo como trompeta como tambor: "iIIorum l¡ngua resonal qUil– si tympano tuba" (8)

El pequeño Condado de Fernán González, converti· do desde entonces en la mal su~rida y por siempre rebelo de Caslilla, llega bien pronto a constituirse en el más ex· tenso de todos v en el más decidido a la Recol:lquista. Castilla llega a s~r el srmbolo de España; y en castellano, -en esa lengua que suena como trompeta como tambor-, vibra toda entera el alma de lo hispánico por los acentos épicos elel Romancero.

Ningún idioma neo·latino (y aún pudiera decirse que ningún idioma europeo) puede presentar como el caste· llano esta dramática significación de "tensión univer~al"

en su función creadora de la unidad nacional. Compá– rese, por ejemplo, su nacimiento con el nacimiento del francés V se verá cómo en éste la afirmación cada vez más general ele la lengua original de la "lile de France" se fundamenta en el ideal de la monarquía unitaria, "so· bre el misticismo político" como dice Vossler (9); o sea: en sentimientos de orden v de naturaleza estrictamente na· cional; mientras en el castellano su extensión y afianza· miento sobrepasa notablemente este sentido. O más bien: en el castellano, lo nacional cobra sentido y trascendencia universal al presentarse como una tensión espiritual entre Islam y Cristiandad, entre Oriente y Occidente.

Por otra parte, es interesante recordar también ese especial carácter de "síntesis creadora" que demuestra el castellano ya desde el siglo XIII y que trasciende del mis– mo modo el conceplo de lo puramente nacional. Quiero decir: Esa inte9ración, dentro de 105 valores tradicionales de lo hispánico, de 105 otros valores culturales significa– tivos de la tensión universal de entonces, de que se ha· ce viva expresión la prosa castellana y qué con tanta cia. ridad nos ID hace ver el siguiente párrafo de don Angel

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