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mo condición esenci,,1 de acción profunda. "Urge ganar

I mistad personal -coraz6n a corazón, hombre a hom– : a de los muchachos. Si nO, el influjo es enteramente

s~:;'icial'" No se trataba de un deseo egoísta; quería todo trance y por todos 105 medios formar realmente

~ombres y para eso tenía que abrirse paso, como pudiera, hasta su coraz6n. Entonces empezaba propiamente el

.. " "H f lt • • trabajo de construcClon • ace a a un amor reCIO, Sin-

cero humano y nada sentimental hacia los alumnos. 56· lo s~ dejan curar por una mano cariñosa , Sin embargo, es menester que los muchachos palpen, tras la mano que acaricia, el músculo recio que puede y sabe apretar". Jaime sabía apretar, pero buscando siempre un justo equilibrio que no sólo no le sustrajera el respeto y el cariño de sus muchachos, sino que aun pudiera servirles de ejemplo y norma en el futuro. Por un lado no hacerse de la vista gorda, porque "nada resta tanto a la autoridad como el dejar pasar las faltas". Pero, por otro, no tirarse fácilmente a las demostraciones estentóreas de autoridad, como son, por ejemplo, los castigos generales, porque "suponen o ineptitud o pereza o las dos cosas a la vez". Cuando un muchacho faltaba mientras Jaime era vigilan~

te, podla estar seguro de que no escaparla sin una sanci6n proporcionada.

Pero no siempre salía él mismo del todo ileso de la aplicación de las sanciones. Aun en algún cáso en que parecía contar con todo el apoyo de los superiores, se encontraba al fin de cuentas con que ellos no estaban de acuerdo. Un suceso que cuenta en su diario ilustra este punto. En vista de la incurable manla de los muchachos de usar a todas horas palabras gruesas, dio el Padre Prefecto del colegio a todos los profesores la orden de dar "un uno", o sea una mala calificaci6n, a todo el que las soltara. Una tarde como cualquier otra, a la salida de la clase, uno de los chicos le espetó tres ajos a otro por cualquier razón. Jaime estaba presente, y después de ce· nar, cuando calculó que tanto él como el muchacho esta– ban ya plenamente serenos para hablar con calma, le comu. nicó la sanción. El mozalbete se puso furioso y se dis· paró a reclamarle al Padre Prefecto. Este sostuvo el castigo. "Pero -comenta Jaime, no sin cierta explica. ble amargura- lo curioso del caso es que esta noche ha venido a mi camarilla a decirme qUe intimé el casti– go demasiado pronto. ¿ Y cómo dejar semejante ofensa pública impune largo tiempo? Francamente no entiendo. Dios nos ayude". Esa era para él la hora de agachar la cabeza como buen jesuíta y no tratar de entender lo in– inteligible. Por lo demás, casos como éste, inevitables en la vida de un colegio, donde los nervios de todos tra– bajan con corrientes de alta tensión, no eran frecuentes. Jaime estaba contento con sus superiore's y sus superio– res con él.

. Cuatro parecen haber sido los pasos del proceso edu– cativo que segula con sus muchachos. El primero, del

q~e ya quedan dichas algunas cosas, era ganárselos, po– mendo para ello en juego todos sus recursos y pasando p.or cualquier sacrificio. Entregarse a ellos sin pichicate– tras, desde la mañana hasta la noche, movido por un a.mo r a !a vez muy humano y muy sobrenatural, sin sen. tlmentahsmos, pero también sin brusquedades inmotiva– das. El segundo era la conservetción y el aumento cons. tante de su propia autoridad mediante el uso inteligente y eq 't • UI lltlvo de los castigos. Sobre este punto no se hacía

ilusiones buscando un humanitarismo fácil, que no hu– J,iera sido más que debilidad. El muchacho necesita con– vencerse por propia experiencia de que a todo que· ba'antamiento de la ley sigue fatalmente un castigo pro– porcionado; sólo por medio de esa saludable reacción casi mecánica llegará a acostumbrarse a proceder rectamente. Jaime estaba formado en la escuela' inglesa, cuyo éxito radica en un equilibrio inteligente entre la libertad que se concede al alumno y las consecuencias funestas para el que usa mal de ella; recordaba los castigos, aun corporales, que se les imponían, y sus buenos efectos, y no se aver– gonzaba de confesar que él mismo había aplicado allá esa clase de justicia -más soportable ciertamente para los sajones que para los latinos-, cuando tenía autoridad para ello y le había parecido necesario. En Nicaragua no puso en prádica jamás esos métodos, como se compren· de, pues le sobraba sentido común para distinguir las circun$tancias y acomodarse a las costumbres de cada país; pero, en todo caso, sabia apretar las clavijas al muchacho cuando hacía falta, y consideraba esto como un medio necesario de educación.

Pero todos los castigos del mundo no son capaces por sí mismos de crear la autoridad. Es ésta un valor positivo, una fuerza interior que se posee o no se posee, una especie de emanación de la íntima person!llidad, que ejerce un influjo misterioso sobre los demás. En este sentido puede decirse que hay hombres que nacen cc>n autoridad. En la personalidad del genuino educador, se– gún Jaime, es éste uno de los elementos esenciales: "Los colegios requieren gente eximia en todo el sentido de la palabra. No es fácil enseñar bien, pero es dificilísimo formar caracteres. El vigilante ha menester grande tacto, grande paciencia, mucha longanimidad. Habrá de ser, además, "muy hombre", esto es, muy humano, lleno de compasi6n, pero también lleno de fortaleza. Al fin y al cabo no son ni las palabras ni las posturas las que forman, sino el contacto vital de una alma con otra alma. Por lo que sólo aquél puede formar que domina; y sólo aquél puede dominar que es en realidad y no por virtud del cargo que ocupa, "superior" -superior en sabiduría, en energía, en experiencia".

El mismo era un ejemplo de esto. Su recia persona– lidad, sin oprimir a los muchachos, lo colocaba muy por encima de ellos y comunicaba a sus actos y a sus palabras un valor muy especial. Por su parte. Jaime cuidaba de mantener esa superioridad benéfica. Un profesor no tie– ne a su alcance ningún medio mejor para lograrlo que impresionar a los muchachos con la calidad de su ense– ñann. "Si los muchachos se duermen en clase -decía él- es que el profesor no sabe enseñar. La elocuencia, el nervio y la brillantez hacen tanta falta en la cátedra co. mo en el púlpito". No exigla, pues, a base de amena· zas la atenci6n de sus discípulos; procuraba conquistarla a fuerza de ser interesante.

Cualquiera que tenga un poco de experiencia en estas cuestiones sabe que la única forma de conseguir es– to dla tras día es prepararse concienzudamente. Pero en las circunstancias de Jaime eso era dificilísimo, heroico muchas veces, porque para ello no tenia más remedio que robarle horas al sueño, después del pesado trabajo de la jornada. Así lo hacía. Abunda'iI en su diario de enton– ces notas como ésta: "Acabé preparativos a las 11 p.m. No omití un punto de ejercicios espirituales".

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