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Ya tenía entre sus manos la arcilla humana que ha· bía soñado. Se trataba de sacar hombres de aquellos muchachos de entre catorce y diecisiete o dieciocho años. El único rasgo que le faltaba por apuntar -tal vez lo callaba por demasiado sabido- es que su regimiento ju· venil participa íntimamente de la naturaleza volcánica del suelo, que vivía en perpetua ebullición y que padecía, ca· mo legítima juventud latinoamericana, verdadera alergia a la disciplina. Pero eso no era más que un accidente se· cundario a los ojos de Jaime. En conjunto era un buen material humano: rico, inteligente, apasionado y muy temo peramental. ¡A trabajar con ellos y por ellos!
He dicho trabajar. Es muy poco decir. Habría que USar un verbo parecido a esclavixarse. Porque ése era más o menos el papel del prefecto de internos. Desde las cinco y media de la mañana, que los levantaba, hasta las nueve de la noche, que los dejaba acostados, tenía que trotar a su paso. Y como se daba la coincidencia de que el prefecto, además de vigilante era también reli· gioso y profesor y tenía que cumplir sus obligaciones too mo tal, había de levantarse antes para echar por delan· te la hora de meditación matutina y acostarse después para preparar las clases del día siguiente y la materia de la meditación de la mañana y hacer el examen"de concien· cia. Me figuro que el pobre de Jaime, al oir sonar el despertador a la madrugada, se levantaría con la impre– sión de que le estaban gritando: "Cristianos a las fiera si". No estoy exagerando las cosas. Tampoco quisiera dar la impresión de que Jaime era el único que se veía sujeto a semejante prueba del sistema nervioso. Algu– nos al mismo tiempo que él y en el mismo colegio y muo chos antes y después que él, vivían, habían vivido y vi· virían en circunstancias parecidas. Pero lo que aquí 110S
importa es qué hizo de hecho Jaime en aquel infiernito. Lo primerb que hizo fue amar y hacerse amClr de
lilas fieras". Entre la lista de treinta y siete conclusiones que escribió al terminar el magisterio, que son precisa. mente su filosofía pedagógica de bolsillo, sacada de su experiencia cotidiana, y que me han de guiar en este ca· pítulo, hay frecuentes alusiones a esta actitud de entrega absoluta a los muchachos, de amor sincero y viril a ellos, como condición previa necesaria para hacerles el bien. Desde luego no se cegaba -no podía cegarse– acerca de las dificultades de su cargo: "La vigilancia de internos es un oficio muy duro; cansa y agobia el alma por la tensión constante que exige. Sin embargo, es uno de los oficios que más influjo ejercen en la formación de los niños". Para él el elemento humano era lo más digo no de interés que había en el universo. Las circunstan– cias no importaban, con tal de poder hacer algo de pro· vecho con los hombres del futuro. En realidad, es la actitud esencial del educador: sacrificarse para formar. Pero, ¿qué clase de sacrificios hay que imponerse para lograr ese fin? Ante todo los que conducen a crear un ambiente de bienestar entre los alumnos. "Hay que tener a los muchachos contentos. Para esto hay que pen– sar y discurrir y trabajar y, en general, fastidiarse bastan. te. Pero es uno de los grandes medios de ganar el co– razón y ejercer autoridad con suavidad y eficacia. Por lo demás, en una división descontenta, ni se reza ni se es– tudia, y la murmuración y la carne. . hacen su agosto".
Uno de sus alumnos nos habla ~e cómo trabajaba Jaime por llenar esta parte de su plan: "Organizador de frecuentes actos públicos y divertidas veladas, aunó muchas veces la dirección de ellas con la creación de ex– quisitos juguetes cómicos".
Director de juegos en la época floreciente del foot· ball nicaragüense, luchó contra nuestra natural desidia y supo mantener el equipo del colegio entre los primeros del país. En las prácticas de jueves y domingos, cuan· do cansados de tanto darle a la pelota el juego tomaba sesgos soporíferos, el Padre Castiello¡ para animarnos, corría tras el balón con todo el entusiasmo de un chi· quillo. Cuandp después de un importante partido la vico toria nos sonr~ía, era el Padre Castiello el más alegre y bullanguero de todos los jugadores".
En otras ocasiones era una excursión la manera prác. tica de hacerle agradable la vida al regimiento. He aquí el diario de Jaime en uno de esos días:
"4 a.m.: me levanté. 4 30: desperté a 105 muchachos. 5.30: Misa. Comulgaron veinte de los treinta y tres que íbamos a la expedición. 6 30: Példrenuestro frente a la estatua. Salimos para la laguna de Apoyo. Día nublado, sin lluvia. Expedicionarios en gran facha, pero muy con– tentos. Un buen trago antes de bajar a la playa. Ape– nas llegados comimos cake y chocolate del país. Descan· so y expedición por la playa. Volvimos a las J 1.30 a m 12: Comida. Siesta. Los chicos se descalzan y hacen un muelle de piedras Los grandes se lavan y duermen. 4 p.m.: Rosario. 4.30: Salida. Concierto de ortofónica en
casa del Dr. Guillén. Visita a los del colegio Sosco, que jugaban foot·ball. Merienda de tamales en la es· tación. 5.45: Llegada al Colegio.-Día de primera, grao cias a Santa Teresita".
Esa capacidad de sentirse plenamente a gusto en medio de sus muchachos, tanto que podla llamar "dla de primera" a uno como éste, nos da la medida de la vocación de educador que tenía. El peso del sacrificio pa· saba a segundo término, desplazado por la felicidad de estar formando hombres. Porque lo que Jaime procuraba con toda esta serie de iniciativas era precisamente crear el ambiente de bienestar que necesitaba para realizar a fono do su tarea de educador. Para ello le ayudaba mucho su carácter abierto, comunicativo, chispeante de agudeza, así como la buena cantidad de recursos humanos que po· seia: con la misma facilidad tenía embobados a los chi– cos contándoles anécdotas que recitándoles unos versos festivos compuestos por él mismo a vuelamáquina, o can· tándoles sabrosamente las buenas canciones de la tierru· ca. Era otro de sus principios fundamentales: "Sin ale· gría, jovialidad y entusiasmo no se puede tener amis· tad con la juventud, que detesta -iY con cuánta razón!– lo tieso, huraño, desabrido, sentimental y llorón". Son los mismos muchachos que él tuvo en su división los que dan testimonio de que cumplía con este precepto: "De atlética contextura y alma recia y entusiasta fue el Padre Castiello, a quien tuve la dicha de conocer como vigilante de nuestra división y como profesor en el
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legio Centro América. De contagiosa simpatía y afable trato, fue al mismo tiempo nuestro superior y nuestrO camarada".
Era natural que lo adoraran, teniendo tantas cualida– des para ganarse a la juventud y entregándose con esa prodigalidad manirrota. El mismo buscaba ese cariño, ca-
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