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« Previous Page Table of Contents Next Page »En el fondo de esta conmovedora discusión quedan bien deslindados los extremos entre: "Un mundo viejo" que aún se atreve a sostener con Ginés de Sepúlveda el tradicional concepto aristotélico justificativo de la esclavi· tud, que reconoce desigualdades esenciales entre los hom– bres y diferencia entre razas superiores y razas inferiores;
y
Jl un mundo nuevo" en el que triunfa definitivamente con Francisco de Vittoria y con la brillante Escuela Domi– nica de Salamanca (y aún pudiera decirse que con la teo– logía toda de España) el concepto católico del hombre, de amplio y completo sentido universal y de profundo r!'ls– peto a la dignidad y a la libertad de la persona.
Toda una extensa y justa legislación dio forma y realidad a este concepto en un derecho protector y garan– tizador del indio, que es hoy fuente y fecunda inspira– ción para el moderno derecho social. Mientras en el "mestizaje de sangre" venía a tomar cuerpo y alma la fi– gura de este "hombre nuevo" creado en nuestra tierra por la cultura hispano-católica; y el per!il del "hispano– americano" empezaría a asomar por los horizontes de la Historia sobre el amor de dos seres para quienes nunca había habido distancia ni separación de razas.
El sentimiento de universalidad, ~que ha venido vi· brando en cada uno de los momentos del castellano~,
llega ahora, en la aventura de América, a la plenitud máxima de todo un sentimiento de Humanidad que cada vez más se afirma en el tono de esa prosa polémica y en e[ estilo de ordenanzas y de reales cédulas del nuevo de– recho. Más, sobre estas formas, ~sin ninguna duda in·
teresantes~, es preciso que señalemos como se debe esa otra huella que por todos los caminos del mundo indíge– na van rubricando soldados y misioneros. Son ellos los que, en la conquista del suelo y en la conquista del alma, van haciendo de la lengua española el verdadero medio de comunicación entre el hispano y el indio., Son ellos los que, al entrar en contacto con la tierra y con el hombre de América, reciben las nuevas voces con que él indio ha simbolizado su mundo y que se hace necesario incorporar a [a geografía y al léxico del mundo hispánico, con tanta más urgencia cuanto más [ntimo y más sentido se hace el contacto (14). Es en ellos, en suma, en quienes la 'pala– bra adquiere su natural y trascendental valor de represen– tación de nuestro mundo exterior e interior y de configu– ración de una conciencia colectiva; de ese "mundo nuevo"
y de esa "nueva conciencia" que van surgiendo dentro del mismo corazón de los dos mundos encontrados. Y una vez más se ha de cumplir en nuestro idioma ese sen– tido "soldático" o de "militarismo religioso·' que nos des– cubre Karl Vossler desde el Cantar del MIo Cid (15). Oleada tras oleada de conquistadores, primero, y de colonizadores después van trasladando al labio y al cara–
z6ft del indio el nombre y el adjetivo, el pronombre y el verbo, el artículo, la interjección española; constituyéndo– se así, bien pronto, ~entre ambos elementos étnicos y
culturales~, las nuevas comunidades lingüísticas de per– fecta unidad hispanoamericana. Algunas veces, el con– tacto entre los núcleos peninsulares y estos nuevos nú– cleos coloniales se hace tan directa y tan intensamente (co– mo es el caso, por ejemplo, de México y ele Lima) que la evolución del idioma sigue en ambos un ritmo igual y
homogéneo. Por el contrario, otras regiones idiomática!! de América se mantendrán en menor contacto con los cen– tros peninsulares (por la faita de Universidad, por su me-
nor significación polltica o por otra clusa semejante) que dará lugar a una evolución más lenta o más irregular y
en cierta forma más particular.
Estos grados de evolución y desarrollo del español americano nos explicarán hoy, entre otras cosas, ~y como tan claramente nos lo hacen ver los estudios lingüísticos de Amado Alonso (16~, los diferentes empleos del "tú" y del "vos" que en la actualidad encontramos en nuestros pueblos; o bien esa agradable y poética pervivencia de ciertas formas de romance y de teatro del Siglo de Oro tan frecuentes en nuestro lenguaje conversacional.
El misionero especialmente produce, en esta intere– sante penetración de lo hispánico por América, un hecho notable y de gran significación para la formación d, una verdadera unidad cultural de mestizaje y de fusión de los dos elementos en contacto. El espíritu de evangeliza– ción, que anima la empresa de aquellos hombres, preten– de y exige de ellos mismos un medio eficaz de hacer lle– gar los misterios de nuestra fe al esplritu del indio $in vio– lentar su conciencia... y es entonces cómo conciben, des– de el principio, la idea de entregarse al conocimiento de las lenguas naturales de los indios para verter en ellas la doctrina cristiana. Esto implica, desde luego, un serio peligro, cual es de no poder verificar una fiel y auténtica versión indlgena de los dogmas cristianos, por una falt~
de buen conocimiento del sentido de las voces y de las construcciones gramaticales aborlgenes. Bien lo saben aquellos hombres extraordinarios, como con abundantísi– ma prueba documental nos lo evidencia el ya varias veces citado Vicente D. Sierra (17). Y, precisamente, a este cuidado que en ello ponen los misioneros, se debe el he– cho trascendental que estamos considerando, de haberse despertado en América 'una inquietud sin igual por los es– tudios Iingülsticos que llevan a una cientlfica y seria obra de investigación de las lenguas indígenas y de compa– ración de ellas con el español, que integra la verdadera y fecunda comunión entre sus dos mundos respectivos. "Obra de ti,tanes, esa realizada con las lenguas de los naturales, ~dice con grandrsimo acierto Sierra~, bas– ta con el recuerdo heroico de Fray Bernardino de Saha– gún para confirmar la tesis" (18). Este excelso misione– ro franciscano recoge, en efecto, en doce libros todo el universo azteca en una giganteca labor, que nada pone tan de manifiesto como sus mismas palabras. "Es esta obra, ~dice en su oprólogo-, como una red barredera para sacar a luz todos los vocablos de esta lengua con sus propias y metafóricas significaciones, y todas sus ma· neras de hablar, y las más de sus antiguallas buenas y
malas. "(18). Y así como é&ta, la figura del no menos preclaro Fray IIdefonso Joseph de Flores, en cuyo "Arte de la lengua cachlquel o Guatmaltico" se profundiza por las raíces más hondas de lo maya-quiché. Y la del ilustre dominico Fray Domingo de Santo Tomás, quien hace im· primir en Valladolid, y en 1560, la primera gramática de la lengua quechua, que es seguida luego por la "Gramá· tica y Arte nveva de la lengua general de todo el Perú, llamada lengua quichua o lengua del inca" de Fray Diego González de Holgulen. Con los cuales nombres no ha. cemos más que señalar lo mb representativo de cada una de las tres más importantes regiones de cultura indígena, pues bien pudiéramos seguir enriqueciendo la lista con innumerables citas de misioneros como éstos.. Al evo–
c¡¡rlos, palpita inmediatamente en nosotros todo el, miste-
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